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España sí tiene hipotecas subprime

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En general, no hay duda de que las entidades de crédito españolas han constituido todo un ejemplo a seguir en cuanto a su modelo de gestión y eficacia en comparación con otros países. Sin embargo, resulta necesario saber distinguir el grano de la paja.

En este sentido, la irresponsable política monetaria de bajada de tipos llevada a cabo por el Banco Central Europeo (BCE) ha posibilitado el surgimiento de una burbuja inmobiliaria a lo largo de los últimos años, cuyo pinchazo amenaza ahora con sacar a la superficie el alto riesgo adquirido por ciertas entidades (sobre todo, pequeñas y medianas cajas de ahorro) a la hora de conceder hipotecas para la compra de pisos.

La posibilidad de obtener dinero barato (bajos tipos de interés), junto a la disparatada revalorización del ladrillo, han fijado en la mente de los españoles la idea de que los pisos nunca bajan y que vivir de alquiler es tirar el dinero. Bajo esta premisa, millones de ciudadanos decidieron emprender la compra de una vivienda a un precio muy alto, que sobrevaloraba el inmueble. Y ello, mediante la contratación de una hipoteca a 25 ó 30 años a tipo variable, pensando además que el Euribor nunca superaría la barrera psicológica del 5 por ciento.

Pero la burbuja, finalmente, estalló. El precio de los pisos baja, las compraventas caen en picado, las promociones se paralizan y el temido Euribor avanza sin remedio hacia el 6 por ciento. Casi tres veces más que el valor mínimo alcanzado en 2003 (apenas un 2 por ciento). Los españoles han despertado de su letargo. Muchos se han endeudado por encima de sus posibilidades, y ahora toca pagar los platos rotos de los excesos cometidos.

No se equivoquen. En España sí hay hipotecas subprime; la diferencia es que no se ha empleado ese término para referirse a los créditos concedidos a personas con un perfil de alto riesgo (gente sin trabajo ni ingresos fijos ni tampoco propiedades). En el caso de España decenas de miles de trabajadores con escasa cualificación, mileuristas ingresos y empleos temporales, así como un creciente número de inmigrantes, se han lanzado al peligroso juego de la inversión inmobiliaria, con el fin de convertirse en propietarios o, incluso, pegar el ansiado pelotazo, animados por el frenesí de precios que experimentaba el mercado de la vivienda nacional.

Y han comprado sin necesidad de ahorrar antes, endeudándose hasta el límite de sus posibilidades y sin pararse a pensar en qué sucedería en el caso de que el Euribor (índice de referencia para la mayoría de hipotecas) iniciara una tendencia alcista, o ante la posibilidad, real hoy para muchos, de quedarse sin trabajo. Los distintos actores implicados en este fenómeno han cometido el mismo error económico de base. A saber, endeudarse a muy corto plazo, sin el necesario ahorro previo.

El progresivo encarecimiento de los costes de financiación, unido a la crisis de liquidez que vive el mercado interbancario y al frenazo en seco de las compraventas de vivienda, está situando en graves dificultades económicas no sólo a promotores e hipotecados de bajo nivel, sino también a aquellas entidades cuyos balances están más expuestos al parón del sector inmobiliario.

Ha llegado el momento de pagar la factura y algunos, simplemente, no podrán. Tarde o temprano, el mercado pone a cada uno en su sitio. Sin duda, algunos perderán, pero otros muchos, tanto particulares como empresas, podrán aprovechar las oportunidades de negocio que se presentarán a partir de ahora.

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