Kavanaugh está siendo acusado de un delito sexual imposible de probar o desmentir.
El difunto senador demócrata está volviendo a la actualidad en nuestro país por el estreno de una película sobre el escándalo de Chappaquiddick. El hermano pequeño de JFK y Robert Kennedy estaba en aquella isla la noche antes de la llegada del hombre a la Luna, en una fiesta en honor a varias mujeres que habían participado en la campaña de primarias de Bobby, hasta que lo asesinó un palestino por su apoyo a Israel. Se marchó de madrugada con una de ellas, Mary Jo Kopechne, y condujo su coche directamente al agua. Él pudo salir. Ella no. «No se ahogó, murió de asfixia en la campana de aire que se había creado en el coche. Tardó entre tres y cuatro horas en morir. Yo podría haberla rescatado en menos de 25 minutos», aseguró el bombero que rescató su cadáver la mañana siguiente, tras el aviso de unos pescadores. Kennedy se calló durante toda la noche y dio el aviso cuando ya estaban intentando rescatar a Kopechne.
Aunque El escándalo Ted Kennedy es una buena película porque, sin blanquear los hechos, se esfuerza en aportar complejidad moral al asunto y añadir así interés a los personajes, lo que sucedió aquella noche no solo marcó la carrera de quien esperaba postularse a la Presidencia, sino que nos dejó claro su valor como persona, el material del que estaba hecho. Fue esta persona la que cambió la historia del Senado para siempre, y para mal, cuando, el mismo día de 1987 en que Ronald Reagan nominó a Robert Bork para el Tribunal Supremo, pronunció un discurso, que quedará en la historia de la infamia, en el que acusaba a dicho juez de querer unos Estados Unidos donde «las mujeres serían forzadas a abortar clandestinamente y los negros a sentarse en mesas segregadas en los restaurantes, la policía echaría abajo sin más las puertas de los ciudadanos, a los escolares no se les enseñaría la evolución, escritores y artistas serían censurados según el capricho del Gobierno y las puertas de los tribunales federales se cerrarían pillando los dedos de millones de personas». Aquel discurso formaba parte de una estrategia que convertiría cada nominación al Supremo en una batalla política, y en su mayor parte fue escrito antes de saberse siquiera quién sería el nominado.
Los demócratas, encabezados por Kennedy y Biden, convirtieron la audiencia en un proceso de destrucción personal de Bork, hasta el punto de que ese tipo de difamaciones parlamentarias ha se conoce popularmente por el apellido de ese juez; cuatro años después, una feminista llamó a borkear a Clarence Thomas, que sobreviviría para convertirse en el segundo juez negro en alcanzar el Tribunal Supremo. Aquel primer borkeo marcó la línea a partir de la cual el Senado pasó a ser el escenario de una batalla partidista constante y feroz. Con el tiempo se ha dado por sentado que los nominados deben someterse a estos circos pensados para denigrarlos y para publicitar a los senadores del comité judicial.
El último en ser borkeado ha sido Brett Kavanaugh, candidato a reemplazar a Anthony Kennedy, que fue el juez elegido por Reagan tras fracasar la nominación de Bork. Pese a ser relativamente moderado, dentro de su visión originalista, y un ejemplo de bondad y honestidad, según todos los testigos, se le ha denigrado hasta por comprar bonos de temporada para ir a ver el béisbol. Se han publicado testimonios de compañeros, familiares, vecinos; todos ellos resaltando su carácter familiar, su bonhomía, su sincera fe religiosa, su respeto y apoyo a las mujeres; todo apunta a que estamos ante el perfecto boy scout. La mayoría republicana en el Senado no se dejó llevar por las triquiñuelas de sus rivales e impuso unos plazos razonables para que, permitiendo el debate, hubiera una votación antes de las elecciones y también del siguiente periodo de sesiones del Supremo. Pero como, al igual que Bork, Kavanaugh era el elegido para reemplazar al voto decisivo en el tribunal, los demócratas no podían renunciar a una última baza.
La senadora Dianne Feinstein recibió en julio, antes incluso de que fuera oficial la nominación de Kavanaugh, una carta cuya autora acusaba a éste de un intento de violación cuando ambos eran adolescentes, hace más de 35 años. En una noche de fiesta y alcohol, el ahora juez la habría sujetado a una cama mientras intentaba desnudarla, tapándole la boca con tanta fuerza que le hizo temer por su vida, y sólo la dejó en paz cuando otro chico presente en la habitación se lo pidió entre risas. Feinstein no hizo ni dijo nada durante mes y medio, periodo que la autora de la denuncia aprovechó para borrar sus perfiles en las redes sociales y someterse a un polígrafo. No fue hasta que terminaron las audiencias y sólo quedaba el trámite del voto que la senadora hizo pública la acusación anónima y la envió al FBI, que decidió no investigar al no tener ningún dato que le permitiera hacerlo ni ser competente para ello, al no tratarse de un delito federal.
Hace unos días la denunciante decidió salir a la luz y dar su versión de los hechos, pero no hizo alusión ni al lugar ni al día en que tuvieron lugar, haciendo casi imposible la defensa a Kavanaugh. En declaraciones sujetas a las leyes relativas al perjurio, tanto el juez como los testigos que ha nombrado han negado que aquello sucediera jamás. Christine Blasey Ford nunca habló del supuesto incidente hasta 2012, y aun entonces no mencionó el nombre del juez como culpable. Como le pasó a Clarence Thomas, Kavanaugh está siendo acusado de un delito sexual imposible de probar o desmentir, y que se basa en la simpatía que pueda generar la acusadora en la opinión pública, una simpatía y una credibilidad que los medios están intentando construir a toda prisa.
El Senado ha llamado a declarar a ambos este lunes. Ford ha anunciado que no acudirá. Kavanaugh, mientras tanto, se ha negado a defenderse atacándola, limitándose a decir que es probable que «le esté confundiendo con otra persona». Tras proclamar aquélla que estaba deseando una tribuna donde repetir sus acusaciones, en cuanto se le concedió se negó a declarar antes de que haya una investigación, lo que, unido a la tardanza de Feinstein por sacar la denuncia a la luz, alimenta la presunción de que la única intención desde el principio ha sido retrasar la votación para después de las elecciones, protegiendo así a los senadores demócratas más vulnerables y alimentando la esperanza de que, recuperando la Caámara Baja, puedan frenar cualquier alternativa que pueda presentar Trump. Luego ha dicho que sí, que bueno, siempre y cuando hable después del acusado –lo que le obligaría a defenderse sin saber de qué– y si sólo le preguntan senadores, no abogados, entre otras demandas. Está intentando estirar al máximo la cuerda para sacar todas las concesiones posibles sin llegar a romperla, porque incluso los senadores republicanos más proclives a tomársela en serio ya han mostrado su disposición a mandar su acusación a tomar viento si sigue tomándonos el pelo a todos. De modo que lo más probable es que el lunes finalmente Ford sí acuda al Senado y asistamos a otro circo, con un intento de violación de por medio. Ted Kennedy estará sonriendo desde su tumba.