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En esta peli el malo es Google

Publicado en Libertad Digital

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Hasta hace apenas dos meses, casi todo el mundo se habría tomado a broma que un país de la talla de Islandia, con una de las rentas per cápita más elevadas del planeta y líder del ránking de desarrollo humano que elabora periódicamente la ONU, suspendiera pagos. Esto es, que precisara del apoyo crediticio de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) para poder hacer frente a sus compromisos financieros y evitar así la bancarrota, al más puro estilo argentino. Y, sin embargo, tal situación acaba de producirse.

Países de la talla de Hungría, Ucrania, Rumanía e, incluso, Rusia, están ahora en una situación similar debido a la huida masiva de capital extranjero. Tales hechos ponen de manifiesto que, tanto los medios de comunicación como los ciudadanos, no deberían aceptar con fe ciega las afirmaciones y diagnósticos que emiten los supuestos expertos (la gran mayoría de ellos pertenecientes a la escuela económica errónea como la neoclásica) y, menos aún , las previsiones de los políticos.

Tras el estallido de la crisis de las hipotecas subprime en EEUU en agosto de 2007, los falsos gurús se apresuraron a tranquilizar los mercados insistiendo en que las turbulencias apenas se prolongarían hasta finales de año o, como mucho, principios de 2008. Desde entonces, han transcurrido ya más de 14 meses y lo que en principio era un problema singular de las altas finanzas estadounidenses se ha convertido hoy en un colapso real del sistema financiero en su conjunto.

Hasta tal punto esto es así, que el próximo 15 de noviembre los principales líderes mundiales se reunirán en Washington con la intención de "refundar el capitalismo", iniciando así el camino hacia un nuevo Bretton Woods. O qué decir del papel jugado por las agencias de calificación crediticia (rating), que concedían máxima calidad (triple A) a complejos productos que después han resultado ilíquidos (invendibles) debido a su elevado riesgo.

Muy pocos son los que, hoy en día, dudan de la gravedad de la situación a la que nos enfrentamos. Tras la mayor intervención financiera que han vivido los mercados desde el crack de 1929, asistimos ahora a la "mayor crisis monetaria que haya visto el mundo", según afirmaba recientemente Neil Mellor, un analista del Banco de Nueva York Mellon. En esta misma línea, Stephen Jen, jefe de divisas en Morgan Stanley, indicaba que el crash que están sufriendo las monedas de las economías emergentes constituye un riesgo incalculable. Dicho proceso amenaza con convertirse en el "segundo epicentro de la crisis financiera mundial", afectando por igual tanto a Europa como al continente americano.

Y ello, debido a que han financiado, mediante la concesión de crédito fácil, el crecimiento irreal de unos países que ahora presentan riesgo de impago. Por ello, las principales potencias del planeta no sólo negociarán en Washington la nueva estructura financiera internacional, sino también monetaria. Y aquí es, precisamente, donde habrá que preguntarse si el dólar, como divisa de referencia internacional, mantendrá su papel hegemónico en el futuro, tal y como ha acontecido hasta el momento.

El problema es que el billete verde carece del respaldo real del oro desde que se reformó el sistema monetario internacional a principios de los años 70. Es decir, su valor dependerá exclusivamente de la confianza que le otorguen tanto bancos centrales como inversores. Es la moneda fiat por excelencia y, por lo tanto, su solidez está basada en una mera cuestión de fe.

Los recientes y continuos desplomes bursátiles, y la desconfianza que está mostrando el mercado hacia las divisas y la deuda pública de los países emergentes, han convertido a las letras del Tesoro de EEUU en el valor refugio por excelencia. La cuestión es, ¿por cuánto tiempo? A este respecto, tan sólo cabe indicar tres pistas significativas acerca de los movimientos que se están produciendo a nivel monetario.

Los bancos centrales han comenzado a reforzar sus balances incrementando sus reservas de oro. Y no sólo Rusia y China. El propio Banco Central Europeo ve con buenos ojos la restauración de un patrón oro que nunca debió abandonarse. Los principales países productores de petróleo (OPEP) estudian seriamente desde hace tiempo sustituir el dólar por otro tipos de divisas en sus transacciones diarias de crudo. Y, por último, aunque no por ello, menos importante, China (principal poseedor de deuda estadounidense) aboga por eliminar el dólar en sus relaciones comerciales y emplear otras monedas.

Pese a ello, el Gobierno de EEUU insiste en acudir al rescate de la banca, la industria, los planes de pensiones y hasta los hipotecados mediante la emisión de más y más montañas de papel moneda en forma de creciente deuda pública, destruyendo así su valor. Si los bancos centrales, principales tenedores de reservas en dólares, abandonan el billete verde, la crisis bancaria será, sin duda, el menor de los problemas a los que tendrá que enfrentarse el nuevo ocupante de la Casa Blanca.

Tal y como muestra la pirámide invertida de John Exter, la lucha por lograr liquidez se traslada de uno a otro escalafón, en un intento desesperado por mantener el valor de los activos. Y ello, tratando de cambiar activos menos líquidos por otros más líquidos. Tal y como expone el segundo boletín sobre la crisis subprime del Instituto Juan de Mariana, la base de la pirámide contiene los activos menos líquidos (bienes raíces, materias primas, valores cotizados, bonos del Estado…) y conforme se desciende la liquidez va aumentando. En la actualidad, el valor refugio es la deuda pública de EEUU (antepenúltimo escalón de la pirámide de liquidez).

Las tensiones ya se están trasladando al papel moneda (penúltimo escalón). El vértice de la pirámide, el activo más líquido que existe, es el oro, moneda por excelencia, por ser éste el único activo financiero que no es el pasivo de nadie más. Es decir, que no puede resultar impagado, ya que siempre tiene salida en el mercado. Así pues, bye, bye dólar.

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