Recientemente la Armada de Estados Unidos liberó al capitán de un carguero secuestrado y militares franceses intervinieron para liberar a cinco tripulantes de un yate galo (uno de ellos murió durante el rescate). Los piratas aún mantienen en su poder 17 barcos y cerca de 300 tripulantes de diversos países, según organizaciones humanitarias.
Los Estados han aprovechado los incidentes para propagar la narrativa de unas fuerzas del orden luchando contra una banda de ladrones y asesinos, reforzando así la imagen heroica del Estado y la importancia de su misión protectora. Su mensaje anti-pirata no es reprochable, como tampoco lo son sus esfuerzos por rescatar a tripulantes inocentes capturados. Lo que sí es objetable es que el Estado se crea moralmente superior a los piratas, cuando es el mayor de ellos.
En La Ciudad de Dios San Agustín cuenta la historia de un pirata capturado por Alejandro Magno. El Emperador le pregunta furioso, "¿Cómo te atreves a hostigar los mares?" A lo que el pirata responde, "¿Cómo te atreves a hostigar el mundo entero? Porque yo lo hago con un pequeño bote, soy llamado pirada y ladrón. Tú, con una gran flota, hostigas el mundo y eres llamado emperador".
Los piratas son una suerte de recaudadores de impuestos que imponen un tributo a quienes cruzan su territorio para comerciar. El tributo asciende a 20-40 millones de dólares al año en forma de rescates, que es una modesta cantidad en relación con el volumen de comercio que transita por la zona. El impuesto pirata no es tan alto como para forzar a las compañías mercantes a buscar rutas alternativas y a la mayoría les sale más a cuenta ir desarmados y pagar los rescates que contratar un seguro para un barco armado. Además, el dinero es un lenguaje que los piratas entienden, y si se desata violencia podrían salir todos perdiendo.
El Estado también se arroga un derecho sobre los habitantes y los comerciantes en un determinado territorio y exige altos tributos que si no son satisfechos tienen fatales consecuencias para los evasores. Como los piratas, el Estado castiga y encarcela a quienes no pagan "el rescate".
Desde luego hay diferencias. Estoy tentado a decir que el Estado pretende ofrecernos algo a cambio de nuestros impuestos, aunque luego resulte ser un fraude, mientras que los piratas son honestos desde el principio y no tienen escrúpulos en mostrarse como lo que son: rapiñadores con ánimo de lucro. En rigor la diferencia es más sutil: el Estado es percibido como legítimo por parte de gobernantes y una mayoría de gobernados (lo que no quiere decir que sea genuinamente legítimo), mientras que los piratas son más conscientes de su condición de ladrones y no extraen su legitimidad de ninguna base de simpatizantes. Pero incluso esto último es matizable en la medida en que algunos se auto-proclaman Guardacostas Voluntarios de Somalia y quizás cuentan con apoyo popular, como reacción a la pesca descontrolada en aguas somalíes por parte de pesqueros extranjeros o al supuesto vertido de residuos nucleares. Por otro lado, es cierto que el Estado proporciona servicios, aunque lo haga de forma muy ineficiente, y suele ser más previsible en sus acciones que un grupo de piratas.
Charles Tilly en su ensayo War Making and State Making As Organized Crime (El desarrollo de la guerra y del Estado como crimen organizado) dijo que la delincuencia, la piratería, la rivalidad entre gángsters, la acción policial y la guerra pertenecen todos al mismo continuum. El Estado sólo ha perfeccionado los mecanismos de propaganda, cohesión y sumisión de la población. Pero el fundamento de su pretendido derecho a monopolizar la fuerza (y todo lo que está por debajo) en un territorio dado es el mismo que puede alegar un mafioso o los piratas somalíes. Existen porque tienen más fuerza y porque la gente bajo su dominio lo tolera (con más o menos simpatía).
Cuando cuestionamos la legitimidad del Estado sus valedores a menudo nos contestan que somos libres de marcharnos a otro país si queremos. Si nos quedamos significa que estamos aceptando su legitimidad, la de sus leyes y sus impuestos. Pero lo mismo podrían decir los piratas somalíes: si atravesáis nuestras aguas significa que aceptáis nuestros tributos, que podemos secuestraros y pediros un rescate, de lo contrario tomaríais otra ruta. El razonamiento, obviamente, no se sostiene, pues si tomamos esa ruta es porque el coste de la alternativa es aún mayor, no porque otorguemos un derecho a los piratas (o al Estado).
Para que nuestra mera permanencia en el territorio demuestre consentimiento hacia el Estado, éste debería tener un derecho previo sobre ese territorio. Sólo si te invito a mi casa y tú aceptas puedo decir que consientes mis normas. Si vengo yo a la tuya, te impongo mis reglas y te niegas a abandonar la casa, no puedo sostener que las aceptas por el hecho de permanecer donde estás, pues no tengo ningún derecho previo sobre tu casa.
El mafioso, los piratas o el Estado no tienen ningún derecho previo sobre el territorio que dominan. Ni el mafioso es propietario legítimo del barrio donde extorsiona a los comerciantes, ni los piratas son propietarios legítimos de las aguas donde secuestran los barcos mercantes, ni el Estado es propietario legítimo del territorio donde exige impuestos y regula casi todo lo que hacemos. Pero como en el caso de los piratas, preferimos pagar el rescate en vez de rebelarnos y acabar colgados del mástil.