Eso es lo que se deduce de los correos electrónicos del CRU, uno de los centros públicos de investigación climática más importantes, hechos públicos en los últimos días. En estos correos algunos de los grandes gurús de calentamiento explican cómo han falseado datos para defender sus tesis, cómo lo han hecho para ocultar serias dudas sobre sus teorías, cómo han presionado a las revistas científicas para que no publicaran a los escépticos, cómo han exagerado para obtener subvenciones o cómo evitan aportar las pruebas de sus conclusiones catastrofistas. Pero quizá lo peor de todo sea que esos correos demostrarían que los calentólogos y el propio CRU han estado destruyendo datos para saltarse a la torera la ley de libertad informativa y la crítica de quienes no comparten sus teorías.
El calentamiento global se ha convertido en una religión y los calentólogos en una secta dispuesta a mentir todo lo que haga falta con tal de lograr sus objetivos. Todos los tratados, regulaciones y partidas presupuestarias destinados al calentamiento global deberían quedar temporalmente en suspenso y los presuntos autores del gran fraude deben ser juzgados con rapidez. No se trata de juzgar opiniones sino de establecer si un grupo de conocidos científicos ha obtenido enormes fondos y ha empobrecido a la población mediante la mentira y el fraude más burdo.
Estamos ante uno de los mayores escándalos de las últimas décadas por mucho que los implicados traten de justificar sus involuntarios reconocimientos de fraude con peregrinos argumentos como que hablaban figurativamente o que sus frases han sido sacadas de contexto. Pero en el fondo, ni las mentiras ni estos patéticos intentos de justificar el fraude deberían sorprendernos. El movimiento radical ecologista ha logrado convertir todo lo verde en un estercolero de fraudes, mitos y mentiras. Todo el que se acerca a lo verde parece caer en un valle de mierda pringosa. Hace unos días Miguel Sebastián se daba de baja como socio de Greenpeace. Pero no lo hacía en contestación al radicalismo de la organización ecologista sino por los ataques que le ha dedicado la organización de los guerreros del arco iris. De hecho, el propio Miguel Sebastián ha usado recientemente la mentira más desnuda para tratar de apuntalar el mito de los empleos verdes. Ante las preguntas de la prensa estadounidense acerca de la Universidad Rey Juan Carlos y el estudio sobre los efectos en el empleo de las ayudas públicas a las energías renovables, el ministro declaraba al Houston Cronicle que la URJC es una universidad privada y pequeña, que lo único bueno que tiene es el nombre y que en el resto no es relevante.
Todo un ministro de España mintiendo descaradamente sobre una universidad española con tal de desprestigiar un poco un estudio académico cuyos resultados no le convienen pero no sabe contestar. De hecho, Sebastián nos llega a atribuir a los autores argumentos que jamás hemos utilizado para así "criticarnos" a placer. Que Greenpeace o Ecologistas en Acción mientan sin descanso es algo a lo que nos hemos terminado por acostumbrar. Los fotomontajes de Greenpeace, la afirmación de su presidente de que el bosque español desaparece (cuando el censo forestal dice que aumenta) o el descubrimiento de peces mutantes por parte de Ecologistas en Acción son hechos grotescos. Pero que un ministro español o unos científicos mientan a la ciudadanía para lograr oscuros intereses particulares, no tiene nombre.