En el ámbito de las reformas estructurales nos jugamos mucho, nada menos que los efectos de la desaceleración de la actividad sobre el empleo.
Lo peor no es el frenazo económico, por la sencilla razón de que no podremos evitarlo.
Un indicador tras otro, todo apunta no solo a que se va a producir una desaceleración de la economía española, sino a que dicha desaceleración ya está teniendo lugar. Informó ayer LA RAZÓN de que la deuda de la Seguridad Social, según certificó el Banco de España, ha superado por primera vez la barrera de los 50.000 millones de dólares. Nada sugiere que la situación va a mejorar.
El contexto internacional no está para muchas alegrías, en particular en una Europa donde la recesión en Alemania ya está teniendo un impacto negativo. También destacó nuestro periódico que el mes pasado los pasajeros llegados a España desde Alemania cayeron un 4,7 %, afectando al grueso de las comunidades autónomas, pero en especial a Canarias y Baleares, que ya habían sido las más golpeadas por la quiebra de Thomas Cook. Si la inestabilidad en Cataluña se mantiene, y más aún si continúan los disturbios, la economía de la región, y por tanto la española, se verá dañada.
Los malos datos de la EPA se suman a los de la industria y los servicios. Como vimos la semana pasada, solo el Gobierno, presionado por las próximas elecciones, se cree que la economía mantendrá el ritmo de crecimiento este año y el próximo prácticamente sin caídas. La Comisión Europea ya está activando los habituales mensajes de advertencia, porque si el crecimiento no es el previsto por el electoralismo que desborda en el Palacio de la Moncloa, entonces se agravarán unas cuentas públicas que ya son bastante deficientes.
Por eso digo que el frenazo no es lo verdaderamente malo. Es inevitable, y, como suele decirse, un problema que no tiene solución no es un problema.
Pero, entonces, ¿qué es lo realmente malo? Lo malo es que la economía española no esté bien preparada para una futura recesión. Y lo pésimo es que el próximo Gobierno empeore aún más las cosas.
La Hacienda Pública, en el momento en que la desaceleración mengüe significativamente los ingresos, generará un déficit inasumible, en un contexto de deuda muy superior al de la anterior crisis. Esto último limitará la capacidad de financiación, con lo que las únicas salidas viables serán el recorte del gasto o la subida de impuestos. Lo pésimo, claro está, es esta segunda opción.
En el ámbito de las reformas estructurales nos jugamos mucho, nada menos que los efectos de la desaceleración de la actividad sobre el empleo. Si el nuevo Gobierno, por ejemplo, se carga la reforma laboral, reduciendo aún más la flexibilidad de nuestro mercado de trabajo, estaremos en el escenario pésimo, porque se potenciará el paro.
¿Ve usted como lo realmente malo no es el frenazo?