La gestión sueca de la pandemia ha sido uno de los modelos propugnados por todos aquellos que se oponían a las medidas centralizada de distanciamiento social. A la postre, el gobierno sueco no ha confinado a la población en sus domicilios y apenas ha restringido las interacciones sociales de sus ciudadanos. La lógica parecía clara: el país nórdico optaba por salvar su economía (o, más en general, la normalidad de la vida social) aun cuando decidiera sacrificar la vida de algunos de sus ciudadanos. Pero no parece que la estrategia haya funcionado especialmente bien. No solo porque las pérdidas humanas han sido muy notables: el número de muertos por millón de habitantes en Suecia es de 570, frente a los 106 de Dinamarca, 60 de Finlandia o 47 de Noruega. Si la estrategia sueca tampoco ha funcionado es porque su economía ha experimentado una dura caída durante el segundo trimestre: en concreto, su PIB se ha desmoronado un 8,2%.
Ciertamente, la caída de Suecia es bastante menos intensa que la de España, pero se prevé que sea similar a la de otros países nórdicos (por ejemplo, el PIB de Noruega descendió un 7,1% en los tres meses que transcurrieron desde marzo a mayo). En tal caso, Suecia habría sufrido muchas más muertes por el coronavirus sin ni siquiera tener el consuelo de haber salvado su economía. Pero, ¿cómo es posible que la economía sueca haya caído un 8,2% sin que su gobierno haya impuesto medidas de distanciamiento social? Parte de la explicación desde luego se debe al colapso del resto de economías mundiales: si todos tus socios comerciales se paran, tú también te paras. Pero esta exposición resulta incompleta, dado que, de ser válida, deberíamos observar caídas comparativamente más drásticas del PIB en Dinamarca, Finlandia o Noruega (países que no solo se habrían enfrentado al desmoronamiento de sus socios comerciales, sino a sus hibernaciones económicas internas). ¿Qué es, entonces, lo que ha sucedido?
Uno de los asuntos peor entendidos acerca de los efectos económicos de esta pandemia es que la caída del PIB viene provocada no principalmente por las medidas de distanciamiento social que los gobiernos han adoptado para combatir la propagación del patógeno, sino por la reacción espontánea de los ciudadanos para protegerse del mismo. Que un gobierno decida no tomar ninguna medida no significa que sus ciudadanos no vayan a reaccionar de ningún modo para minimizar el riesgo de contagiarse. ¿Y cómo pueden los ciudadanos reaccionar para minimizar el riesgo de contagio? Reduciendo por su cuenta el número de sus interacciones sociales diarias. Este distanciamiento social voluntario (ejercido por los ciudadanos y no forzado por el gobierno) también repercute negativamente sobre la economía por dos vías: reduce las actividades de producción social (por ejemplo, menor afluencia a centros de trabajo) y reduce las actividades de consumo social (por ejemplo, menor afluencia a bares o restaurantes).
En el siguiente gráfico podemos observar cuánto disminuyó la movilidad social de suecos, españoles y daneses desde mediados de marzo a finales de abril con respecto al mes de enero. Nuestro país fue el que más contrajo su movilidad hacia centros de ocio, supermercados, transporte público o centros de trabajo, por cuanto el confinamiento fue mucho más duro que en otras partes de Europa (y lo fue porque también se permitió inicialmente que el virus penetrara en nuestra sociedad con mucha más crudeza). Sin embargo, las diferencias de movilidad social entre Dinamarca y Suecia (la primera con medidas de distanciamiento social más estrictas que la segunda) son mucho menos acusadas, especialmente en lo relativo al uso de transportes públicos y a la asistencia a centros de trabajo.
Por consiguiente, que Suecia no decretara medidas de distanciamiento social no equivale a que los suecos no decidieran distanciarse socialmente para minimizar su riesgo de contagio. Y ese fuerte distanciamiento es el que ha hundido su PIB del segundo trimestre. Obviamente, el gobierno sueco podría haber forzado a que los ciudadanos se distanciaran todavía más de lo que ya lo hicieron y ello habría dañado a corto plazo a la economía en mayor medida. Pero existen al menos dos razones que podrían justificar la conveniencia de ese distanciamiento social adicional: primero, el número de vidas salvadas (ya hemos analizado la notable diferencia entre Suecia y sus vecinos nórdicos); segundo, si profundizando en el distanciamiento social se acelera el regreso a la normalidad, una mayor caída a corto plazo podría verse compensada por una subsiguiente recuperación más rápida (desde mediados de junio a finales de julio, por ejemplo, la movilidad social hacia centros de ocio es un 19% superior en Dinamarca de lo que lo era en enero, frente a solo un 1% en Suecia; asimismo, el uso del transporte público solo ha caído un 5% en Dinamarca, frente al 12% en Suecia).
Habrá que esperar varios trimestres hasta poder emitir un juicio definitivo sobre los resultados de la estrategia sueca pero, de momento, no resultan muy esperanzadores: más muertos y misma ruina que sus vecinos.