En este entorno tecnológico tan dinámico, cambiante y complejo, acaba de irrumpir la Comisión Europea como un elefante en una cacharrería.
Cerca del 80% de los dispositivos móviles del mundo utilizan un sistema operativo basado en Android. No porque Google fabrique el 80% de todos los ‘smartphones’, sino porque los fabricantes de teléfonos móviles —como Samsung, Sony, HTC o Xiaomi— escogen libremente instalar Android en sus terminales. ¿Por qué deciden usar Android en lugar de desarrollar sus propios sistemas operativos siguiendo el modelo de Apple con el iOS o el de Microsoft con Windows Phone? Porque Google desarrolló originalmente Android y lo regaló a todo aquel que quisiera comercializarlo en sus móviles; de hecho, hizo algo más que regalarlo: dio acceso gratuito al código de Android para que cualquiera pueda crear su propia versión de este sistema operativo e incorporarla a sus dispositivos sin pagarle por ello comisión alguna a Google.
Como es obvio, muchos de estos fabricantes prefirieron —y siguen prefiriendo— usar Android antes que desarrollar desde cero sus propios sistemas operativos. Gracias a la supresión de ese enorme coste de entrada, nuevos fabricantes accedieron a esta industria comercializando dispositivos a un precio mucho más bajo que hasta entonces: a día de hoy, contamos con una amplia gama de ‘smartphones’ cuyo precio se ubica entre 150 y 250 euros, posibilitando la entrada de muchísimos nuevos consumidores que previamente quedaban fuera del mercado. Fue así como Android conquistó más del 70% de los terminales móviles: ofreciéndose gratuitamente a los fabricantes para que estos pudieran multiplicar su base de consumidores.
En la actualidad, a partir de ese código originalmente ofrecido en abierto, existen diversas versiones de Android en competencia: la versión de Android de Google es solo una más entre todas ellas; sí, es la más popular y exitosa entre los usuarios, pero no deja de ser una versión más que se ve forzada a competir día a día con otras versiones de Android, como el Fire OS de la todopoderosa Amazon o el MIUI de Xiaomi (desarrollados sin haberle pagado nada a Google por el código abierto de Android). ¿Qué ofrece Google a cambio de su versión de Android? Un amplio paquete de aplicaciones preinstaladas (y con un nivel de integración perfectamente compatibilizado con Android) que son altamente demandadas por los usuarios finales: la tienda de Apps Play Store, el navegador Chrome, el buscador Google o el servicio de mapas Google Maps. Es decir, la versión Google de Android es tremendamente competitiva frente a las rivales y, por eso, muchos fabricantes quieren incorporarla a sus dispositivos.
En este sentido, y como requisito para evitar la fragmentación de sistemas operativos Android que impliquen riesgos reputacionales para Google (fabricantes que distribuyan versiones deficientes de Android) así como sobrecostes para los desarrolladores de ‘apps’ (evitar que deban crear muy distintas versiones de una misma aplicación), la compañía exige a los fabricantes que quieran vender dispositivos con su versión de Android que no comercialicen versiones de Android no adheridas a unos estándares mínimos de compatibilidad (Compatibility Test Suite o CTS).
Nótese, primero, que Google no obliga a los fabricantes a comercializar en exclusiva su versión de Android, sino que condiciona la comercialización de su versión a la no comercialización de otras versiones que no superen unos estándares mínimos de compatibilidad. Cualquier fabricante, sin embargo, puede optar por comercializar versiones no compatibles: Alibaba, por ejemplo, vende dispositivos móviles con un sistema Android no compatible que se ha convertido en el segundo más usado de China, AliOS.
Nótese, segundo, que Google tampoco vincula la adopción de un sistema Android que cumpla tales estándares mínimos de compatibilidad con la instalación de su paquete de aplicaciones: se pueden instalar sistemas Android que superen el CTS y que no usen aplicaciones de Google. Por ejemplo, la versión de Android desarrollada por Amazon (Fire OS) no ofrece preinstalados ni la Play Store (sino la Amazon Appstore), ni el navegador Chrome (sino el Amazon Silk) ni el buscador Google (sino Bing).
Y nótese, tercero, que preinstalar el paquete de aplicaciones de Google en su versión de Android no implica prohibir la posinstalación de otros navegadores o motores de búsqueda. Solo implica que, al menos de entrada, el usuario que ha comprado la versión Google de Android comienza navegando con Chrome y efectuando búsquedas con Google. Pero si prefiere otra configuración, basta con que la adopte: el Android de Google no lo impide.
En definitiva, en el mercado actual de los ‘smartphones’ existen innumerables opciones competitivas que sobrepasan cualquier control que Google pudiera querer ejercer. En un primer nivel, cabe escoger entre sistemas Android y no Android (iOS o Windows Mobile, por ejemplo). En un segundo nivel, entre versiones de Android compatibles o no compatibles (como AliOS). En un tercer nivel, entre las diversas versiones compatibles de Android (la de Google o Amazon o MIUI, por ejemplo). Y en un cuarto nivel, entre las múltiples aplicaciones que ofrece la versión Google de Android (estén preinstaladas o no).
Pues bien, en este entorno tecnológico tan dinámico, cambiante y complejo, acaba de irrumpir la Comisión Europea como un elefante en una cacharrería multando a Google con 4.340 millones de euros por, según dice, limitar la competencia al, por un lado, preinstalar integradamente todas sus aplicaciones en su versión de Android y, por otro, limitar la proliferación de versiones incompatibles de Android merced a sus acuerdos antifragmentación. Sí, repito, Bruselas sanciona a Google: probablemente la compañía que más ha hecho por potenciar la competencia en el mercado de sistemas operativos para móvil con la cesión gratuita del código abierto de Android.
En su irracional invectiva contra la tecnológica estadounidense, Bruselas dice querer fomentar la competencia en el sector de los sistemas operativos, pero lo que realmente quiere hacer es imponer su modelo de competir. A la postre, si se impide a Google preinstalar integradamente todo su paquete de aplicaciones para móvil o si se fomenta la fragmentación del ecosistema Android, lo que estará haciendo es, por un lado, erosionar la posición competitiva de Google frente a otros de sus pujantes rivales dentro del ecosistema Android (como Amazon, Xiaomi o Alibaba) y, por otro, erosionar la posición competitiva de Android frente a otros ecosistemas rivales como iOS. Es decir, no tendremos ni más ni mejores productos, sino otro tipo de productos más alejados de las preferencias y las necesidades de los consumidores. Eso sí, Bruselas volverá a imponerse como el matón de la clase demostrando quién manda en el continente: ni los consumidores ni las empresas innovadoras, sino los burócratas antimercado.