Muy pocos presidentes de postín se han quedado en casita, mirando por el televisor (¡qué antigua suena esta palabra!) los actos de canonización de Nelson Madiba Mandela. El más relevante de todos ellos, Vladímir Putin, que ni se ha movido del Kremlin ni ha enviado a ninguno de sus peones a codearse con la crema y nata del politiquerío mundial. Mariano Rajoy no se lo ha perdido. Es normal. Imagínense en la posición de un gran dirigente europeo cualquiera. Ahora te cruzas una mirada con Obama, luego saludas a uno con pinta de haber trabajado en una peli de Harold Lloyd, y resulta que es belga, comentas que Castro está más joven que nunca, y te sientas entre Nicolás Maduro y Robert Mugabe. Y oye, echas la mañana.
Putin no ha sido la única ausencia. Merkel está excusada, porque acude el presidente Gauck. Pero los austríacos se han hecho el sueco, en Hungría e Islandia pasan, en Ucrania están muy ocupados, y en los palacios de Indonesia, Argelia, Egipto o las dos Coreas se quedan con el zapping en casa.
En esta lista de ausencias falta, que ya les veo haciendo cuentas, el presidente de Cataluña. Por algún motivo, Artur Mas tiene suficiente con gobernar su pequeño imperio, quebrado por fronteras que desmentirá la historia. ¿No dicen que Mandela traspasó fronteras? Pues Mas no será menos. Mandela no tuvo tiempo para inspirarse en Artur Mas, pues el destino, caprichoso, ha querido que la emulación siga un curso contrario. Dice Mas: “Ha creado una identidad nacional basada en el perdón y la reconciliación”. ¿Perdonaría Mas a los catalanes que no comulgan con el credo nacionalista? ¡Claro que sí! ¿Y se reconciliaría con los castellanos irredentos? ¡Por descontado!
Madiba se encontró con un gran problema, y supo resolverlo: “Había que convencer a todos. Hacía falta un líder que lo hiciera. El de Mandela ha sido un patriotismo impensable, genial, contemporáneo, humano”. Qué coincidencia. Es como el ridículo del propio Artur Mas: Impensable, genial, contemporáneo, humano. Por cierto, que en Sudáfrica hay 11 idiomas oficiales, y los colegios eligen libremente en cuál enseñan, según la Constitución aprobada bajo la égida mandelita.
Mas ha acabado por no convencer a nadie, o a casi nadie. Eso sí, ha radicalizado a los convencidos. Por algún motivo los dirigentes del orbe no irán a su funeral ni con el mando en la mano, si es que entonces sigue existiendo tal cosa.
Esta pegajosa oleada de almíbar sobre la espinosa vida de Nelson Mandela no podía dejar indiferente a nuestro ex, José Luis Rodríguez Zapatero. Es el Andy Russell de la política mundial. Dicho ha: “Yo, desde luego, le tuve presente en algunas de las acciones de Gobierno que más vinculadas estaban a la dignidad personal”.
Es difícil casar al Mandela que salió de la cárcel, que hizo de la reconciliación su estandarte, con Rodríguez Zapatero, que dio por terminada la Transición, recuperó la ruptura derrotada entonces por la mayoría de españoles, enlazó la actual democracia con la de los años 30 contra la que conspiraron todos, PSOE incluido, y llamó “memoria histórica” al odio institucionalizado. Pero oye, el mandelismo es libre.