Esta situación es especialmente pronunciada en los negocios por Iinternet, debido a la dimensión global de la red, lo que eleva a cotas casi increíbles la escala y el plazo en que se pueden conseguir éxitos espectaculares.
Google es sin duda el paradigma actual del éxito. No contento con superar a los que podríamos considerar sus competidores tradicionales (los buscadores), su ambición desborda el ámbito de internet, y parece amenazar a gigantes como Microsoft, los operadores de telecomunicaciones o los medios de comunicación. Constituye así la prueba definitiva de la convergencia del estos mundos, la constatación de llamado "hipersector" de las Tecnologías de Información y Comunicación (TICs).
Hasta aquí, el análisis no pasaría de mera constatación de hechos en el mercado, de puesta en claro de las preferencias de los ciudadanos. Sin embargo, lo malo es que, como se dijo antes, el éxito atrae a otras moscas a la miel, los gobiernos. Y estos no son tan deseables.
Comienzan a acumularse las quejas contra Google, que ya han alcanzado rango de denuncia ante la Comisión Europea en algún caso. También está la ofensiva desatada desde el sector de las telecos, y no me refiero a la legítima de los operadores, sino a la de los gobiernos pretendiendo arrogarse el derecho a "dar permisos" para que unos paguen y otros cobren. Y tampoco hay que olvidar la ofensiva sobre contenidos, lanzada desde los terceros en liza, los medios, y que tiene su base en los malhadados derechos de propiedad intelectual.
Gracias a todo ello, los gobiernos empiezan a tomar protagonismo en un asunto en el que no deberían tener cabida, y encima promocionados desde determinados ámbitos, típicamente desde el de aquellos que no encuentran cómo plantar cara en el mercado la capacidad de innovación de Google.
Para ser justos, hay que reconocer que parte de la culpa de la situación es del propio Google, que no ha dudado en tratar de usar a su conveniencia esas mismas armas que ahora se vuelven contra él. Me refiero al debate de la neutralidad de red, que sobre todo en los Estados Unidos ha sido impulsado por el buscador con la clara intención de atar de pies y manos a los operadores de telecomunicaciones, que percibe como posibles competidores en el medio plazo.
Lo cierto es que lo peor que le puede pasar a Google es que los gobiernos empiecen a inmiscuirse en sus asuntos. Incluso en el tema de la neutralidad de red, aunque en el corto plazo obtuviera beneficios.
No sólo es lo peor para Google, sino también para sus rivales del hipersector (aunque parezca paradójico) y, en esencia, para los ciudadanos y la sociedad. Si estos agentes siguen dirimiendo sus cuitas en frente de los gobiernos, su destino quedará en esas manos, que serán las que arbitren los destinos de unos y otros.
Pero son precisamente los gobiernos los que menos saben de las preferencias de los consumidores. Y es sobre éstas donde ha construido su fortuna Google (como cualquier otro emprendedor). Por ello, el interés que, en parte buscado por él mismo, suscita Google entre reguladores y demás organismos augura el principio de su fin.