Pedro Sánchez, el candidato fuerte de la izquierda, y que es muy posible que repita victoria, me recuerda en su trayectoria a Rafa Mora.
Por fin llegó el día más esperado de los últimos meses. Pedro Sánchez, el presidente no electo, se ha visto obligado a convocar elecciones para el próximo mes de noviembre. Más de ciento cuarenta millones de euros que los españoles gastaremos alegremente, a ver si esta vez logramos que nuestros políticos se pongan de acuerdo.
Todos sabemos que, en realidad, Sánchez no se ha visto realmente “obligado” a nada. Hace tiempo que los ciudadanos observamos con mirada vacuna cómo nuestros líderes de corchopán juegan a hacerse la cobra. Vox denuncia cordón sanitario de Ciudadanos y plantea condiciones sine qua non ostentosamente inadmisibles para el partido de Rivera. Unidas Podemos manifiesta su voluntad abierta de pactar con el PSOE, pero exige carteras. El PSOE, por su parte, restriega a Ciudadanos su veto, olvidando cuando, hace pocos meses, ellos también gritaban en las calles “Con Rivera, no”. El Partido Popular es la única formación política que parece haber encontrado su estrategia en la sonrisa inane de Casado. Nadie, excepto yo, que he perdido cuatro cafés con porras con mis compañeros de trabajo, esperaba un pacto.
¿Qué habría supuesto para nuestra economía que la izquierda hubiera llegado a un acuerdo? Es difícil hacer ese tipo de predicciones sin contar con las artes adivinatorias entre mis habilidades. Pero solamente con que Sánchez hubiera decidido continuar en su línea habría sido perjudicial. En los meses que lleva de gobierno, los datos económicos cantan lo evidente: la cosa no va bien. Tampoco acompaña el entorno económico del que nuestro país es más dependiente de lo que me gustaría. La tensión comercial, la previsible recesión alemana (a la espera de los datos de septiembre), la subida del precio del petróleo, las consecuencias económicas para España del Brexit, no son las mejores circunstancias.
Pero no es esto lo que mueve a nuestros políticos. No hay sentido de Estado. No importa si la confianza de los mercados se tambalea, o si nos estamos presentando como un socio débil, tanto económica como políticamente, a nuestros vecinos. Porque, para bien o para mal, en esta aldea global en la que vivimos, es la mirada del otro la que sanciona tu identidad y, descontando la habitual hipocresía en las maneras de la alta política internacional, España es vista como un socio, tal vez con potencial, pero con el que no se puede contar a corto medio plazo.
Nuestros políticos no están ahí. Ellos están más preocupados en salvarnos a todos de nuestras decisiones. En esta etapa de transición del bipartidismo al multipartidismo, los votantes repetidamente han repartido sus votos sin que haya un claro partido ganador. Sin embargo, los representantes de esos electores han decidido comportarse como si su formación fuera única e insustituible, en lugar de encontrar lugares comunes y gobernar para todos. Los cinco partidos definen sus estrategias como si cada uno de ellos tuviera el as en su manga, exhibiendo una carencia absoluta de liderazgo político. Justo lo que más hace falta en un panorama multipartidista.
De cara a las próximas elecciones, por el lado del centro-derecha, el miedo llevará a algunos votantes de Vox a votar al Partido Popular y el aburrimiento llevará a muchos votantes de Ciudadanos a votar al Partido Popular. Por el lado de la izquierda, Unidas-Podemos previsiblemente perderá muchos votos en favor del Partido Socialista Obrero Español. Retrocederemos a un modelo más bipartidista, y, muy probablemente, ganará el partido que menos se equivoque. Esas victorias vergonzantes por incomparecencia del adversario o porque algún rival no para de cometer errores obscenos siempre me ha parecido la peor manera de ganar.
Pedro Sánchez, el candidato fuerte de la izquierda, y que es muy posible que repita victoria, me recuerda en su trayectoria a Rafa Mora, el colaborador de Sálvame. Proveniente de un infame programa, Mujeres, hombres y viceversa, Rafa Mora, sin hacer nada, logró una popularidad que le permite, hoy en día, tener una silla y un sueldazo en el programa más visto de Telecinco. Sus activos específicos no tienen que ver con el periodismo sino con el faranduleo, la persistencia y la suerte. De la misma forma que en el caso de Pedro Sánchez sus dotes no tienen que ver con la visión política sino con el faranduleo en su ambiente, la persistencia y la suerte. Como dirían Les Luthiers: “¡Caramba, qué coincidencia!”.
Sin confiar en ninguno de los candidatos, de manera que no creo que me estrene como votante esta vez, me pregunto por el significado que cada una de las opciones y coaliciones que pueden acabar gobernando España tiene en el ámbito internacional. El análisis debería referirse a qué gobierno, en solitario o en coalición, tiene en su programa y en su voluntad, los principios económicos sanos y las agallas políticas para ponerlos en práctica. Quién va a alentar la inversión; quién va a bajar el coste laboral (no salarial) de las empresas; quién va a fomentar la empresarialidad entre nuestros jóvenes; quién va a pavimentar el camino de la independencia económica de los españoles, especialmente de los más necesitados.
Mientras tratan de responder a estas preguntas o a las que tengan en sus mentes, no olviden comprar palomitas para contemplar, con la misma mirada vacuna de siempre, el lanzamiento de porquería en su modalidad “todos contra todos” que ya ha comenzado. Y que Dios reparta suertes.