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El consumo (anti)ecológico

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La idea resulta atractiva. El mercado es como una democracia, pero con varias diferencias. La primera es que se cumple aún menos aquello de "un hombre-un voto". No se vota cada cuatro años, sino cuando uno lo desea o necesita. No elegimos un representante de nuestros intereses, sino que actuamos por nuestra cuenta y no votamos por asuntos que no nos conciernen; todo lo contrario. Lo que sí es cierto es que tenemos la capacidad de contribuir a cambiar las cosas con nuestro "voto" en el mercado. Pero a lo mejor no como nos lo imaginamos.

Porque aquello de la producción ecológica consiste básicamente en renunciar a muchos de los avances de la técnica de los últimos años. Fuera pesticidas y fertilizantes. El arado romano como ideal ético. El problema es que son esos productos químicos, junto con la maquinaria, los padres de la "revolución verde": el campo es varias veces más productivo, lo que ha permitido abandonar las áreas de cultivo que, después de varios milenios, están siendo de nuevo recuperadas por el bosque. Los productos orgánicos, o ecológicos, miran decenas de calendarios atrás. Así, para producir lo mismo, necesitan más y más terreno cultivado. No está claro que sea más ecológico.

El bosque, que ha sido allanado por el hombre durante milenios, transformándolo en cultivos y pastos, ha dejado de menguar. Un reciente estudio, elaborado con una nueva tecnología (Forest Identity), más justa con la realidad, demuestra que la superficie forestal se está recuperando en el mundo. Pero no de cualquier modo. Cuando un país alcanza una renta de en torno a los 4.600 dólares por persona, la introducción de los usos más capitalistas en la agricultura hace que se reduzca la superficie cultivada, y que la recupere el bosque. No hay por qué volver al pasado.

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