La Trujillo, que ha apadrinado ideas como los minipisos o regalar zapatillas kelifinder para fomentar el alquiler entre los jóvenes, ha parido otro plan genial para los españoles. Se trata de un nuevo código de edificación, un nuevo árbol de regulaciones que van a condicionar hasta el más pequeño aspecto de la promoción y construcción de viviendas.
Entre otras cosas, obligará a la implantación de placas solares, cuyo aporte tendrá que representar entre el 30 y el 70 por ciento de la energía, en función en función del volumen diario de agua caliente previsto, con un porcentaje mínimo de la electricidad. Colocar placas en los techos de los edificios es un lujo muy caro. Uno se pregunta cuál puede ser su utilidad bajo los plomizos cielos de Oviedo o Santiago de Compostela, pero la ley de Trujillo no entiende de matices o diferencias regionales o individuales. Placas para todos, sean o no rentables, que para eso están los ministerios. Para decidir lo que nos conviene en vez de que ejerzamos nosotros ese derecho.
La ley nos saldrá muy cara. Según constructores y promotores, entre un 3 y un 5 por ciento de la construcción de nuevas viviendas. Pero no todo son pérdidas, claro está. Esta ley, que según la vicepresidenta modernizará el sector inmobiliario, va a renovar y modernizar los bolsillos de los productores e instaladores de placas fotovoltaicas. Los beneficios serán enormes, y todo por satisfacer una necesidad falsa, creada artificialmente por una ley que obliga a todos, pobres y ricos, quienes le sacarán algún provecho y quienes no lo verán, a instalar placas. Esto de obligar incluso a los más pobres a que se gasten el dinero en lujos que alimentan las ensoñaciones energéticas de nuestros dirigentes socialistas debe de ser muy de izquierdas.
Además, es inútil. Necesitaremos más y mejor energía en el futuro, y las llamadas renovables no podrán ni de lejos ponerlo en marcha, más que en una parte muy pequeña. No son una solución; esa es la razón por la que socialistas de todas las bandas nos la quieren imponer. Les atemoriza el desarrollo de sociedades libres y prósperas, y por ellos volveríamos a la época de las velas y los candiles antes que aceptar el veredicto creador de la producción de energía por y para el mercado. Esto es, por y para la gente.