La desfachatez de los burócratas liberticidas no parece conocer límite. Los liberales, que saben algo de economía, suelen intentar enseñarla con argumentos, no la sermonean como artículo de fe. La sociedad libre y el mercado no intervenido que ésta incluye son la mejor solución institucional posible para los diversos problemas sociales, pero esto no significa que el mercado garantice soluciones para todo, simplemente porque hay problemas irresolubles o que sólo pueden arreglarse de forma parcial o circunstancial dadas las limitaciones humanas. En un mercado libre se aprovecha el conocimiento práctico y disperso de todos los participantes que responden a incentivos adecuados y se relacionan de forma pacífica y voluntaria. Son los tecnócratas quienes pretenden de forma arrogante que ellos saben más que el orden social espontáneo, y no proponen sino que imponen sus "soluciones globales" (por llamarlas de alguna manera) mediante la coacción política.
Hay que tener mucha cara dura para hablar de fallos de mercado respecto de la agricultura, uno de los sectores económicos más intervenidos. Los gobernantes no paran de ponerle trabas (falazmente denominadas "ayudas" o "protecciones") y no sólo escurren el bulto ante los problemas que ellos mismos crean, sino que demonizan cuanto pueden a su chivo expiatorio favorito: el mercado, que es impersonal (no puede defenderse), y además parece controlado por los ricos sin corazón.
La crisis financiera, con sus efectos de especulación y acaparamiento e incremento de precios de las materias primas, no la ha causado el mercado sino el Estado mediante la manipulación monetaria y crediticia. Los biocombustibles son una mala idea subvencionada por el Estado. Los desajustes entre oferta y demanda son normales cuando los agricultores llevan tantos años desconectados de los consumidores y de la competencia y enganchados a las subvenciones. Las restricciones a las exportaciones impuestas por muchos países son un fenómeno político ajeno al comercio libre.
El lugar que les corresponde a la agricultura y a la alimentación lo deben decidir libremente miles de millones de individuos y no unos pocos ungidos. La crisis humanitaria es algo muy serio: los tecnócratas no van a arreglarla pidiendo más poder regulatorio y más medios para sí mismos. Tampoco la ministra Espinosa repitiendo el grandilocuente topicazo de La agricultura, un sector estratégico, criticando la globalización, defendiendo la autarquía y mostrándose orgullosa de la calamitosa Política Agrícola Común europea.