Hace muchos años ya que me desengañé al respecto, y hoy considero que, bien utilizados, los prejuicios son un instrumento de lo más útil para la vida diaria. Porque, ¿qué es un prejuicio? Pues no más que una idea somera sobre cómo son las cosas. Es decir, un prejuicio es, en realidad, un juicio superficial sobre cómo son las cosas.
Por supuesto que sería ideal contar con un juicio bien informado y justo sobre cada una de las personas que vayamos a conocer en nuestra vida, o que simplemente nos crucemos por la calle. Pero, ¿quién podría tener de antemano toda la información necesaria sobre todas las personas con las que vayamos a tener el más mínimo contacto? Nadie.
Además, esa información no está ahí, esperando a que la cojamos sin más, sino que en gran parte la tenemos que descubrir la información relevante para nuestras acciones. Lo que hacemos es, simplemente, buscar mucha información de los asuntos que más nos atañen y menos para los que nos quedan más lejos. Hay un montón de aspectos de la vida de los cuales sólo podemos tener, porque sólo eso nos interesa, una idea somera; es decir, un prejuicio, que es un ejercicio de economía de medios.
Y en muchas ocasiones son útiles. Imagínense que un hombre de raza negra se cruza, en un camino de Alabama con un grupo de hombres vestidos del Ku Klux Klan. ¿Debe continuar su camino, manteniendo hacia ellos una actitud abierta de mente? ¿O debe huir como alma que lleva el diablo antes de comprobar si su prejuicio era injusto o no?
Es cierto que no podemos dejarnos llevar por ellos muy lejos, ni tomárnoslos demasiado en serio. Pero para multitud de los afanes y avatares diarios es lo único de que podemos disponer.