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El PSOE en tres dimensiones

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El PP ha dado un fuerte viraje a la izquierda con su política de subir impuestos y no tocar el gasto público.

La crisis del PSOE es un ejemplo de las estrategias e incentivos que los líderes y, en general, todas aquellas personas que quieren acceder al poder, deben implementar para alcanzarlo y mantenerse en él.

El «We, the people» de la constitución de EEUU, o las innumerables y bonitas referencias en nuestra constitución a la fraternidad, el interés general y la justicia social, no es lo que explica los comportamientos de los seres humanos cuando se organizan para tomar el poder y los recursos públicos, ya sea en forma de partidos políticos en una democracia o dinastías en una monarquía absolutista.

De hecho, el episodio final (por ahora) de Sánchez en el PSOE nos ilustra sobre lo que es realmente la política, los cálculos por propio interés y las acciones de los gobernantes (dentro de un partido o en el Gobierno del Estado) son las fuerzas motrices de la política. Y los líderes buscan sobrevivir una vez alcanzado el poder. Dado que el liderazgo y el poder no se ejercen individualmente, no hay líderes monolíticos (nadie tiene un poder absoluto de manera individual, ni siquiera en Corea del Norte o en Cuba, y, obviamente, todavía menos en países democráticos), éstos deben rodearse y valerse de más personas para mantener su poder.

El hecho de que en una democracia, o en los partidos políticos, existan normas, estatutos o leyes que limiten y ordenen, de algún modo, el poder que sus dirigentes disfrutan, no significa que Pedro Sánchez, o cualquier otro líder, no necesite de colaboradores leales, electores o partidarios que le respalden de alguna manera.

Las tres dimensiones en la política

Los autores Bueno de Mesquita y Alastair Smithanalizan por qué el mal comportamiento de los políticos en realidad casi siempre es buena política, hacen una clasificación del entorno político que envuelve al líder en tres dimensiones, en tres grupos de personas: los electores nominales (aquellos quienes potencialmente tienen algún papel en la elección del líder); los electores reales (quienes realmente pueden elegirlo y por ello son influyentes); y una parte de estos últimos, la coalición ganadora (cuya unión es esencial para nombrar al líder, sin la cual sería imposible hacerlo).

Básicamente, todo aquel que ha ocupado el poder ha tratado de moldear estos tres grupos estratégicamente con el fin de que los dos primeros (los intercambiables y los influyentes) fueran muy amplios y los esenciales, muy pocos. ¿Por qué? En primer lugar, porque para mantenerse en el poder se necesita contar con la lealtad de los esenciales, y para ello se necesita beneficarlos. Cualquier persona de las esenciales es un potencial sustituto para el líder, por eso es necesario recompensar su lealtad para que no elijan a otro líder o se postulen ellos mismos. En el caso de los gobiernos democráticos, los esenciales pueden ser los grupos organizados (funcionarios, sindicatos y patronal, etc.) o bien «los trabajadores», «los pensionistas», «la clase media», etc. De ahí que el poder en un sistema democrático siempre tenga incentivos a engrandecer el Estado de bienestar y el intervencionismo (o a no reducirlo ni aunque estemos prácticamente un quiebra soberana) para la compra de votos (para recompensar la lealtad de los votantes). En el caso de los partidos, del PSOE, por ejemplo, pueden ser los barones o sus representantes en el Comité Federal. Una manera de mantenerlos leales explicaría asociaciones tan raras como los pactos con Podemos a nivel regional o local: darles poder territorial (además de la cooptación política, es decir, restar influencia de un rival).

Por otra parte, tener muchos electores influyentes (en el caso del PSOE u otros partidos: mandos intermedios o los miembros del Comité Federal) le permite al líder aprovecharse de que haya más competencia entre estos por ascender en la estructura de poder y ser parte del grupo de esenciales (es decir, ser determinantes y por ello obtener mayores beneficios).

El problema de Sánchez y el PSOE

El problema con Sánchez ha sido variado y no se resume de manera un tanto simplista a su mayor o menor bagaje intelectual o firmeza de convicciones o mediocridad, sino a los comportamientos que deben adoptar los políticos para conservar el poder combinado con una situación difícil para el PSOE.

Por una parte, el PP ha dado un fuerte viraje a la izquierda con su política de subir impuestos y no tocar el gasto público (incluso aumentarlo). El propio interés en conservar el poder le empuja a no reducir el gasto públicas ni a reformar el statu quo, puesto que de lo contrario se les reduciría el número de esenciales y perderían el poder. Por otra, la irrupción de dos partidos que le disputan el centro y la izquierda. Ante esta tesitura, el breve Secretario General de los socialistas no ha podido repartir beneficios ni poder territorial al grupo de esenciales que le puso en el poder (las primarias no dejan de ser, más o menos, en votaciones en bloque por federaciones que también se explican por los beneficios que pueden obtener los militantes de hacer caso a sus líderes regionales).

Esto, a su vez, le ha impedido ir renovando y reduciendo ese grupo de leales necesario para mantenerse como líder del partido y que propiciara que hubiera cierta competencia entre ellos para ganarse los favores del líder (como hizo, en definitiva, Rajoy en el Congreso de Valencia tras perder las primeras elecciones). De hecho, qué favores va a haber si la pinza PP-Podemos ha propiciado su fracaso electoral y sentenciado a muerte política. Y en cuanto se percibe el ocaso de un líder, los leales ven peligrar sus beneficios y privilegios, y buscan otro.

Pero no sólo han sido los fracasos electorales. La amenaza de un pacto de Sánchez con Podemos e independentistas era lo mismo que amenazar los beneficios y privilegios que disfrutan autonomías, como la andaluza, que perciben más recursos públicos de los que aportan (hay más consideraciones y aristas que contemplar en estos temas). Algo que dificultaría mantenerse en el poder no sólo a algunos barones sino incluso al PSOE como partido nacional (Andalucía gana importancia una vez se ha perdido mucho terreno en Cataluña donde se coqueteaba con el nacionalismo pero no con el independentismo más extremo).

Por tanto, si no se puede dar beneficios a la coalición del grupo de esenciales que le catapultó en el poder del PSOE y, encima, amenaza a esos mismos «leales», lo normal es que se pierda el poder. No importa tanto la gestión eficiente, las ideas o integridad, sino la compra de voluntades e intereses.

Conclusión

Dicho lo anterior, ¿cómo éstas mismas personas van a velar por el interés general cuando toman el control de los recursos públicos? ¿Acaso se convierten en ángeles una vez llegan a la Moncloa? Una lástima que estos partidos todavía dispongan de electores tan leales.

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