No es nada fácil ser un buen camarero. Ni gestionar de forma eficiente un restaurante o un hotel.
“Estacional, precario y de bajo valor añadido». Así calificaba esta semana Alberto Garzón al turismo español y desataba una nueva tormenta. Las declaraciones del ministro de Consumo generaban un enorme malestar en el sector. Desde la Mesa del Turismo (que en un comunicado oficial le exigía la rectificación inmediata o dimisión) al chef José Andrés (que le respondía en redes sociales), decenas de actores de la que sigue siendo la principal industria de nuestro país protestaban por la enésima ocasión en la que un político menospreciaba su contribución a la economía nacional.
No es la primera vez que ocurre. Es relativamente habitual que políticos y economistas desprecien el empleo y la riqueza que genera el sector de los servicios turísticos, resumido en esa manida (y muy fea) expresión de que somos «un país de camareros», con la que se pretende resumir esa supuesta condena que sufre nuestra economía y nos obliga a la especialización en sectores de baja productividad y generación de riqueza.
Y no es la primera vez que es un error. En primer lugar, porque el turismo aporta alrededor del 12-14% del PIB y el empleo de nuestro país; aunque, como recuerda aquí Francisco Coll Morales, responsable de estudios de Civismo, sumando servicios auxiliares se sitúa más bien cerca del 25% del total producido cada año por nuestro país. Precisamente por eso es tan peligrosa la actual crisis desatada por el Covid-19: como explicábamos en Libre Mercado hace unas semanas, es como si la hubieran diseñado para perjudicar nuestra economía. En este contexto, no parece muy buena idea que un ministro descalifique a la principal industria del país. Pero es que, además, el comentario supone, en el mejor de los casos y mirándolo por el lado más positivo para el ministro, una simplificación injusta.
Por un lado, es cierto que el sector servicios suele ser el hermano pobre de la productividad desde un punto de vista estadístico: si dividimos la economía en cuatro grandes sectores (agricultura-manufacturas-construcción-servicios), el primero y el último suelen aparecer en las estadísticas por detrás de aquellos en las métricas de valor generado por trabajador o por hora trabajada. Del mismo modo, es cierto que dentro de la categoría «servicios» se engloban cientos de ocupaciones, desde las telecomunicaciones (uno de los subsectores más productivos en cualquier economía) al transporte o el comercio al por menor. Y lo mismo ocurre en el turismo: aunque agrupado a veces en una única categoría, hay enormes diferencias de productividad entre actividades como los hoteles, las agencias de viaje, el transporte aéreo o la restauración. Aquí, por último, podríamos entrar en la complicada discusión técnica de cómo se mide la productividad de algunos sectores (más complicada en los servicios que en la industria) y en las diferencias derivadas del tamaño, la internacionalización o la profesionalización de las empresas.
Competitividad
En este sentido, el turismo no fue sólo una manera sencilla de crecer en los años 60 y 70. Es cierto, España disfrutaba (y sigue disfrutando) de una serie de ventajas geográficas que le permitieron atraer un turismo de masas que ayudó al milagro económico de aquellas décadas. Pero sería miope pensar en el turismo como un sector del pasado. En un mundo cada vez más automatizado, en el que los procesos industriales y los relacionados con el manejo de la información o las tareas repetitivas, van perdiendo fuerza en el empleo, los servicios personales cada vez son más importantes. Como apunta Coll Morales «el 20% de todo el empleo generado en el planeta» desde 2013 ha estado relacionado con el turismo. Y ahí, España es una potencia; de hecho, es la primera potencia a nivel mundial. Quizás es una fortaleza que deberíamos aprovechar, no una debilidad de la que lamentarnos.
Es verdad que hay mucho margen de mejora (en el sector servicios y en los demás). Pero los males que Garzón achaca al turismo son generalizados en la economía española. La temporalidad, la baja productividad o el excesivo peso de las microempresas no son consecuencia del peso del sector servicios; son más bien características propias de nuestro tejido productivo que, también, se reflejan en ese sector. Y lo que habría que preguntarse es si las políticas que promueve el ministro (mercado laboral más rígido, más intervencionismo, impuestos más altos, trabas para que las empresas crezcan…) ayudan o no a solventar esos problemas estructurales.
Pero si por algo se caracteriza el sector turístico español es por su calidad y su competitividad. Sí, esa palabra maldita, que tanto daño nos hace cuando miramos la posición de nuestro país en los rankings internacionales. Pues bien, el turismo es quizás el único sector de la economía en el que nos miramos de igual a igual con los países más ricos del mundo.
No es una apreciación personal. Cada dos años, el World Economic Forum (WEF) publica su The Travel & Tourism Competitiveness Report. Pues bien, España ha encabezado la lista en todas las ediciones desde 2015. No hablamos de un índice centrado en el clima, las playas o lo divertido que puede ser cada destino. Eso se lo dejamos a los gustos de los viajeros.
El índice del WEF se divide en cuatro grandes categorías (Entorno Empresarial, Condiciones del sector, Infraestructuras públicas y privadas, Recursos naturales y turísticos). Y cada una de ellas se divide en decenas de subepígrafes, hasta más de cien: desde los impuestos (ahí no puntuamos bien) a la seguridad jurídica, pasando por relación calidad-precio, servicios públicos, calidad del personal empleado, capacidad de la industria o destinos declarados Patrimonio de la Humanidad.
