De todas las actrices, cantantes, artistas que denuncian #MeToo, no todas son víctimas de abuso.
El pasado domingo, Oprah Winfrey recibía el Premio Cecil B. de Mille durante la ceremonia de entrega de los Globos de Oro. Las razones expuestas por la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood fueron, literalmente, las siguientes:
“Como líder mundial de medios, filántropa, productora y actriz, ha creado una conexión sin igual con personas de todo el mundo, convirtiéndola en una de las figuras más respetadas y admiradas de la actualidad. Durante generaciones, Oprah ha celebrado personajes femeninos fuertes dentro y fuera de la pantalla, y ha sido un modelo para mujeres y chicas jóvenes durante décadas. Siendo presidente, CEO y fundadora de empresas, Oprah es una de las mujeres más influyentes de nuestro tiempo, y este honor es muy merecido, especialmente en este 75 aniversario de los Golden Globe Awards”.
A nadie le debería extrañar que su discurso estuviera dedicado a las mujeres, y mucho menos en el año del #MeToo, la campaña de visibilización de los abusos sexuales en Hollywood, pero también fuera del ambiente de la farándula, promovido por la propia galardonada. Los abusos sexuales es una de las varias causas a las que dirige su actividad filantrópica. Por ejemplo, este año se cumple el décimo aniversario de la fundación de la Oprah Winfrey Leadership Academy for Girls, un colegio para niñas en Sudáfrica. Y por eso, empezó señalando lo importante que es para ella ser la primera mujer negra que recibe este premio. Pero la polémica ha venido por otros frentes.
En primer lugar, celebró que, desde hace menos de un año, las actrices se atrevieran a, por fin, contar su verdad tras tantos años de “secretos y mentiras”, y dejó aparcado el tema hasta el final del discurso. Además, hizo alusión a las mujeres que tuvieron que hacer favores sexuales para, en sus palabras, “como mi madre, criar a sus hijos, pagar las facturas y cumplir sus sueños”. Y explicó que se trata de mujeres anónimas, limpiadoras, granjeras, empleadas, académicas, deportistas, soldados… porque es un tema transversal en nuestra sociedad. Y puso como ejemplo a Recy Taylor, víctima de una violación por un grupo de hombres blancos armados con 24 años, que nunca logró que encarcelaran a sus violadores pero que luchó con toda su energía y coraje para lograrlo, de la mano de Rosa Parks. La propia Oprah sufrió abusos sexuales y una violación con 13 años, fruto de la cual tuvo un hijo prematuro con 14 años, bebé que murió nada más nacer.
Todo lo dicho hasta aquí, para mí merece una enorme ovación. Aplaudo la lucha por la visibilización de los abusos. Da vergüenza y más aún señalar al abusador. A cualquiera se la daría: a los hombres también. Hay que tener mucho coraje para reconocerlo, porque se lucha con la culpa propia y con una sociedad que tiende a no creer, que es experta en preguntar detalles morbosos, de manera que la víctima tiene que repetir mil veces una situación que no ha superado, o que sí lo ha hecho, pero que nunca es agradable, y tiene que soportar miradas, gestos, etc. Tiene mucho mérito, así que ¡bravo! ¡adelante con ello!
Ahora bien. De todas las mujeres que estaban en esa sala, y de todas las actrices, cantantes, artistas que denuncian #MeToo, no todas son víctimas de abuso. Una mujer que es presionada por una persona poderosa, que es intimidada, a la que se le chantajea y amenaza con quitarle su futuro, es una víctima de abuso, sin ninguna duda. Estamos hablando de una micro sociedad como la del artisteo donde, al parecer, desde hace mucho tiempo, esas son las reglas del juego y la víctima se ve sin respaldo, atrapada. Pero si la mujer lo sabe, si es consciente de que en ese mundo eso es lo que pasa, y a sabiendas decide entrar en él, no puede declararse víctima, por muy avergonzada que esté ahora, en la cumbre de su carrera, de haber tenido unos comienzos poco aceptables socialmente. No estoy afirmando tampoco que todas lo supieran.
Seguro que habría jóvenes convencidas de que es posible ser actriz sin pasar por el aro y, de repente, se encontraron con un “mentor” aprovechado y sin escrúpulos. Me refiero a las que, tras los primeros #MeToo con nombres y apellidos por las valientes, acción que implícitamente señalaba a las que claramente habían compadreado con ese mismo personaje y permanecían en silencio, decidieron unirse al carro por salvar la honrilla. Y eso me lleva a la segunda parte.
En algunos casos, era un secreto a voces en Hollywood que este productor o aquel director eran unos cerdos. Y todos esos conocedores en la distancia que no han tenido la decencia de denunciar, son cómplices por omisión, porque han permitido que suceda sin avisar a las chicas, sin denunciar a la Academia de Cine, sin rechazar sus guiones, sin hablar con la prensa, parte de la cual seguro que también sabía lo que pasaba. Y son los mismos que se visten de negro para protestar, los que aplauden a Oprah, los que mienten haciéndose los sorprendidos o exclamando “¡Por fin!”. Y aquí es donde ha surgido la polémica, porque en las redes sociales de todo el mundo han aparecido numerosas fotografías de la galardonada abrazando al monstruo de Harvey Weinstein. Y nunca Oprah lo citó.
Creo que mi amiga Itziar Ochoa diría que eso es un ejemplo del Efecto de Von Restforff, por el que tendemos a resaltar una parte de nosotros mismos para ser recordados por ello. Yo diría que se trata del efecto Oprah, que es el opuesto: necesitamos recordar sólo lo bueno de un personaje para poder mitificarlo, para seguir teniendo héroes y heroínas. Y de ahí que el rumor del día de después de los Globos de Oro sea que hay una petición en marcha para que Winfrey se presente como candidata demócrata en las próximas elecciones presidenciales estadounidenses. Empresaria, actriz, comunicadora, sabe mirar al techo cuando es necesario… tal vez lo haga bien.