Si el BCE perpetuara sus recompras, la siguiente parada para la Unión Europea es un estancamiento japonés.
“When the walls come crumbling tumbling down” John Mellencamp
Este jueves en la CNBC comentábamos que en Europa los gobiernos viven completamente desconectados del riesgo que se cierne.
Los principales países europeos se enfrentan a más de 2,5 billones de euros de vencimientos de deuda entre 2018 y 2021. Y el Banco Central Europeo (BCE) acaba de anunciar el urgente y muy necesario final de su programa de recompras de bonos en diciembre de 2018.
Esos estados se han “ahorrado” más de 1,15 billones de euros en coste de la deuda por la manipulación de los tipos de interés y las primas de riesgo del mismo Banco Central Europeo. Adicionalmente, éste ha comprado más del 21% del total de deuda de España, el país -con Italia- más “beneficiado” por las recompras de bonos.
Ninguno de esos países sabe cuál es la verdadera demanda de sus bonos ni a qué tipos, porque el irresponsable programa de recompra del BCE suponía hasta siete veces la oferta neta de bonos. Es decir, lo compraba todo. Para que se hagan ustedes una idea, en el máximo del programa de recompras de la Reserva Federal, ésta nunca supuso el 100% de las emisiones netas. Eso permitía tener siempre una cierta demanda real, un pie en el suelo. El Banco Central Europeo cometió el error de “ahogar” de liquidez al mercado secundario. Tras más de dos billones de euros gastados en rescatar estados ineficientes, llega el tsunami.
Primera parte, la política de la cigarra. Los estados se han gastado esos 1,15 billones de euros -y más- en este periodo y lo han hecho en aumentar desequilibrios internos, es decir, aumentando gasto corriente.
Segunda parte, la carta a los Reyes Magos. Los estados se han gastado ese ahorro y, además, han fiado toda su consolidación fiscal a dicha política del BCE y a mayores ingresos, subiendo impuestos. Es decir, poniendo zancadillas a la recuperación ante un posible cambio de ciclo.
Tercera parte, ceguera comunitaria. Los datos de crecimiento de la Eurozona llevan deteriorándose más de siete meses. A los pobres datos de producción industrial, crecimiento de crédito e inversión, se añade la revisión a la baja de las estimaciones de crecimiento del PIB de la eurozona -ratificada el jueves por el BCE- y de sus países principales, nuestros mayores socios comerciales. Y, sin embargo, los mandatarios hablan de sus países y la economía como si nada pasara.
Cuarta parte, se encienden las luces y se apaga la música. Los tipos van a subir y las recompras de bonos se acaban, tras prolongarlas innecesariamente más de dos años.
Quinta parte, el borracho que se niega a irse a casa. Unos estados que se han lanzado, en los pasados dos años en particular, a prometer más y más gasto confiando en unos ingresos de un ciclo que se ralentiza y unos ahorros de coste de deuda que se acaban… Todos los populistas exigen que se aumente el déficit -la deuda- y gastar mucho más pensando que los ingresos son seguros y, en la mayoría de los casos, crecientes.
La irresponsabilidad de acometer este cambio de ciclo de esta manera nos recuerda a los errores de noviembre de 2008, cuando la Unión Europea, en su política del avestruz, anunciaba a bombo y platillo un plan para afrontar la crisis en el que nos dejamos casi el 1,5% del PIB de la eurozona y destruimos 4,5 millones de puestos de trabajo multiplicando la deuda gastando en elefantes blancos haciendo -de nuevo- el diagnóstico erróneo. Que el problema era “externo”. La combinación de soberbia e ignorancia de la Unión Europea nos llevaba a la crisis más larga desde la creación de la Eurozona y, ahora, salimos más endeudados y más frágiles de lo que entramos.
Alguno dirá que la solución es simple, que el BCE siga aumentando las recompras y vuelva a dar la patada. Sin embargo, ya no funciona. Lleva sin funcionar muchos meses, y la evidencia está en la ralentización de los datos macro y el pobre desempeño de los activos de riesgo.
De hecho, si el BCE perpetuara sus recompras, la siguiente parada para la Unión Europea es un estancamiento japonés. Y, justo ayer, el gobernador del Banco de Japón, Kuroda, nos mostraba, como siempre, el decepcionante resultado en expectativas de inflación y crecimiento de su economía.
Ya explicamos en esta columna que llega el invierno para los estados entregados al endeudamiento masivo y el desequilibrio perpetuo, y nuestros gobernantes se enfrentan al cambio de temperatura en bañador, tumbados en la hamaca de la táctica política de no hacer nada pensando en las siguientes elecciones, y tomándose el decimoquinto daiquiri de déficit estructural. Mientras, esa ola que se ve a lo lejos es un tsunami. Y la Unión Europea mira al horizonte pensando “un daiquiri más y me levanto”. Lo pagará el contribuyente.