Y sí, como decíamos antes, España es el primer país del mundo. Por delante de Francia, Alemania, Japón y EEUU. ¿Existe algún otro campo de la economía en el que podamos decirlo? En casi todas las categorías, tanto las que miden la calidad empresarial como aquellas más centradas en los servicios o las infraestructuras, España destaca. Y en el acumulado, lidera el ranking. El turismo no es una debilidad de la economía española, es su principal fortaleza; como decíamos hace un par de semanas, es su foso, su ventaja competitiva, aquello que los demás no pueden copiarnos, los cimientos sobre los que edificar nuestro crecimiento de los próximos años. En la imagen de la derecha (en inglés, click para ampliar) está el resumen de la ficha de España en el ranking del WEF: como vemos, en la mayoría de los epígrafes rondamos las primeras posiciones de la clasificación (las notas van de 1 a 7).
¿Hace falta continuar en la senda de incrementar la profesionalización, mejora tecnológica, crecimiento de las empresas, diversificación? Por supuesto. Y se ha hecho mucho en los últimos años. Los restaurantes españoles no son los de hace dos décadas, ni los hoteles, ni las empresas. De hecho, las multinacionales españolas del sector hace mucho tiempo que salieron a competir, con éxito, en el mercado internacional. Tampoco es casualidad que algunas de las grandes marcas internacionales de hoteles tengan poca presencia en nuestras costas y ciudades: es que competir en España es muy complicado, como lo es hacerlo mejor que nuestras marcas en términos de calidad-coste.
Presente y futuro
Pero las palabras de Garzón no sólo son un error por lo que se intuye sobre el desconocimiento del presente del sector. Sino también por la falta de visión de futuro. No sólo en la frase que ha copado los titulares: en todo su discurso se intuye esa obsesión de la extrema izquierda por la planificación, la elección de los sectores ganadores, la designación de campeones nacionales (quién debe y quién no disfrutar del favor del Estado, con ese tufillo a planes quinquenales del siglo XXI).
Porque es cierto que, a corto plazo, esta crisis es muy dañina para España. Los próximos dos años serán durísimos. Pero también es verdad que muchos economistas alertan de que puede ser el momento definitivo en el que despeguen algunas de las tendencias que venían insinuándose en los últimos años: teletrabajo, revolución del transporte, uso masivo de las nuevas tecnologías de la información… Y ahí nuestro país tiene mucho que decir.
Alguna vez hemos hablado de la posibilidad de convertirnos en la California-Florida de Europa: el lugar al que los trabajadores, empresarios, jubilados más ricos del Viejo Continente vienen a vivir. Simplificando mucho, la idea es: «Si no tienes que ir a la oficina y puedes trabajar desde casa… ¿prefieres que tu casa esté junto a un campo de golf en Málaga o en las afueras de una capital escandinava?» o «Si quieres montar una empresa de tecnología punta y contratar personal muy cualificado: ¿qué es más atractivo, tener la sede en Mallorca o en una región industrial del centro de Europa?». Con todos nuestros respetos a nuestros vecinos de la UE, probablemente un porcentaje relativamente alto de encuestados se inclinarían por la opción española. Es lo que ha estado ocurriendo en EEUU en los últimos 40 años: en California, en Florida y en casi todos los estados del llamado «Cinturón del Sol», ha habido más crecimiento económico y de población que en el noreste, que tradicionalmente era el motor económico del país. Eso sí, esto no se puede dar por sentado ni ese movimiento va a venir sólo motivado por el clima: hay que crear un entorno empresarial atractivo y posibilidades para esas inversiones-empresas-trabajadores (y no, subidas de IRPF, impuestos a la riqueza, Sociedades… no parecen la mejor alternativa).
En ese proceso, el turismo es fundamental y puede ser el complemento perfecto para impulsar el crecimiento de esos empleos-empresas de tecnología punta y mucho valor añadido (además de la mejora en productividad del propio sector). En primer lugar, porque la calidad de vida también la dan los restaurantes, hoteles, campos de golf o teatros. Y, además, porque suele ser la carta de presentación de cualquier destino: los jubilados noruegos, alemanes o ingleses que viven en nuestras cosas primero fueron turistas.
En esa visión del futuro al que deberíamos aspirar, lo que tenemos es un sector turístico-servicios mucho más productivo que el que se le viene a uno a la cabeza cuando escucha simplificaciones como las de esta semana. Ése es el reto del sector: incrementar productividad-sueldos, diversificar oferta, consolidar la actividad no estacional… En este punto, mejorar la calidad de empresas y trabajadores, y hacer que su interacción sea más productiva, sería clave un sistema educativo que no ignorase la realidad de nuestro país (tanto la FP como las universidades deberían ofertar muchos más títulos relacionados con este sector). Porque, de nuevo, también se estaba consiguiendo reducir esa estacionalidad: hay hoteles que cierran durante meses, pero cada vez son menos. Los pueblos de veraneo ya no están tan muertos de noviembre a abril como hace 30-40 años.
No es nada fácil ser un buen camarero. Ni gestionar de forma eficiente un restaurante o un hotel. Cuando salimos al extranjero, los españoles muchas veces nos sorprendemos del precio de un hotel medio y lo comparamos con los nuestros. O de los servicios que damos por garantizados hasta que nos dicen que no están disponibles. O de lo fácil que es pagar 50€ por una comida del montón y lo que puedes conseguir por esa cifra en restaurantes de nivel medio-alto de Madrid o Barcelona. Eso es competitividad, profesionalidad, riqueza, Marca España… aunque el ministro de Consumo no lo entienda.