Los habituales de las discusiones en internet conocen bien la ley acuñada por Mike Godwin en 1990, que indica que según se va alargando una discusión online la probabilidad de que aparezca una comparación con Hitler o los nazis tiende a uno. La conclusión es que, a menos que se estuviera hablando del Holocausto, los totalitarismos o la Segunda Guerra Mundial, la mención está casi siempre fuera de lugar y conlleva la descalificación de quien la hace, por trivializar el nazismo y hacer imposible una discusión racional. En algunos foros existe incluso cierta tradición de cerrar la discusión cuando se llega a ese extremo.
Pero hay muchas formas de hacerse un Godwin menos dramáticas y que pasan mucho más inadvertidas. Recursos dialécticos que sirven como alternativa a trabajarse una argumentación que quizá no se tiene o que podría resultar insuficiente. Uno de los más habituales estos días es el abuso de la palabra dignidad. Así, los griegos estarían defendiendo su dignidad del asalto de la Troika al negarse a sucumbir a sus demandas. Suena bien, hasta épico. También ayuda con eso el que estemos hablando de Grecia y no de Rumanía, que no es un país precisamente evocador.
El problema, claro, está en qué es eso de la dignidad y que tiene que ver con todo este sarao. Porque la dignidad es algo completamente subjetivo, es una visión que tenemos de nosotros mismos en la que nos vemos respetables y merecedores de respeto. Pero claro, no existe ningún baremo objetivo que nos diga qué merece respeto y qué no; no hay nada que indique que un rumbo es más digno que otro. Así, no puede existir un derecho a la dignidad, porque no se podría traducir en nada concreto y no sería más que un lienzo en blanco donde gobiernos y jueces reflejarían sus pasajeras y mudables opiniones sobre qué es digno y qué no.
Los defensores de Syriza alegan que los acreedores, que básicamente somos usted y yo a través de nuestros impuestos, quieren imponer sus preferencias a los gobernantes griegos, y que la dignidad de su pueblo exige que defiendan su independencia frente a las injerencias extranjeras. Un problema con este argumento es que los griegos perdieron el derecho a hacer lo que quisieran cuando se endeudaron hasta las orejas para vivir una vida que no se habían ganado. ¿No sería acaso mucho más digno reconocer el error, redimirse y sacrificarse para devolver sus deudas?
Así, por ejemplo, en la película Cinderella Man, como muestra de la dignidad y la capacidad de sacrificio del personaje principal, el boxeador James Braddock, vemos cómo éste se resiste a aceptar ayudas del Gobierno hasta que se ve forzado a ello porque en caso contrario perdería a sus hijos. Pero cuando la suerte cambia hace algo que resulta insólito para la mentalidad de nuestros días: devolver el dinero que había recibido en la misma ventanilla donde se lo dieron. Una idea de dignidad muy distinta, sin duda, a la que se nos vende ahora a propósito de los griegos.
Pero al final da un poco lo mismo qué idea tenga cada uno de dignidad, porque es algo tan tremendamente subjetivo que quienes la usan como argumento para defender su postura política nos están dejando ver que no son más que trileros. Y no merecen ningún respeto ni atención, como tampoco los que recurren a Hitler para protestar por una reforma del alumbrado de su calle.