Rivera no debe ni pensar en pactar con el PSOE: le quitaría toda su credibilidad.
El lunes tuvo lugar el primero de los dos debates que van a poner la traca final a la campaña electoral española. Una campaña sin principio ni final: lo propio de la práctica política post moderna orientada hacia el “comercio de votos”. Lo que sucede en el Parlamento o en la vida interna de los partidos, aunque sigue siendo importante, no es tan relevante a la hora de votar. La lógica del marketing (no del mercado) manda. Y hay que maximizar la visualización de aspectos positivos de cara al votante. Los mensajes no son tan determinantes. La audiencia sabe que todos mienten.
Yo no vi el debate completo. Solamente he visto parte y escenas que a mis alumnos veinteañeros les han llamado la atención. Lo seguí desde Twitter, como hago con los partidos de fútbol, el festival de Eurovisión y demás charangas. Ha ganado Rivera. Ha ganado en el mismo sentido que Belén Esteban o Elisa Beni. Ha sido el más agresivo, el más dicharachero y ha dado más “zascas” que nadie. Porque eso es ganar un debate electoral en el siglo XXI. Mostrar soluciones, apuntar cuáles son los problemas relevantes o abrir reflexiones sugestivas son cosas del pasado. Pero del pasado lejano.
Dos personas me han dicho que Iglesias y Sánchez estuvieron mejor que el resto porque daban una imagen de seriedad. Todo el mundo coincide en una sola cosa: el beneficio vicario del debate se lo lleva VOX, el participante vetado.
La sensación que se recibe es que, con la excepción de Pedro Sánchez, el resto ofrecieron una réplica a las críticas que han recibido hasta ahora. Pablo Iglesias blandió la Constitución y el diálogo, mostrando que es una izquierda seria, no radical, sino auténtica. Su apuesta por el independentismo o sus escraches a políticos los dejó para otro momento. Pero dejó muy claro que Podemos va a colaborar con el PSOE.
Rivera demostró que Ciudadanos no es un invitado de piedra, y para ello se mostró enérgico, interrumpiendo, como si le obsesionara el que se notara que estaba. Su minuto de oro con el sonido del silencio incluido demuestra que tenía muy estudiada la puesta en escena, la mirada a cámara y la contundencia al atacar a su rival y único interlocutor: el presidente. A diferencia de Rivera, Casado se presentó más como actor secundario, incluso si dijo que quería gobernar para todos. Se dirigió a los votantes de toda la vida y no arriesgó: trató de frenar la fuga de votos afianzando el voto ‘pepero’ tradicional. Y Pedro Sánchez demostró que le sigue dando igual lo que diga nadie, porque tiene muy claro que los demás van a perder las elecciones, con o sin VOX. Siempre se ha dicho que la izquierda tiene más capacidad para unirse en tiempos difíciles que la derecha. Yo creo que es cierto. Y esa es una carta a favor del PSOE.
Desde la izquierda moderada me dicen que, probablemente, el PSOE le ha regalado votos a Ciudadanos y a Podemos, y que el PP también le ha regalado votos a Ciudadanos. Misión cumplida, pues, para Rivera que, aunque a mí no me ha gustado lo que he visto, a gentes más versadas en política que yo, les pareció magistral. Yo debo estar más en la onda de Emilio Castelar.
Los temas anunciados parecían sustantivos, pero los diez minutos de “mejores momentos” se refieren a feminismo, fotos con separatistas, pactos y repartos o el miedo a la ultraderecha. Nada de qué papel va a desempeñar España en la Unión Europea con Brexit, cómo crear empresas y acabar con un paro estructural tan elevado, la posición frente a China. Se mencionaron temas de calado, pero de pasada. Cada cual sacó su “mercancía”: el impuesto de sucesiones, la Ley de Violencia de Género, etc. Pero nada más.
Mientras tanto, VOX sonríe y parece decir con la mirada: “Si no te gustaron, siempre nos puedes votar a nosotros, que no vamos a gobernar, pero podemos incordiar”. Y muchos españoles de bien se dejarán llevar por los cantos de sirena del descontento del partido de los nuevos verdes (por el color corporativo).
A todos les falta sentido de Estado. Todos están jugando a una lucha binaria, muy bien explicada por Pablo Iglesias: está el pacto de derechas y el pacto de izquierdas. Todo lo demás sobra. Y, por eso, acorraló a los dos cabezas de cartel, Rivera y Sánchez, y les preguntó por la posibilidad de un pacto entre ambos. Porque si existe esa posibilidad, Iglesias no tiene nada que hacer y Podemos debería desarrollar una estrategia muy agresiva. Pero si no es posible el pacto, entonces la estrategia de Podemos debe ser asociarse a Sánchez y hacérselo pasar mal para quitarle protagonismo político.
Rivera no debe ni pensar en pactar con el PSOE: le quitaría toda su credibilidad. ¿Qué escenarios se presentan? Si gana el bloque de derechas, VOX no va a aceptar a Rivera de presidente. ¿Será la oportunidad de Casado? Dependiendo de los escaños de unos y otros, las líneas rojas se situarán más allá o más acá. Imposible predecir nada. Rivera sería presidente si cede mucho en todo lo demás o si VOX no obtiene un resultado tan abultado.
Si gana el PSOE, Rivera, Casado y Abascal van a luchar denodadamente para bloquear, desgastar y acabar con el gobierno de Sánchez y erigirse como líder de la oposición. Y sería tan legítimo como lo fue el acoso y derribo de González a Suárez que acabó con su dimisión en 1981. Podemos luchará, en cualquier caso, para desgastar a Sánchez y ser líder de una izquierda no mayoritaria, pero con fuerza. En su favor juegan las enemistades que Sánchez se ha granjeado en su propio partido y que la mitad de lo que Rivera propuso, como él mismo recordó, lo defendían González y Guerra.