En la pretendida generosidad del sindicato latía la habitual arrogancia totalitaria de quienes creen representar a la sociedad.
Leí hace tiempo en Expansión que UGT había urgido al Gobierno a fortalecer el Estado y a rescatar a los ciudadanos. En ningún momento pareció advertir que ambas exigencias pueden ser contradictorias.
Como siempre sucede con las invitaciones a la coacción, el objetivo era aparentemente diáfano e incontestable, y el coste realmente oscuro e inconfesable.
Se trataba de combatir la pobreza en España. ¿Quién estará en contra? Nadie. Pero el sindicato recomendaba la creación de una prestación de ingresos mínimos:
Se debe configurar como una prestación de derecho subjetivo enmarcada en el nivel no contributivo de la Seguridad Social.
Lo que estas palabras quieren decir no es patente a primera vista. Parece que UGT quiere conferir un «derecho subjetivo» a que determinadas personas cobren un dinero. Si ese dinero lo pagará la Seguridad Social «en el nivel no contributivo», significará que no se financiará con las cotizaciones. No hay más que una salida, pues, y ya la habrá adivinado usted: lo que UGT quiere, dado que no recomienda ninguna reducción del gasto en otros capítulos, es que aumenten los impuestos.
Y aquí ya entramos en el reino de la confusión, porque el generoso sindicato no explica qué impuestos han de subir, ni quiénes van a ser castigados por su iniciativa tan generosa y progresista.
Palabras solemnes, desde luego, no faltaron, como la apuesta por «la promoción de un nuevo contrato social que restablezca los derechos perdidos y los anteponga a los intereses económicos». A UGT le parecía «urgente» combatir el empobrecimiento de la población española, porque «el crecimiento económico no es suficiente para reducir la tasa de personas en situación de pobreza».
Esto resulta bastante extraño, puesto que en condiciones normales es imposible que la economía crezca sin favorecer, en mayor o menor medida, también a los pobres que están en peor situación, empezando por que el desempleo se reduzca.
Lo del «contrato social» cuando uno está pidiendo más impuestos es aún más extraño, porque ¿cree UGT que lo van a firmar voluntariamente aquellos cuyos bienes propone usurpar en porcentaje aún mayor? Y es francamente absurdo clamar por «derechos perdidos» ignorando a aquellos cuyos derechos pretende vulnerar. Por no hablar de los supuestamente malvados «intereses económicos». ¿Es que UGT piensa que los trabajadores que deberán pagar más impuestos no tienen intereses, o que no son intereses dignos de respeto?
Al mismo tiempo que UGT, como suele hacer el antiliberalismo de todos los partidos, no define a las víctimas individuales de su generosidad, no hace más que hablar de la sociedad. Recomienda más gasto público en «políticas sociales» y en las personas «en vulnerabilidad social», para lograr «una mayor cohesión social». Y todo es social por todas partes, menos las personas de la sociedad que van a pagar la generosidad de UGT. Esas no cuentan, parece que aquí nadie es «vulnerable» ante el fisco.
Es posible que en la pretendida generosidad del sindicato latiese la habitual arrogancia totalitaria de quienes creen representar a la sociedad, o incluso más, ser ella misma. De hecho, advirtió UGT que si continúan los recortes tomará el camino de la «confrontación social». No se refería a los recortes de las carteras de los ciudadanos, eso jamás. Y, en cambio, sí se refería a la confrontación suya, de la propia UGT. ¿Contra quién? Pues contra los que no son la sociedad.