Este martes tendrá lugar el acto más transparente y genuinamente fascista en muchos, muchos años. "Ocupa el Congreso", se llama, y el llamamiento que publicaron sus promotores en Facebook es revelador:
El próximo 25 de septiembre se llegará a Madrid de forma masiva desde todas partes de España, con el fin de rodear el Congreso de los Diputados y permanecer allí de forma indefinida, hasta conseguir la disolución de las cortes y la apertura de un proceso constituyente para la redacción de una nueva constitución, esta vez sí, la de un estado democrático.
En definitiva, que la ley de la turba sustituya a las urnas es lo que piden estos camisas negras con su intento de reeditar la Marcha sobre Roma. Pero tanto la convocatoria como la simpatía con que se acogen muchas de las reivindicaciones de estos iluminados –que, encima, creen estar luchando contra el fascismo– revelan mucho, y muy malo, de la sociedad española.
No cabe duda de que solucionar los peores errores de la Carta Magna es una exigencia de muchos españoles de diversas ideologías. Acabar con la partitocracia y cerrar el sistema autonómico son quizá las reclamaciones más repetidas a lo largo de los años, y de ellas ha hecho bandera UPyD. Pero cambiar la Constitución no solucionará la crisis, y menos si se hiciera en el sentido esencialmente fascista que proponen los de Ocupa el Congreso.
El español medio cree que el Estado debe resolver sus problemas. Da lo mismo la razón que dé sobre las causas de la crisis, da lo mismo que eche la culpa a los mercados o a los políticos, o a ambos: la solución siempre consiste en que los gobiernos hagan lo que deben y solucionen, no se sabe muy bien cómo, todos los problemas. Si no lo hacen, si no lo han hecho ya, es porque están compuestos por sinvergüenzas.
Muchos españoles viven la política con ese abandono que tan bien cristalizaron Los del Río allá en el Pleistoceno, o 2005, cuando se discutía la aprobación de la Constitución Europea: "Si lo apoyan los políticos más importantes, tanto de izquierdas como de derechas, nosotros por qué vamos a decir que no, si no la hemos leído". Si ni los políticos más importantes, tanto los de izquierdas como los de derechas, han logrado sacarnos de la crisis, la solución debe ser quitarlos de en medio. Y como hemos votado tanto a unos como a otros mayoritariamente, entonces es que igual la democracia está mal. Y como tiene que estar bien, entonces es que nuestro país no es democrático.
Pero lo que está sucediendo es resultado de la voluntad de los españoles. Somos nosotros quienes nos hemos creído que tenemos derecho a que el Estado nos dé tal o cual cosa. Somos nosotros quienes hemos votado a los políticos que nos prometían más regalos con nuestro dinero. Somos nosotros los que nos hemos comprado pisos a precios muy por encima de lo que podíamos pagar. Nadie nos puso una pistola en la cabeza para que firmáramos la hipoteca. Tampoco para meter la papeleta en la urna, excepción hecha de ciertas zonas del País Vasco, claro. Somos nosotros quienes hemos pensado que podíamos vivir a costa de todos los demás.
Sí, es cierto que los políticos han realimentado este bucle que no hacía sino darles más y más poder. El problema es que, en su posición, el españolito medio habría hecho exactamente lo mismo. Pero ahora no tenemos trabajo, se nos acaban los subsidios y en la familia hay pocos que puedan ayudarnos. El Estado, como siempre, promete en tiempos de bonanza lo que no necesitamos y nos lo niega cuando nos hace falta, porque nunca tuvo recursos para garantizárnoslo en tiempos de crisis.
Los españoles estamos preparados para abrazarnos a un líder que nos dé lo que no puede dar nadie: prosperidad para todos a cambio de, bah, la democracia, las libertades, la propiedad privada, el Estado de Derecho y todas esas convenciones burguesas. Manteniendo, como Chávez en Venezuela, la ficción de que siguen en pie. Al fin y al cabo, la democracia no funciona porque los políticos electos no nos solucionan la vida, las libertades y la propiedad (de los demás) son un estorbo cuando impiden que el Estado me dé lo que quiero y el Estado de Derecho deja que la ley se interponga en la Justicia. Da lo mismo si los banqueros públicos que gobernaban las cajas no incumplieron las leyes, o si los políticos que despilfarraron lo hicieron legalmente y con el aplauso de los votantes: deben acabar en la cárcel igualmente.
Estamos preparados. Sólo unos españoles tan españolazos como los catalanes han tenido en la independencia la causa populista que solucione sus males, aunque no lo haga. El resto de los españoles esperamos nuestro líder y nuestra causa. Sólo puedo dar gracias por que aún no haya llegado.