Soy partidario de la más amplia libertad migratoria posible y, al mismo tiempo, de abandonar el mal llamado Estado de bienestar para transitar hacia una sociedad verdaderamente del bienestar.
El nuevo gurú económico del PSOE, José Carlos Díez, se ha visto envuelto en una agitada polémica apenas unos días después de su nombramiento. En el último programa de ‘La Sexta Noche’, mientras se debatía sobre la posibilidad de implantar una renta básica universal en España, Díez espetó: “Si tú pones una renta básica aquí, ¿vas a tener que dejar total libertad de entrada de personas? Porque supongo que los de Marruecos, los del Congo y los de Uganda querrán venir todos aquí a tener una renta básica. Entonces, si pones una renta básica, no es que pongas el muro de [Donald] Trump, tendrás que poner francotiradores, porque es que llega un momento…».
Difícil mostrar en apenas 30 segundos una menor ‘conciencia social’ que deslizando la necesidad de repeler a tiros a aquellos individuos depauperados que pugnan por entrar en España para prosperar, aunque sea recibiendo unas ayudas sociales que la socialdemocracia dominante ha encumbrado a la categoría de irrenunciable derecho humano. Y eso, en un circo político cuya estrategia para conquistar el poder pasa por señalizar (aun hipócritamente) buenos sentimientos y mejores intenciones, constituye un error de principiante.
Justamente por ello, el entorno de Podemos, que por algo quiere arañarle votos al PSOE, no tardó en tirarse al cuello del economista socialista: resulta inaceptable, han dicho, plantear incompatibilidades entre dos derechos humanos tan fundamentales como la libertad migratoria y las ayudas sociales. También desde la prensa afín a la izquierda se le ha reprochado a Díez que subordine los derechos sociales al efecto llamada que estos puedan generar, pues ello podría conducir a cuestionar todo el entramado del Estado de bienestar. Normal, por consiguiente, que desde el PSOE le hayan mandado callar: ¿cómo engañar a los votantes con nuestro propagandístico giro social si, al mismo tiempo, estamos emplazando a colocar francotiradores en la frontera?
Ahora bien, dejando de lado la torpe y desafortunada ‘reductio ad absurdum’ que empleó el gurú socialista, si algo ilustra el aluvión de críticas que recibió Dïez es la irrealidad, irreflexión, irresponsabilidad e impostura en la que vive instalada gran parte de la izquierda patria. Por lo visto, manifestar en público que la renta básica resulta del todo incompatible con la libertad migratoriaconstituye un argumento propio del neofascismo trumpista, un pecado impropio de un genuino socialista. Pues bien, ¿qué tal si empezamos por leer a Philippe Van Parijs, probablemente el más insigne, sistemático y exitoso promotor de la renta básica en todo el planeta? Si lo hiciéramos, tal vez descubriríamos que él mismo reconoce —en un ejercicio de honestidad y transparencia jamás practicado por nuestros manipuladores líderes políticos— que la renta básica no puede implantarse en Occidente sin restringir severamente la inmigración:
[El conflicto entre renta básica y libertad migratoria] expone en toda su crudeza el cruel dilema entre la generosidad sostenible hacia nuestros conciudadanos más pobres y la hospitalidad hacia todo aquel que quiera entrar. Este dilema es la elección más dolorosa que debe hacer la izquierda en todo el mundo desarrollado. Es un dilema inescapable en un mundo profundamente desigual con respecto a cualquier esquema esencialmente redistributivo, pero muy especialmente para la renta básica universal. Es verdad que nuestro fin último es la justicia distributiva global. Pero la forma más eficaz de garantizarla no es la de permitir que los sistemas redistributivos existentes sean destruidos por fronteras abiertas y no discriminatorias. Una solidaridad institucional que sea comparativamente generosa necesita de protección frente a la inmigración insostenible de potenciales beneficiarios.
Ciertamente, Van Parijs muestra en su exposición un mayor tacto que Díez, aunque solo sea porque evita hablar de francotiradores como mecanismo para contener la entrada de inmigrantes. Pero, en el fondo, ambos están trasladando exactamente la misma reflexión: a mayor redistribución neta del Estado de bienestar, mayor necesidad de cerrar las fronteras. O socialismo nacionalista o liberalismo internacionalista: pero la apertura de fronteras con Estado de bienestar es a día de hoy una quimera infinanciable, por el simple motivo de que 20 millones de trabajadores españoles no pueden mantener a las decenas de millones de potenciales entrantes extranjeros. Ese debería ser el debate prioritario para cualquier partido autoproclamado de izquierdas: ¿queremos redistribuir la renta entra los nacionales a costa de limitar estrictamente la entrada de extranjeros o preferimos mejorar el nivel de vida de los misérrimos ciudadanos extranjeros permitiéndoles prosperar dentro de nuestro país? Las dos a la vez no pueden ser.
Personalmente, y como liberal, soy partidario de la más amplia libertad migratoria posible y, al mismo tiempo, de abandonar el mal llamado Estado de bienestar para transitar hacia una sociedad verdaderamente del bienestar, basada en la autonomía individual y en el mutualismo voluntario. Quizá mis propuestas no sean deseables o adolezcan de errores, pero desde luego no se las podrá tildar de incoherentes. En un sentido frontalmente opuesto al liberalismo, Le Pen pretende reforzar el mal llamado Estado de bienestar francés y, a su vez, restringir enormemente el libre tránsito de personas: de nuevo, se la podrá criticar —y cualquier defensor de las libertades individuales debería criticarla de raíz—, pero no tildar de incoherente.
Por el contrario, parece que la izquierda nacional prefiere hacerse trampas emocionales al solitario colocando el foco del debate en la torpeza retórica de los francotiradores, en lugar de afrontar el imposible encaje entre muchas de sus propuestas: mejor seguimos debatiendo sobre las formas para evitar, en todo momento, entrar en el fondo de la cuestión y demostrar que el emperador está desnudo. Un homenaje a la propaganda frente a la reflexión pausada. Pero, aun cuando se oculte, el dilema sigue en pie: o redistribución de la renta o libertad migratoria. O muros a lo Trump o adelgazamiento del Estado. La izquierda ha de elegir y, por desgracia, todo apunta a que, pese a la hipócrita retórica proinmigración de la que hace gala el entorno de Podemos, solo se dedicarán a consolidar el ‘statu quo’: una política migratoria enormemente restrictiva para así poder mantener una fuerte redistribución coactiva de la renta entre los nacionales. Con o sin torpes apelaciones a los francotiradores, toda la izquierda se comporta esencialmente igual.