El gobierno de Putin, por su parte, es un sólido apoyo para los regímenes de Nicolás Maduro y del clan Castro.
La Guerra Fría no fue tan incruenta como se suele pensar. La percepción está distorsionada por el hecho de que, con la excepción de la guerra civil griega (que tuvo lugar entre 1946 y 1950 y se saldó con cerca de 100.000 víctimas mortales), no hubo enfrentamientos en el que fue el principal campo de batalla de los anteriores conflictos globales: Europa. Ni tan siquiera la Revolución Húngara de 1956 entra en esa consideración. El bloque occidental no acudió en socorro de los magiares cuando estos fueron invadidos por la URSS tras el derrocamiento del gobierno títere comunista de András Hegedüs. Sin embargo, sí hubo combates y cientos de miles de muertos.
Los frentes de ese conflicto, considerado con razón como la III Guerra Mundial por autores como Eliot C. Cohen y Norman Podhoretz, estuvieron en el Sudeste asiático, África y América Latina. Dentro de esta última, el conflicto armado se extendió sobre todo por Centroamérica, que se vio inmersa en varias guerras civiles, así como en países suramericanos como Colombia y Perú, que tuvieron que hacer frente a las FARC, Sendero Luminoso y otros grupos armados de ideología marxista.
Tal vez haya llegado la hora de dejar de referirnos a aquella época sin un ordinal previo, y debamos comenzar a nombrarla como Primera Guerra Fría. El presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, comenzó hace ya tiempo a impulsar una política internacional que ha conducido a lo que de hecho es ya una segunda guerra fría. El Kremlin reclama recuperar el papel de superpotencia rival de EEUU que tuvo en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, hay diferencias con aquel periodo.
Diferencias con la Primera Guerra Fría
En esta segunda guerra fría los campos de batalla no están, al menos por el momento y no parece que la cosa vaya a cambiar, en África, el Sudeste asiático y América Latina. Los únicos enfrentamientos bélicos militares han tenido lugar en Europa Oriental, en concreto en Ucrania. Rusia primero se anexionó la Península de Crimea y después alentó y participó (aunque eliminando los emblemas de los uniformes de los soldados y del material bélico) en los levantamientos de Donetsk y Lugansk. Paralelamente a esto, Moscú ha convertido al exclave báltico de Kaliningrado (situado entre Polonia y Lituania) en la región más militarizada del Viejo Continente y un foco de permanente tensión con la OTAN.
En el continente americano también se libra la segunda guerra fría. Putin ha recuperado con Cuba una relación propia de la época soviética (Ver más: Vladimir Putin retoma la Guerra Fría en el Caribe de la mano de Raúl Castro). Responder a la penetración rusa en América Latina y el Caribe se ha convertido en una de las prioridades del gobierno de Donald Trump en política exterior (Ver más: La penetración rusa y china es el gran desafío a EEUU en América Latina y el Caribe). Con la excepción cubana, los enfrentamientos en la región ahora son de una naturaleza diferente de la que tuvieron en las décadas que siguieron a la II Guerra Mundial.
Rusia no se dedica a alentar y apoyar movimientos subversivos en la región, y EEUU no responde apoyando dictaduras de extrema derecha para frenar la penetración moscovita. Washington ha sustituido el “Puede que (Anastasio) Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta” de Franklin Delano Roosevelt por una nueva versión de la Doctrina Monroe en la que prima el multilateralismo para forjar una sólida alianza de democracias que hagan frente a las tiranías chavista y castrista y frenen la influencia rusa y china en la zona (Ver más: EEUU decide enfrentar a Rusia y China en América).
El gobierno de Putin, por su parte, es un sólido apoyo para los regímenes de Nicolás Maduro y del clan Castro. Mantiene viva la alianza a tres bandas consolidada hace ya años y formada por Rusia (y ‘satélites’ como Bielorrusia), el Irán de los ayatolás (también por la Siria de Bashar Al-Assad) y el bloque del ALBA liderado por la Venezuela chavista (Ver más: Nicolás Maduro tiene más que afinidades ideológicas con el dictador sirio Bashar Al-Assad).
