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El origen de la riqueza

Publicado en Libertad Digital

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Tras los atentados terroristas del 7 de julio en Londres se han producido todo tipo de reacciones: de dolor; de asombro; de verdadera solidaridad; y hasta de infame justificación. Una de las reacciones más sorprendentes ha sido la del análisis realizado por CNN+ sobre las consecuencias económicas de los ataques terroristas. No habían pasado aún 24 horas de las mortales explosiones cuando la cadena comenzó su particular campaña explicativa. Según repetían, los expertos consultados por la televisión de Polanco aseguraban que las consecuencias económicas de los atentados de Londres son iguales a las que cabe esperar de una catástrofe natural.

Tanto si la afirmación ha sido verdaderamente realizada por expertos como si no, se trata de una falacia monumental; si bien no evidente. La similitud más importante entre un acto de terrorismo y la ocurrencia de un desastre natural es la destrucción que tiene lugar en uno y otro evento dañoso. Es decir, se parecen desde un punto de vista físico. Sin embargo, si abandonamos el reino de los fenómenos naturales, las semejanzas se tornan rápidamente en diferencias abismales.

En primer lugar, mientras que el atentado terrorista es realizado por seres humanos y por lo tanto tiene una finalidad, el desastre natural responde a leyes naturales que se encuentran fuera del campo de la teleología. Este hecho, carente de importancia para estos “expertos”, separa dos universos: el de unos acaecimientos (en este caso atroces) que estudian (y en este caso rechazan y condenan) la ética y la justicia, de otro compuesto por sucesos puramente físicos que quedan fuera del bien y del mal.

Como puede imaginar cualquier persona con un mínimo de sentido común, una diferencia como esta no puede carecer de consecuencias económicas. Los desastres naturales están fuera del campo de las decisiones y acciones humanas. Responden a leyes de la naturaleza que desde el punto de vista del ser humano son regulares y que a menudo no conocemos con precisión. Estas circunstancias hacen que los eventos dañosos del mundo físico, como devastadores efectos de los terremotos o los defectos de fabricación de un producto industrial, puedan ser considerados como miembros de una misma clase de eventos y, en consecuencia, puedan ser asegurados. Por el contrario, las acciones humanas, ya sean buenas o malas, justas o injustas, no son asegurables. Los ataques contra la vida o la propiedad de las personas, por centrarme en nuestro ejemplo, no pertenecen a ninguna clase de eventos. Su ocurrencia no está determinada regularmente por ningún otro hecho anterior o simultáneo. Responden simplemente a decisiones humanas. Cada caso es tan único como los seres humanos que los ocasionaron y las circunstancias en las que se desarrollaron. De hecho, constituyen eventos autodestructivos en el sentido que una vez ocurren generan una experiencia que impide su repetición idéntica. Estas características son las que imposibilitan que los daños causados por acciones humanas intencionadas sean asegurables.

Por lo tanto, las catástrofes naturales llevan asociado un tipo de incertidumbre –al que llamamos riesgo– frente al cual uno puede estar totalmente protegido. En cambio, las acciones humanas conllevan una incertidumbre inerradicable que es cualitativamente distinta de la anterior y frente a la que no podemos asegurarnos. Esta realidad hace que las acciones terroristas –que en el caso de la yihad islámica pretende destruir la propia sociedad occidental– comporten una dantesca e irreductible incertidumbre cuyas consecuencias económicas no pueden ser más distintas de las de los desastres naturales. Como de costumbre la realidad tiene su forma y el imperio PRISA la retuerce. Está pasando, lo estás viendo.

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