El ministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varufakis, tenía muy claro cómo impagar la deuda pública helena antes de llegar al Gobierno, y esta particular hoja de ruta es la que ha intentado defender ante la troika.
El polémico economista lleva tiempo planteando una serie de medidas que, según él, podrían aplicarse sin modificar tratados ni leyes europeas, ni implantar la unión fiscal ni transferencias de dinero público entre Estados. De ahí su humilde título, Una propuesta modesta, que, por cierto, también fue usado por el célebre escritor Jonathan Swift –Los viajes de Gulliver– para titular un relato satírico de 1729 en el que ofrecía como solución para acabar con la situación de los pobres irlandeses que vendieran sus hijos como alimento.
El plan se basa en recurrir, precisamente, a gran parte de las ideas que contribuyeron a agravar y alargar la crisis de Grecia: la mutualización de la deuda, usando un esquema que recuerda a la ingeniera financiera del boom y sus titulizaciones (es decir, más y más deuda), la aplicación de un New Deal a escala europea, y el rescate banco a banco por parte del Fondo europeo de rescate (MEDE).
De acuerdo con el ministro griego, para reducir el endeudamiento, los Estados miembros transferirían al BCE su deuda por valor del 60% del PIB, el límite fijado por el Tratado de Maastricht. El BCE no compraría la deuda transferida, ya que no puede legalmente monetizarla. Sería como un apunte contable. El BCE, para hacer frente a los intereses de esa deuda asumida se endeudaría, a su vez, emitiendo bonos a un tipo de interés libre de riesgo.
Los Estados miembros pagarían los intereses de esos bonos emitidos por el BCE. De ahí que a dicho plan se le denomine Programa de Conversión de la Deuda Limitado (el BCE pagaría los intereses de la deuda, y los Estados -el Estado griego en este caso- los intereses de los bonos emitidos por el BCE).
El beneficio para Atenas sería reducir el coste de la deuda y quitarse de encima la presión ejercida por los inversores para que aplique las reformas que garanticen que devolverá lo prestado. No obstante, el famoso economista no menciona los incentivos perversos que crearía al estimular el endeudamiento de los bancos con el BCE para adquirir sus propios bonos, o la degradación del balance de la institución monetaria con la consiguiente depreciación del euro (un impuesto a todos los europeos).
Una vez el problema de la deuda estuviera bajo control (no a base de reestructurar el atrofiado Estado del Bienestar griego sino sobre la base de endosar y difuminar su deuda tóxica al resto de Europa), Varufakis propone llevar a cabo un gran plan europeo de gasto público, obviamente, no con su dinero (que no tienen) sino con el que, teóricamente, sería capaz de levantar instituciones como el Fondo Europeo de Inversiones y el Banco Europeo de Inversiones, respaldados, en última instancia, por dinero de los contribuyentes europeos.
La estrategia del ministro griego sería utilizar a estos organismos para gastar más, pero usando el dinero de otros. Como si la causa de gran parte de los males no estribara, precisamente, en el enorme gasto público y control gubernamental que todo lo acapara en el país heleno, y en el gran protagonismo de las políticas keynesianas.
Ciertamente, el ministro acierta al apuntar al descalabro de la inversión como uno de los hechos destacados de la crisis griega (así como la española, por cierto), pero para resolver el problema aboga por la sempiterna política socialista basada en vestir de poder a los políticos y funcionarios para que sean ellos (y no los inversores, empresarios y consumidores) los iluminados desde sus despachos para determinar qué empresas, sectores e industrias deberían existir y ser receptoras de la ingente cantidad de gasto.
Finalmente, otra de las grandes patas del plan inicial de Varufakis consiste en rescatar a los bancos caso por caso. La propuesta, en este sentido, pasa por usar de nuevo el MEDE para que adquiera un paquete accionarial del banco en dificultades y pase a nombrar, junto con el BCE, un Consejo de Administración para gestionar la entidad, priorizando la protección de los depósitos, pero sin excluir la posibilidad de liquidar la entidad.
Tras dicha gestión, el MEDE podría vender sus acciones y tratar de recuperar el desembolso. Y todo ello, sin que los Estados tuvieran que asumir ningún tipo de deuda adicional por los rescates financieros. Es decir, que el coste del rescate financiero no recaiga exclusivamente sobre los contribuyentes griegos, sino sobre el conjunto de los contribuyentes europeos.
La propuesta original de Varufakis para solventar los problemas de Grecia consiste, por tanto, en que el resto de Europa se haga cargo de una parte de la deuda pública helena, exigir un gran plan de gasto e inversión pública financiado por el resto de europeos, así como compartir la factura de los rescates bancarios de Grecia con el resto de europeos. En resumen, dinero, dinero y más dinero…