Este triple bloque, cuya argamasa es el rechazo compartido a los valores democráticos y capitalistas de Occidente, se ha visto debilitado en los últimos años en América Latina por las sucesivas derrotas del populismo en diversas elecciones e, incluso, el moderado alejamiento del presidente de Ecuador, Lenín Moreno, con respecto a Caracas (Ver más: América Latina avanza hacia la democracia y dice adiós a los populismos).
Moscú, en la más típica estrategia soviética, busca desestabilizar en la medida de lo posible a los gobiernos de la región que no están en su órbita o se han ido alejando de ella. Buen ejemplo es que haya dado un programa propio a Rafael Correa en la tristemente famosa televisión RT, como se denomina a la antes llamada Russia Today (Ver más: Rafael Correa se refugia en Rusia para seguir hablando de Ecuador). La cadena, con canales en numerosos idiomas, es uno de los pilares fundamentales de una política de intoxicación y propaganda en todo el mundo.
Posible injerencia electoral rusa
Pero el frente latinoamericano de la segunda guerra fría se libra también en las urnas. Tras la paulatina pérdida de aliados políticos en los últimos tiempos, este año se celebran varios comicios clave en la región. Tres de ellos son especialmente importantes para Moscú. En Venezuela le interesa que Maduro se afiance en el poder, por lo que resulta lógico que respalde al régimen en un proceso electoral diseñado para hacer casi imposible la derrota del autócrata bolivariano. Ante el rechazo internacional a las presidenciales convocadas por el madurismo, la portavoz de la Cancillería rusa, María Zájarova, dijo: “Consideramos inadmisibles los intentos de injerencia desde fuera en los asuntos internos de Venezuela”.
Las elecciones de México y Colombiarepresentan una ventana de oportunidad para socavar el bloque democrático y reforzar al Socialismo del siglo XXI (Ver más: El fantasma de Hugo Chávez aparece en las elecciones de Colombia y México). Estos países son claves en la estrategia latinoamericana de la Casa Blanca y juegan un papel destacado en el bloque regional enfrentado al régimen chavista.
Las posibilidades de que el populista Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro alcancen las Presidencias mexicana y colombiana son reales. Ambos son candidatos del gusto del Kremlin, en la línea del chavismo y abiertamente anticapitalistas. No es de extrañar que tanto el secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, como quien fuera subsecretario de Defensa con Barack Obama, Frank Mora, hayan alertado del riesgo de injerencia rusa en esos comicios y en los que se celebrarán en Brasil y Costa Rica. A la Administración de Trump, sobre el que pesa la sospecha de haber sido ayudado por Moscú para ser elegido, le preocupa con razón la posible intromisión rusa.
No resulta extraño que López Obrador se haya mofado en un vídeo de que se haya alertado sobre la posibilidad de injerencia rusa en las elecciones mexicanas, puesto que sería el principal beneficiado de esta. En Colombia, quienes han negado esa posibilidad han sido las reconvertidas FARC (Ver más: Las FARC cambian las armas por las urnas para tratar de destruir la democracia colombiana). Julián Gallo, alias ‘Carlos Antonio Lozada’, antiguo ‘comandante’ de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y candidato al Senado dijo: “Yo no le daría el menor valor a ese tipo de declaraciones”, según informó la agencia EFE. Hay que tener en cuenta que es muy probable que la organización rebautizada como Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común apoye a Petro si este pasa a una segunda vuelta en las presidenciales.
En la Primera Guerra Fría, la estrategia soviética de desestabilizar América Latina mediante la subversión y el terrorismo, por lo general utilizando a la Cuba comunista como intermediaria, acumuló más fracasos que éxitos. Hugo Chávez, sin embargo, triunfó allí donde fracasaron los secretarios generales del PCUS y Fidel Castro. Logró que en buena parte de la región se instauraran gobiernos de extrema izquierda. Lo hizo apoyando las campañas electorales y los partidos de los distintos dirigentes populistas (sin que faltara en muchos casos el trasvase de ingentes cantidades de dinero).
Los comicios presidenciales que enfrenta en 2018 América Latina son una nueva oportunidad para el gobierno de Putin. Cada candidato populista que triunfe será una victoria para Moscú y representará un retroceso para la democracia en la región, además de debilitar a EEUU en Latinoamérica. Hasta qué punto esté Moscú dispuesto a inmiscuirse en esos procesos electorales es en realidad un misterio, pero sin duda alguna la segunda guerra fría también se libra en cada una de esas llamadas a las urnas.