Alchian llegaba a la conclusión de que cuando la incertidumbre es radical, el comportamiento más eficiente es la imitación
El pingüino come de lo que encuentra en el mar. Pero en el mar, además de peces hay orcas y otros depredadores que hacen peligrosa la tarea de comer para los pingüinos. ¿Qué hacen? Esperan a que otro pingüino se adelante y se sumerja en el mar a ver si se lo come alguien o por el contrario, las aguas están tranquilas. A medida que el hambre aprieta, el coste de esperar aumenta. El caso es que a veces los pingüinos lanzan al agua a algún despistado para forzar el test, y si todo va bien se lanzan en masa a la pesca del alimento.
Los pingüinos no son los únicos que tienen ese comportamiento que no por más adaptativo es menos cobarde.
Los modelos de comportamiento
Fue Armer Alchian en un artículo de 1950 titulado Uncertainty, Evolution and Economic Theory quien estudió cómo incorporar la previsión incierta y la información incompleta como axiomas en los modelos de comportamiento económico. En su trabajo, Alchian llegaba a la conclusión de que cuando la incertidumbre es radical, el comportamiento más eficiente es la imitación. Estas situaciones se dan por ejemplo cuando hay demasiada información en el mercado o cuando el entorno cambia demasiado rápido. Pensemos en la variedad de alimentos y de marcas en los supermercados; en los catálogos de las librerías; en el número de programas y de canales de televisión; el número de restaurantes en las ciudades populosas de Occidente. Desde que nos levantamos elegimos entre un sinfín de opciones. No podríamos hacerlo tal y como describen los modelos de comportamiento tradicionales, si no fuera porque imitamos. Y entonces la clave es a quién imitar. Por supuesto, Alchian pensaba que el ser humano racional elegirá a alguien más informado. Dicho así en el siglo XXI y viendo lo que hay a mi alrededor suena a chiste. ¿Quiénes son las personas informadas? Es una pena constatar que seguimos a aquellos que nos ofrecen intencionadamente una información sesgada a sabiendas de que no podemos informarnos de todo para decidir adecuadamente. Usan esa dependencia de nuestras sociedades hiper-informadas para manipularnos. Y allá vamos como los pingüinos.
Seguir a la manada es un comportamiento estudiado por muchos autores como Chamley (Rational Herds, 2003) de quien he sacado el ejemplo del pingüino, así que no se trata de un insulto sino de un comportamiento humano típico. Los criterios según los cuales copiamos creando manada, en mi opinión, muestran qué valores realmente defendemos como sociedad. Más allá de los fines individuales, de las virtudes que cada cual seguro que desea desarrollar, son los comportamientos gregarios los que, de algún modo, nos definen como grupo.
El populismo y el populismo aguado
Por ejemplo, el populismo se hizo casi vírico en Latinoamérica y está invadiendo Europa a marchas forzadas. No importa la pobreza económica y moral a que ha conducido en otros países. Ahora y aquí es tendencia en su versión más templada, que no es sino el monstruo de siempre con botox y maquillaje. Cuando como yo se convive desde hace 15 años en el despacho con un pobrólogo se sabe que la ayuda al desarrollo deja muchísimo que desear, que hay personas muy informadas al respecto que están luchando por ser escuchadas y que invariablemente los gobiernos siguen aplicando las mismas medidas para luchar contra el hambre y el subdesarrollo. Lo mismo sucede con el sistema educativo, que no funciona desde ni se sabe cuánto tiempo y seguimos enganchados en los mismos mantras, como por ejemplo el famoso “más dinero es mejor”, sin tener en cuenta el cómo se gasta, y sin medir el impacto del gasto.
Nuestros pares de referencia tienen el brillo de la bisutería. Son parte de un showbusiness que toma decisiones sobre nosotros, nuestros hijos, nuestros ingresos, y a quienes votamos seducidos por la ilusión de que sabemos qué votamos. Es decir, a diferencia de los pingüinos, seguimos al que hace más ruido.
Eso sí. A la hora de criticar, especialmente a los jóvenes, no nos duelen prendas en acusarles de vagos, sin imaginación, sin nada por lo que luchar, faltos de contenido, insustanciales, sin valores… pero no reparamos en el ejemplo que, tal vez no en el terreno individual pero sin duda como sociedad, les estamos dando desde hace ya décadas. Lo que votamos, lo que les ofrecemos por televisión, las personas que premiamos, los modelos que les ofrecemos… lo que me extraña es que aún haya jóvenes con valores. Y no me refiero a esos niñatos que dicen tener valores cuando simplemente replican a papá y mamá, o defienden lo que se espera de ellos dado su grupo de origen (familia, colegio, bando político, religión), sino a los que de verdad se plantean su objetivo en la vida, los fines y los medios, e interiorizan su propio modelo ético (coincida o no con el de la familia, la religión, el colegio, etc.).
Cambiar la escala de valores de la sociedad es un proceso posible pero muy lento y pasa por reconocer el problema. No dejemos de intentarlo.