La sombra de una moción de confianza sobrevuela sobre la cabeza del presidente Rajoy.
A principios del 2017, Mariano Rajoy se someterá a la evaluación de su propia gente en el Congreso Nacional que el Partido Popular ha programado para la segunda semana de febrero. Apenas quince días antes de la semana de Carnaval, y con un recién estrenado gabinete, los populares deberían demostrar que son un partido unido y sin fisuras, al menos de cara a la galería.
Si tenemos en cuenta sus dos victorias electorales pasadas, escasas pero persistentes, y el continuismo de Rajoy a la hora de elegir a sus ministros, no debería ser un gran problema mostrar un escaparate aceptable. Y, sin embargo, no caben triunfalismos ni previsiones almibaradas.
A día de hoy no está claro que el Congreso vaya a aceptar los Presupuestos de Rajoy. A día de mañana no está claro que se vaya a aprobar alguna propuesta de Mariano Rajoy. Y para febrero, algunas voces ya apuntan a una situación insostenible. Tanto que la sombra de una moción de confianza sobrevuela sobre la cabeza del presidente Rajoy.
Los retos económicos de la legislatura, plasmados en los Presupuestos presentados, apuntan al más de lo mismo que ya estaba sobre la mesa. Especialmente desde el punto de vista económico: Cristóbal Montoro y Luis de Guindos se quedan, no hay mejora política, ninguno de los dos es vicepresidente, pero se quedan cada uno con lo suyo. Luis de Guindos con la papeleta europea, la baja productividad y un raquítico entorno empresarial en España; Montoro con las cuentas sin cuadrar, la impopular subida de impuestos, la ineficiente gestión territorial, el agujero negro de las pensiones, que drena recursos a una velocidad muy peligrosa; y an ambos casos, ciertos roces entre sus respectivos ministerios.
La dependencia de la economía española es el telón de fondo. Dependemos energéticamente, y eso implica un coste para las empresas y los consumidores enormes. Dado que el mercado de trabajo no es precisamente el más adecuado para crear empleo y generar riqueza, los empresarios por sí solos no van a tirar de ese carro. Lo más probable es que tiren de «otro» carro, del suyo, y reclamen ayudas y prebendas como todo hijo de vecino en este país. Pero también dependemos de la marcha del resto de los países. La deriva populista nacionalista recuerda demasiado a los panfletistas del siglo XVII que «por el bien de la nación», según decían, lograron privilegios de los soberanos a quienes, a su vez, ayudaron. La amenaza proteccionista, si se diera, perjudicaría a todos, y también a España, doblemente: de forma directa y también por ir a rebufo de los demás. Que Angela Merkel sea el nuevo icono liberal del panorama europeo es de chiste.
En estas circunstancias, la mejor de las situaciones se daría si el PP pudiera aplicar sus medidas de política económica y que se le juzgara por los resultados. No va a ser posible, y no porque los partidos de la oposición estén dispuestos a presentar mejores soluciones, sino porque no están dispuestos a dejarle moverse. La máxima de la legislatura de Mariano Rajoy, «estabilidad presupuestaria, continuar con las reformas y no liquidar lo que funciona», está seriamente comprometida. No es esperable que gaste menos, así que la bajada de impuestos sería suicida. Pero la subida de impuestos tampoco sería muy bien aceptada.
La politización de la economía nos ha llevado a la quiebra escandalosa de un sistema cuya muerte se viene anunciando desde hace tiempo, nos ha llevado a engrosar la deuda muchísimo más de lo que nosotros y las futuras generaciones nos podemos permitir, nos ha llevado a generar los peores incentivos entre administradores y entre administrados, inoculando en la sociedad un peligroso hábito de corrupción. Y ahora, esa politización de la economía nos va a llevar a que Ciudadanos y PSOE decidan posicionarse a favor o en contra del gobierno a tenor de la imagen que va a proyectar de ellos en tanto que «líderes» de la oposición. En el caso de Ciudadanos han de diferenciarse del PP y mostrarse como entidad independiente y bisagra necesaria para que haya acción de gobierno. En el caso del PSOE, tiene que ratificar permanentemente que no ha fallecido por colapso interno, que están vivos y no han sido sustituidos por Podemos como líderes de la izquierda española. Difícil cometido en ambos casos.
Pero mientras tanto, las pensiones, el desempleo, el déficit público, la presión europea y el débil sistema productivo español, esperan su turno.