Quiera o no el Gremio de Libreros de Madrid, el eBook es una realidad, todavía minoritaria, que convive con el tradicional volumen de papel y que cada día va a cobrar más fuerza.
Con algunas excepciones destacadas, como ediciones con alto valor para coleccionistas y volúmenes con una altísima proporción de elementos gráficos muy elaborados y alta calidad de impresión, el valor de una obra literaria no está en el formato en el que se presente. Esto tan sólo es el continente. Lo realmente valioso de un libro es, por lo general, su contenido. Es cierto y comprensible que para muchos lectores el elemento material es fundamental a la hora de acercarse a una obra. El placer de pasar las páginas, de tocar el volumen con las propias manos es un factor importante para numerosas personas, pero no es el elemento fundamental de la lectura. La satisfacción última y más profunda se encuentra en lo que se lee, no en el soporte en que se hace. Ocurre lo mismo que pasó en su momento con la fotografía.
A muchos aficionados a esta última nos costó dar el paso de la fotografía tradicional, aquella de los carretes y la elección entre brillo y mate, a la digital. La nueva carecía de ciertos placeres propios de la vieja, como la emoción que causaba la espera para ver el resultado de una instantánea concreta en la que habíamos puesto especial cuidado. Sin embargo, al dar el salto nos dimos cuenta de que en esencia la satisfacción última que nos produce nuestra afición sigue ahí pero acompañada de ventajas antes no existentes.
El libro electrónico constituye, además, una magnífica oportunidad para las editoriales, en especial para las que pasan por apuros económicos y para aquellas que no son lo suficientemente grandes como para generar economías de escala que les permitan reducir costes por cada ejemplar producido. El margen de beneficio de estas empresas sobre cada libro tradicional vendido suele ser muy reducido. Además del pago al autor de la obra (que si es por derechos de autor suele ser una cantidad muy pequeña), tienen que hacer frente a gastos mucho mayores como la distribución, el almacenaje o la impresión (lo que incluye, entre otros elementos, el papel y la tinta) y el porcentaje de las librerías.
Si se populariza el libro digital, algo que antes o después ocurrirá, las editoriales podrán reducir la mayor parte de estos gastos en aquellas obras que se vendan en ambos formatos, tradicional y electrónico, y la totalidad de algunos de ellos en aquellas que sólo se distribuyan de forma digital. También puede ser una oportunidad para las librerías tradicionales, pues pueden encontrar maneras de ofrecer este tipo de libros a sus clientes (por ejemplo, mediante dispositivos que permitan una rápida descarga en el propio establecimiento o reforzando su presencia en internet).
El libro electrónico no supone una amenaza para el sector, más bien al contrario. Ofrece nuevas oportunidades, en especial a los más pequeños. Tan sólo hay que saber adaptarse. Esperemos que, a diferencia de las discográficas, libreros y editores sepan hacerlo y no luchen contra la realidad.