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El mercantilismo electrocutante

Publicado en Libertad Digital

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En realidad, bastaría con que los políticos dejaran de restringir e impedir las relaciones libres en el mercado para que pudiéramos asistir a una época de crecimiento sin parangón en el viejo continente. Sin embargo, el agresionismo, ese mal llamado proteccionismo que privilegia a unos pocos agrediendo a la mayoría de la población, se ha convertido en el sello de identidad de las políticas europeas, y bajo su sombra pocas son las cosas buenas que pueden crecen.

En este contexto, el intervencionismo energético del que han estado haciendo gala los gobiernos español y francés es la estocada final al último resquicio de libertad económica que a duras penas se mantenía en pie: el tambaleante mercado único europeo. Primero asistimos con asombro en abril de 2005 a la reintroducción de aduanas para el transporte por carretera, sólo que ahora se les llama tasas al transporte terrestre. Luego vino el bloqueo de la directiva Bolkestein que con tanto retraso traía la liberalización de los servicios sin la cual la libertad de movimiento de personas estará siempre lisiada. Y finalmente Zapatero y Villepin nos obsequiaron con un intento de liquidación de la libertad de movimiento de capitales.

A los amantes de la ingeniería social nunca les escasean las justificaciones para la intervención. En esta ocasión nos salen con el cuento de que el mercado energético es estratégico. Así, sin más. Y se quedan tan a gusto. Como la teoría del monopolio natural ya no les vale para mantener nacionalizada la industria eléctrica, los políticos posmodernos de sonrisa perenne han decidido ahorrar recursos dialécticos y limitarse a poner adjetivos misteriosos para mantener cautivos a sus consumidores. Y es que lo de estratégico no quiere decir otra cosa que importante. Así que por ser importante el mercado eléctrico el gobierno francés diseña una fusión relámpago para que le italiana Enel no pueda comprar una empresa eléctrica francesa. A esto es a lo que siempre se le ha conocido como nacionalismo económico, que tanta pobreza ha repartido allí donde se ponía en práctica. Pero detrás de la nueva ola de mercantilismo que azota Europa hay algo más que nacionalismo. Y si no, que se lo pregunten a Montilla.

El gobierno español, que se encuentra en la vanguardia europea de este movimiento por la liquidación del mercado libre, ha hecho todo lo que ha podido y más para que Endesa, la primera eléctrica española, se quede en manos nacionales. Pero no por una cuestión de patriotismo sino, más bien, por concentrar la oferta energética en manos amigas. Para lograr mantener un cierto control sobre la producción energética no han dudado en amenazar de forma gansteril a la empresa alemana E.On con la suspensión de los derechos políticos de sus acciones de Endesa si continuaban ofreciendo a los accionistas de la eléctrica española una oferta mejor que la de Gas Natural, la empresa catalana controlada por el caja de ahorros pública que regala dinero al partido del ministro de industria. En su empeño por no dejar kilovatio fuera del control político el gobierno se ha atrevido a despreciar las más elementales normas de un estado de derecho y cambiar las competencias sobre opas de la CNE cuando la oferta pública de la alemana ya estaba hecha.

Si el mercado eléctrico y energético es muy importante, más motivo para que sea liberalizado con urgencia. Sólo en el mercado se puede estimar la importancia relativa que los consumidores le otorgan a un producto y sólo en el mercado el tamaño de las empresas puede revertir en beneficios continuados para el ciudadano de a pie. Y no porque el mercado libre sea mágico sino porque permite que las preferencias de los consumidores se reflejen en los precios crean incentivos para no despilfarrar recursos escasos. Sin embargo, este importante mercado no deja de recibir estrangulamientos políticos que amenazan con un sombrío futuro de desabastecimiento energético. Una lista interminable de despropósitos que se amplifican mutuamente, y entre los que destacan la casi paralización de la inversión en centrales nucleares así como el cierre anticipado de una de ellas por motivos puramente políticos, la subvención de tecnologías ineficientes pero políticamente correctas o la elevación del coste de producción gracias a tratados como el de Kyoto, mantienen en jaque a este importante sector.

El que no haya una unidad política, a pesar de ser otra excusa típica, tampoco quita ningún mérito a la libertad económica. Todo lo contrario. Como repetían una y otra vez los grandes pensadores liberales del siglo XIX, cuando los capitales no pueden cruzar las fronteras son los tanques o las caballerías los que lo hacen. Es precisamente la libertad comercial entre países y sobretodo la libertad de movimiento de capitales lo que apacigua los potenciales conflictos bélicos. De hecho, esta fue la idea que inspiró la Comunidad Económica Europea. Medio siglo después una generación de políticos intervencionistas ha secuestrado el barco europeo. Para volver a poner rumbo a una economía libre, próspera y pacífica los ciudadanos debemos hacer ver a nuestros gobernantes que no permitiremos más intromisiones en los intercambios voluntarios entre europeos. Si no lo logramos, apaguemos la luz y vayámonos a otro lado.

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