Resulta sorprendente que, en todos estos años, nadie haya ejercido el derecho al tiranicidio que defendieron la mayoría de los pensadores escolásticos españoles del Siglo de Oro. Dicen que ha habido múltiples intentos de matarle pero lo cierto es que no debieron poner el suficiente empeño en la tarea.
Hoy, cuando Castro cumple ochenta años convaleciente de una reciente intervención quirúrgica, son muchos los que se preguntan cómo es posible que uno de los mayores tiranos de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI vaya a morir manteniendo todas sus propiedades robadas, sus esclavos y su aureola de héroe. No cabe la menor duda de que gran parte de la culpa la tienen sus guardaespaldas dialécticos: los políticos e intelectuales de izquierda y no pocos socialistas de derecha, amantes todos del estatismo. Sin embargo, gran parte del mérito recae en el propio Castro, quien parece haber seguido al pie de la letra las descripciones de Juan de Mariana sobre el típico tirano.
Hace más de cuatro siglos el jesuita de Talavera advertía que el tirano consigue su poder mediante el uso ilegítimo de la fuerza pero, aun partiendo de un origen legítimo, lo desarrolla con violencia, y se enfrenta a los buenos. Además, como los Castro y Guevara, el tirano se caracteriza porque "se apodera de todo por medios viles y sin respeto alguno a las leyes, porque estima que está exento de la ley". Por eso no se somete "al mismo derecho que los demás [el derecho natural] ni, por lo tanto, constriñe el uso de la fuerza a hacer respetar ese derecho, sino que es amigo de atemorizar con el aparato de su fuerza y su fortuna".
Castro ha sabido usar la mentira y la maquinación como pocos dictadores. Ya en 1598 Mariana explicaba que "el tirano, como no tiene confianza en los ciudadanos, busca su apoyo en el engaño y la intriga". Sin embargo, lo que ha bordado es esa necesaria faceta de atemorizador. Quizá sea porque Castro, como todos los grandes tiranos, "teme necesariamente a los que le temen, a los que trata como esclavos, y para evitar que éstos preparen su muerte, suprime todas sus posibles garantías y defensas, les priva de las armas, y no les permite ejercer las artes liberales dignas de los hombres libres."
Quizá esta caracterización del tirano unido al poder represivo del sistema socialista ayude a explicar no sólo por qué Castro ha logrado evitar el tiranicidio sino, sobre todo, por qué ha defendido el socialismo incluso después de su refutación teórica y práctica. El socialismo otorga herramientas muy útiles para la perpetuación del tirano en el poder; herramientas que Castro ha sabido usar como nadie. Y es que "el tirano, para impedir que los ciudadanos se puedan sublevar, procura arruinarlos, imponiendo cada día nuevos tributos, sembrando pleitos entre los ciudadanos y entrelazando una guerra con otra. Construye grandes monumentos a costa de la riqueza de los súbditos, y así nacieron, según nos cuenta Aristóteles, las pirámides de Egipto y los subterráneos del Olimpo en Tesalia".
Coincidir en el tiempo y en el espacio con este perfecto déspota ha supuesto una infernal pesadilla para millones de cubanos. A todos ellos les deseo que pronto despierten sin el tirano y puedan disfrutar de su libertad, responsabilizándose de sus acciones y ejerciendo sus derechos individuales.