Demasiados clientes se han pasado a las filas del P2P y las descargas, hartos de unos precios absurdamente altos y, en muchos casos, de un formato que en su día fue económicamente necesario, que muchos consideran una necesidad artística, pero que cada vez menos gente compra: el LP, primero, y su sucesor el CD después.
La forma cada vez más habitual en que se consume música es mediante ficheros en MP3, obtenidos de las más diversas maneras, y que los melómanos tienen en sus ordenadores, sus teléfonos, sus discos duros multimedia, sus marcos digitales o sus reproductores MP3; y en algunos casos en todos esos dispositivos y algunos otros al mismo tiempo. Se escuchan canciones sueltas, en recopilaciones personales de la música completamente ajustadas al gusto de cada uno. La industria ha pretendido que siguiéramos atados al CD, al que incluso han cargado de protecciones para intentar que no pudiéramos copiar la música que habíamos comprado a formatos más cómodos. Pero han fracasado.
También han puesto trabas a la compra legal de canciones sueltas; principalmente a través de unos precios absurdamente altos. Todos sabemos que el coste de descargar una canción de tiendas como iTunes o Amazon MP3 es ridículo, y que los precios de 89 ó 99 centavos están puestos para no hundir aún más el negocio de vender soportes de plástico. De modo que muchos de los más aficionados a la música se han acostumbrado a compartirla por internet y las SGAEs de este mundo les han hecho perder hasta la más pequeña brizna de culpabilidad; será muy difícil que lo dejen por una solución de pago, a no ser que sea mucho más cómoda.
Ahí es donde productos como Spotify pueden triunfar. Tiene un catálogo enorme, aunque con lagunas, y el acceso es casi instantáneo. Los clientes de pago pueden además disfrutar de las canciones en algunos móviles de última generación, aunque tiene el fallo de ser menos universal que el simple y puro fichero MP3. Pero complementándolo con compras más baratas podría ser la vía para que las discográficas sigan ganando dinero de las grabaciones. Menos que antes, claro, pero porque su aportación a la cadena de valor de la música ha disminuido muchísimo en un mundo en el que tanto el precio de las herramientas de grabación y producción discográfica como los costes de distribución han bajado a niveles ridículos si miramos los de hace una o dos décadas. Pero la industria sí sabe cómo promocionar a los músicos, incluso puede ofrecerse como mánager, y esos ingresos podrían compensar ese descenso en su facturación.
Viendo lo que ha pasado, y lo fácil que resulta analizarlo desde la ventaja que nos da el haber contemplado todas y cada una de las meteduras de pata de las discográficas, podría resultar asombrosa la actitud de las editoriales y sus correveidiles. Así, por ejemplo, en El País escribían lo mala que sería la desaparición de los "heditores" porque nadie haría la labor de, eso, edición de unos manuscritos que siempre pueden ser mejorados gracias a una mano profesional distinta de la del autor, al igual que la música gana con un productor que sepa encontrar el sonido perfecto para un artista o una canción. Y sin duda es una tarea necesaria, y por eso mismo no desaparecerá, al igual que las discográficas seguirán aportando algo de valor a la música que será retribuido. Pero eso sólo no justifica que las editoriales sigan existiendo tal cual son ahora.
Sin embargo, bajo excusas tan exiguas como ésta, parecen estar cerrando los ojos ante lo que se les viene encima. O les facilitan la vida a los lectores que se pasen al libro electrónico, bajando los precios en ese formato aunque pueda reducir sus ventas de papel, o incluso pensando en mecanismos de suscripción que quizá no sean Spotify pero se le puedan parecer, o pueden despertarse un día y ver que sus autores les han abandonado por empresas que no son editoriales de toda la vida, pero que ofrecen a los escritores lo que necesitan: la vía para llegar al mayor número posible de lectores.
Algunos escritores de éxito están presionando a sus editores para llevarse una parte mayor del pastel y algunos como Ian McEwan directamente han firmado con Amazon para convertirla en su editorial, que venderá el libro en papel y en el Kindle y le dará un porcentaje mucho mayor de las ventas. Amazon lo ha visto claro, y amenaza con convertirse en la mayor editorial de Estados Unidos a poco que las tradicionales se despisten. Por supuesto, aún hay tiempo de cambiar. Pero muchas editoriales, entre ellas las españolas, parecen tener toda la intención de despistarse.
Daniel Rodríguez Herrera es subdirector de Libertad Digital, editor de Liberalismo.org y Red Liberal y vicepresidente del Instituto Juan de Mariana.