Las contradicciones no acaban aquí. Al Gobierno no le gustan las malas noticias, como las de los accidentes de tráfico, e intenta moderarlas obligándonos a hacer lo que privadamente debemos hacer: ponerse el cinturón, moderar la velocidad, equipar el coche con todas las medidas de seguridad… Con lo absurdas que son otras regulaciones, ¿habrá alguna más sensata y más sana que estas?
Y, sin embargo siempre hay algo que hace que incluso este tipo de normas se estrellen. El Gobierno obliga a todo el mundo a seguir comportamientos razonables, lo que parece óptimo. Pero somos tan complejos, que es como si diera igual por cuantos lados nos presionen; siempre hay alguna vía de escape, inesperada.
Por ejemplo: cada uno suele elegir un nivel de riesgo para distintas situaciones. Y si a una persona se le obliga a equipar el coche con todos los elementos de seguridad, que de otro modo no hubiera elegido, adapta su comportamiento con una conducción más agresiva, hasta alcanzar el nivel de riesgo que desea mantener. Como le ocurrirá lo mismo a más de uno, el resultado final de obligar a los conductores a ponerse el cinturón, pongo por caso, será incierto.
Pero hay más. George Reisman en su monumental libro Capitalism, muestra una nueva antilogía: Las regulaciones hacen mucho más caros los coches. Y "en la medida en que los nuevos coches se hacen más caros de lo que necesitan ser, la gente se ve impelida a mantener sus coches durante más tiempo. Dado que los coches más viejos por lo general no son tan seguros como los nuevos, esto quiere decir que la gente está forzada a conducir coches que no son tan seguros como lo serían en ausencia de la legislación de seguridad de automóviles". La economía es una ciencia de paradojas.