Esta semana el fantasma de los despidos ha vuelto a aparecer. Ford prescindirá de un máximo de 30.000 empleados; Daimler-Chrysler reducirá su plantilla administrativa en un 20%; y en España más de seiscientos empleados de Seat resultarán afectados por el expediente de regulación de empleo. El sector del automóvil, en Occidente al menos, no parece estar muy bien; y tal vez sea la hora de dejar que otros países (o mejor, que personas de otros países) hagan este tipo de trabajo para que nosotros nos dediquemos a explotar otras necesidades.
Algo así parece de sentido común: nuestro sector deja de ser rentable y en consecuencia nos vamos a otros más lucrativos. Eso no significa que Occidente deje de fabricar coches, pero sí que empiece con algo nuevo. Pero parece tan lógico como difícil de conseguir. No es difícil porque los empresarios y trabajadores occidentales estén menos capacitados que los orientales, sino por las leyes del gobierno que trabajan contra la economía y prosperidad privada. En el estado del bienestar cuando a alguien se le despide lo tiene negro para encontrar otro trabajo, y eso no se debe a que la producción sea mayor al consumo agregado, sino que se debe al freno estatal a la innovación y libre mercado: subsidios por desempleo, restricciones de precios y producción, leyes laborales, intereses patronales y sindicales, acuerdos políticos, impuestos… Sólo los “peces gordos”, que son los que están organizados políticamente, son los únicos beneficiados manteniendo una economía corporativista y sistemas productivos obsoletos en decremento de nuestro bienestar material.
Cuando un sector empieza a ir mal, ya se haga patente por despidos o deslocalizaciones, no es una debilidad, sino una señal del mercado y una oportunidad para la economía y comunidad. Si nos enfrentamos políticamente a esta tendencia con subvenciones estatales o ayudas no privadas lo único que crearemos será un zombi que restará trabajo a otros destinos productivos que sí son necesarios. El trabajo por el trabajo no nos da riqueza, pero el trabajo por la producción real sí.
La producción real, por bien o por desgracia, sólo se puede conseguir mediante una vía, la libertad y jamás mediante la planificación central dirigida políticamente. Esta última es la que nos ha traído el desempleo continuo, precariedad y dependencia.
En la economía del laissez-faire siempre que el consumidor tenga una necesidad real, un empresario saldrá para ofrecérselo, y luego otro, y otro hasta llegar a un beneficio general casi homogéneo. Consumidores, empresarios, trabajadores, capitalistas… todos salen ganando.
El pleno empleo del laissez-faire se crea gracias a una movilidad permanente de factores productivos (y el trabajo sólo es uno de ellos) entre toda la estructura de producción económica donde los déficit de un sector desaparecen para ir a buscar los mayores rendimientos en otros, y esto es precisamente lo que las leyes laborales y agentes sociales impiden apelando siempre al bien común y al sentimentalismo socialista que hoy dominan la política izquierdista y conservadora. Sólo así nace la innovación. Amazon, Carrefour, Vueling Airlines y tantos otros no nacieron de la planificación central del estado.
Eso no significa que alguien no se pueda quedar toda la vida en una empresa, porque en el laissez-faire siempre nace la diversidad de opciones. En una economía libre, nadie está obligado a hacer ocho horas al día si no lo elige antes, tampoco nadie se ha de sentir atrapado en una empresa como ocurre hoy día, ni las barreras de entradas para los menos capacitados laboralmente son un inconveniente insuperable sino sólo temporal.
Para la prosperidad, el estado y grupos con fines políticos son parásitos. La diferencia entre el pleno empleo y la precariedad y dependencia es la diferencia entre si usted quiere ser el propietario de su destino y fortuna o permite que lo sean una panda aprovechados que viven de sus ilusiones y esfuerzo. El laissez-faire surgió precisamente de las clases pobres, no de las ricas; y surgió para acabar con un sistema similar al actual donde las elites políticas vivían a expensas de las masas. Revivamos la historia y lancemos un mensaje claro a esas lacras del gobierno: ¡largaros de aquí y dejadnos elegir nuestro futuro!