El próximo 26 de mayo tendrán lugar las elecciones autonómicas y locales, pero también las elecciones al Parlamento Europeo. Por fin acabará la prolongada campaña de propaganda y se desvelarán las verdaderas intenciones de unos y las capacidades reales de los otros. Será como la luz del amanecer que revela ante el espejo el verdadero rostro de cada cual tras la noche de fiesta. Vamos a ver quién cumple lo que dijo.
También en esta semana ha tenido lugar la reunión regional de la Mont Pelerin Society (MPS) en Fort Worth, Texas. La MPS fue creada en 1947 por economistas, filósofos, historiadores, politólogos y, en general, intelectuales interesados en la defensa de la libertad, con el premio Nobel, Friedrich von Hayek, a la cabeza. En esta ocasión, la propuesta era analizar algunos temas controvertidos y relevantes para el desarrollo en libertad de la sociedad global en la que vivimos. Uno de ellos, muy relacionado con lo que pueda pasar el domingo, es el problema de la emigración.
Europa, de acuerdo con algunas fuentes, está viviendo una crisis migratoria debido al flujo de refugiados procedentes de la guerra de Siria. Otras fuentes, sin embargo, niegan con datos que se esté produciendo un fenómeno inusual, y consideran que no hay razones para alarmarse. Estados Unidos tiene su propia experiencia con los inmigrantes procedentes de Centroamérica, especialmente de México.
En ambos casos, las razones para defender o para rechazar a ese “otro” que llega a tu país son bastante parecidas. Abarcan desde la invasión demográfica con el objetivo de acabar con la cultura propia tal y como la conocemos, hasta el pánico a que los recién llegados ocupen un mercado de trabajo que, en el caso de España, ya es suficientemente frágil.
Las soluciones propuestas también son similares. La que está ganando más popularidad en los últimos tiempos es aquella que rechaza cerrar fronteras pero establece tales requisitos que, de facto, es como cerrar las puertas. Se trata de aceptar exclusivamente a los inmigrantes legales pero exigir tantas condiciones que resulte casi imposible “ser legal” en nuestro país. La excusa para reclamar esta opción, que está en los programas políticos de partidos de derecha populista de toda Europa, es proteger a nuestra población del malo extranjero. El malo nacional es malo pero es “nuestro malo».
Otro argumento es el económico. Dejemos que entren aquellas personas dispuestas a trabajar para crear valor en nuestra comunidad integrándose en ella. Eso quiere decir simplemente que acepten las normas legales y las cumplan, manteniendo sus costumbres en la medida que no violen las leyes. Es diferente a lo que se conoce como asimilación. Ésta, normalmente, se produce de manera espontánea, en la segunda y tercera generación de inmigrantes. Los jóvenes hablan el idioma del país que acogió a su familia y que ahora es su país; hacen suya la cultura y combinan el respeto a sus orígenes con la búsqueda de su propia identidad, allí donde se han criado.
Todos estos enfoques, y alguno más, contemplan la inmigración desde el lado de la demanda. Se plantea qué buscan quienes piden entrar. Pero, como me apuntaba un buen amigo en la sesión de la MPS, es importante analizar también el lado de la oferta. Una recomendación brillante. Porque, si los demandantes son la población que pide entrar en el país, la oferta la constituyen quienes ponen y quitan incentivos para que esa demanda reacciones. Es decir, nuestros políticos.
El análisis económico que estudia la composición de la inmigración nos muestra que allí donde el estado del bienestar es más accesible, mayor es la inmigración de quienes buscan sanidad y educación gratuita. Y allí donde los beneficios del llamado estado del bienestar son menos accesibles, mayor es la inmigración de profesionales dispuestos a trabajar para tener acceso a los mismos. No hay juicio de valor hacia ninguna de las dos categorías de inmigrantes: ambas actúan racionalmente. Sería legítimo ofrecer un “todo gratis para todos”, si no fuera porque quienes lo ofrecen ponen sobre la mesa beneficios financiados con dinero que no es suyo, sino de los ciudadanos.
La libre entrada de personas permite que el talento de fuera participe en la creación de riqueza de mi país. ¿Y si vienen a delinquir? Como a todo el que incumpla las leyes, sin excepción, el peso de la justicia debería caer sobre ellos. La libertad sin rendición de cuentas y asunción de la responsabilidad es simplemente una locura.
En las próximas elecciones europeas el tema de la inmigración es uno de los más relevantes directamente y también indirectamente: fue uno de los factores que avivaron el fuego del Brexit, aún en proceso.
El qué hacer con los inmigrantes, y en particular, con los refugiados, es muy delicado y, a la vez, es uno de los puntos de apoyo que otorga más poder al gobernante. Cerrar las puertas o abrirlas es un atractor de votos. Controlar los flujos migratorios es una oportunidad fantástica para que los gobiernos nos controlen más aún a todos. Curiosamente, los políticos son también los curadores de contenido de los medios de comunicación. Unos medios son favorables al partido en el poder; los otros son el altavoz del partido en la oposición. Y así sucede en la mayoría de los países donde existe “prensa libre”.
Así que tenemos o no crisis migratoria; los inmigrantes crean riqueza o no la crean; los refugiados son infiltrados islamistas o inocentes víctimas, siempre dependiendo en qué medio te informas. Un drama del que muchos sacan partido pero que pocos quieren analizar seriamente, dejando de lado intereses creados y réditos electorales.