Este cambio de actitud merecería ser bienvenido por todos, si no viniera acompañado de una fatal arrogancia intervencionista. En lugar de desmantelar el sinfín de regulaciones que ha forzado al sistema a ser como es, Zapatero está convencido de que conoce el modelo que necesitan los españoles y está dispuesto a imponerlo a golpe de ley.
De cara a la venta de su plan, el Gobierno ha enrollado las medidas para la "transformación" de la economía española en un envoltorio "sostenible". El problema es que la economía sostenible se usa en el discurso político como cajón de sastre. Según Zapatero, su plan perseguirá la sostenibilidad económica, la social y la ambiental. Pero la viabilidad a largo plazo de un modelo económico depende de factores que nadie puede conocer. ¿Cuál será la forma de transporte del futuro? ¿Cómo nos comunicaremos? ¿Qué tecnologías nos proveerán de energía en el año 2100?
Paradójicamente, grandes avances científicos pueden convertir en chatarra grandes sumas de dinero invertidas en procesos productivos que se pensaba que tenían un prometedor futuro. Por eso, lo único sensato en este sentido sería hacer todo lo posible para que las decisiones en el tiempo de ahorradores, inversores y consumidores estén lo más coordinadas posibles.
Para lograrlo, nada mejor que no interferir en las señales que los consumidores van dando en el mercado y que se traducen –en función del grado de acierto– en premios y en castigos para aquellos inversores que procuran satisfacer sus futuras demandas con el mínimo uso de recursos posibles. Para lograr la sostenibilidad económica y social convendría desarrollar un ambicioso plan de liberalización que permita que los deseos de consumidores y ahorradores sean soberanos en el mercado. Lo que seguro que no es sostenible es liderar el ranking mundial en incremento del déficit público.
Incluso la sostenibilidad medioambiental, que da color a todo el plan, se logra mejor en un entorno de mercado libre que en ningún otro. Grandes investigadores como Julian Simon o Bjorn Lomborg han probado que los índices de calidad medioambiental mejoran allí donde hay libertad económica. Y no es de extrañar.
Los precios libres indican la escasez relativa de los recursos, incentivando a ahorrar los más escasos, a usar los más abundantes y a poner el acento (y el dinero) de la investigación en I+D allí donde realmente es necesario y tiene posibilidades reales de éxito para evitar cuellos de botella tanto productivos como medioambientales.
Sin embargo, Zapatero está convencido de que la sostenibilidad ambiental se logra con todo lo contrario: una intervención pública visionaria que dirija al mercado a la hora de usar los recursos evitando despilfarros.
En esta línea, el Gobierno prepara una ley que persigue el ahorro energético y el impulso de las energías renovables, todo ellos dentro de lo que llama "la economía del cambio climático". Sin embargo, alguien debería advertirle al Gobierno que, si bien la sostenibilidad medioambiental es deseable, la imposición artificial de una determinada idea de viabilidad puede provocar más problemas económicos y medioambientales que los que observa en este momento.
Despilfarro energético
Poca gente se para a pensar que ningún productor tira energía por placer. Lo que muchos llaman despilfarro energético no es más que el consumo de grandes cantidades de energía bruta para producir pequeñas cantidades de la electricidad más manejable, más fiable y más productiva.
Desde la máquina de vapor hasta el láser, la humanidad ha ido consumiendo más y más energía para lograr un producto final que le permite la consecución de fines mucho más importantes para el hombre.
Las energías renovables representan a nivel mundial bastante más del 20% de las fuentes energéticas que España y la UE quieren alcanzar en el año 2020. Esto es así porque en los países subdesarrollados no tienen sentido económico otras formas de energía más intensivas en capital. Fuera de esos países, las energías verdes son aún muy caras e inestables; consumen demasiados recursos valiosos para la poca energía que producen comparado con otras tecnologías alternativas.
Podría ser que en el futuro la tecnología de las fuentes renovables mejore tanto que sean la principal forma de producción en los países desarrollados.
Sin embargo, a día de hoy esta es una cuestión incierta, y jugarse miles de millones de euros en una apuesta política bien puede meternos en una nueva burbuja que, si estalla, habrá hecho un flaco favor al medio ambiente y al empleo.
La idea de una España más sostenible está muy bien, pero la forma de conseguirla no es imponer sectores líderes o nuevas formas políticamente favoritas de producción, sino permitir que el recurso más escaso, el ser humano, se coordine con otros seres humanos en su continua lucha por mejorar. Y para lograrlo, no hay un mejor entorno que el libre mercado.