Demostró que sin Estado sí puede haber educación básica barata y de calidad.
Agradezco a Abel Amón el haber llamado mi atención hacia un editorial sobre la financiación del desarrollo que The Economist publicó hace unos meses con el plausible título de «Más allá de la ayuda».
Es habitual considerar al semanario británico como una publicación liberal. Es verdad que nació en 1843 con el objetivo explícito de defender el libre comercio, en una Inglaterra agitada entonces por el debate sobre la posible derogación de las proteccionistas Leyes del Cereal, que se produciría tres años después. Y también es verdad que el Economist ha tendido a rechazar el proteccionismo desde entonces. Pero ha acompañado al grueso de la profesión en su admisión de un creciente intervencionismo estatal en otros campos. La revista, así, aunque con contradicciones y vaivenes, como veremos, suele posicionarse dentro de la corrección económica, en especial en lo que tiene que ver con el Estado: simplemente da por sentado que el Estado tiene que ser grande.
En lo tocante a la ayuda al desarrollo, el editorial en cuestión invita, efectivamente, a ir más allá de la ayuda, pero porque opina que lo que les sucede a los países pobres es que tienen impuestos demasiado bajos.Su presión fiscal se sitúa en torno al 15% del PIB, cuando en los países ricos la media está veinte puntos por encima. Concluye el Economist:
A niveles tan bajos, es imposible suministrar educación básica, sanidad o justicia y orden público…Y así, aunque suene contraintuitivo, los países pobres a menudo necesitan más Estado, y no menos.
Aquí hay dos errores. Uno es pensar que, como los países ricos tienen Estados grandes, son ricos porque los tienen, cuando lo que sucede es que tienen Estados grandes porque son ricos. La riqueza viene primero y el Estado grande después, y no al revés, como prueba la empobrecedora historia del comunismo, que hipertrofió el Estado y ello tuvo como consecuencia la reducción de la riqueza.
El otro error es lo que he denominado «la falacia del Estado que está», es decir, la falacia de creer que, como el Estado está, y hace cosas, esas cosas que el Estado hace porque está no se harían si el Estado no estuviera. Cometen la falacia los que aseguran, por ejemplo, que, como el Estado suministra educación básica, sin Estado no habría educación básica.
Lo más llamativo del caso es la contradicción en la que incurrió el propio Economist pocas semanas después, cuando dedicó su portada a la educación privada low-cost de varios países en desarrollo, que de hecho refutaba el editorial que estamos comentando, al demostrar que sin Estado sí puede haber educación básica barata y de calidad.
En el número de esta semana se entusiasmó con Ciudadanos, al que dio su voto porque es un partido «liberal». Eso sí, tuvo el detalle de aclarar que se refería a liberal in the British sense.