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Hacia una sociedad de propietarios

Publicado en Libertad Digital

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Es evidente que el Estado de Bienestar se ha mostrado incapaz de proveer satisfactoriamente necesidades tan elementales como la sanidad, la educación o la jubilación; muy al contrario, cada año monopoliza una cantidad creciente de recursos para ofrecernos unas prestaciones cada vez peores.

Hace unos días estudiamos la situación de quiebra en que se encuentra el sistema público de pensiones, motivo por el cual incluso los políticos socialistas nos exhortan a trabajar durante más años a cambio de unas rentas más inciertas. La calidad de ese paradisíaco Estado de Bienestar se va degradando día a día, ante su propia inutilidad.

La alternativa que nos propone la sociedad de propietarios está en plena consonancia con los principios capitalistas, que han permitido a la Humanidad disfrutar de los mayores niveles de vida jamás alcanzados. En lugar de contribuir coactivamente a las arcas del Estado, los promotores del estudio defienden que los individuos tengan libertad de disposición de sus rentas, para que puedan ahorrar e invertir en una selección de acciones de las mejores empresas del país.

Es importante comprender que la bolsa no tiene nada que ver con los juegos de azar. Cuando compramos una acción estamos adquiriendo una parte de una empresa y, así, una porción de todos los beneficios que ésta genere en el futuro. La rentabilidad de la inversión en acciones procede de que nos apropiamos del crecimiento futuro de la empresa para incrementar nuestro patrimonio.

El incremento real de nuestro bienestar que se produciría en el caso de abandonar los esquemas estatistas e invertir en bolsa es simplemente espectacular. El estudio, por ejemplo, concluye que una persona que empezara a invertir a los 25 años 700.000 pesetas y luego incrementara la cuantía en un 4% cada año (728.000 pesetas el segundo año, 757.000 el tercero…) podría jubilarse a los 50 años con unas rentas mensuales de casi 400.000 pesetas y un patrimonio de 64 millones. Por supuesto, cuanto mayor sea la aportación anual antes podrá decidir jubilarse el inversor (incluso a los 40 años); si no, percibirá rentas aún mayores.

Compare esto con las reducidas pensiones que se obtienen a los 65 años y pregúntese por qué tiene que soportar la dictadura de la miseria. Los individuos podrían dedicar su tiempo libre a otras actividades (leer, escribir, dibujar, viajar, hacer deporte, etcétera), reducir su jornada laboral y conciliar su vida laboral y familiar de un modo más sencillo (criar y educar a sus hijos en casa) o tomarse varios años de vacaciones, durante los cuales podrían incrementar su formación y, así, percibir más tarde mayores salarios.

Piense incluso en este supuesto, totalmente realista: unos padres que decidan hacer a su hijo recién nacido el que sin duda será el mejor regalo que reciba en su vida: abrirle un fondo de valores bursátiles de dos millones de pesetas. Ese fondo se habrá revalorizado hasta los 15 millones cuando el niño ya no sea tal y cumpla 30 años: le proporcionará unas rentas pasivas mensuales de más de 100.000 pesetas. Todo ello sin que el niño trabaje y, lo que es más importante, ayudando a crear riqueza en el resto de la economía. ¿Quién dijo que el salario mínimo era necesario para una vida digna?

Todos estos cálculos se han obtenido con la estimación, bastante realista, de un crecimiento de la bolsa del 7% anual (podría considerarse incluso conservadora, si tenemos en cuenta la experiencia chilena: allí, tras la implantación de las pensiones por capitalización, el crecimiento económico pasó de un 3 a un 7% anual). Se trata de una cifra obtenida de la suma de un crecimiento real de la economía del 4%, un beneficio de apalancamiento del 2% (diferencia entre el rendimiento del capital y el coste de la financiación) y una reinversión de los beneficios del 1%.

Ahora bien, cualquier individuo con una mínima cultura financiera podría dedicarse a seleccionar sus inversiones y superar ese 7% anual de rentabilidad media: baste decir que la rentabilidad media anual del Ibex 35 es del 10%.

El problema es que la inmensa mayoría de la población ha crecido en una sociedad de trabajadores ajena a la actividad empresarial e inversora. Quien quiere alcanzar una posición económica holgada se esfuerza por conseguir un puesto de trabajo de alta remuneración, y para ello está dispuesto a estudiar entre 15 y 20 años; pero luego descuida la organización de sus finanzas personales.

Dicho de otro modo: la mayoría de la sociedad comete el fatal error de confundir renta con riqueza. Los ricos no lo son porque obtengan cada año unas rentas muy elevadas que les permitan gastar de manera desbocada, sino porque han amasado un gran patrimonio y lo están destinando a tareas productivas.

Si percibimos grandes rentas salariales pero carecemos de riqueza podremos consumir como ricos durante un tiempo, pero cuando esas rentas se interrumpan (por ejemplo, porque seamos despedidos) careceremos de un colchón que nos permita mantener nuestro status de vida. Tendremos que recortar drásticamente nuestros gastos, incluso liquidar parte de nuestra exigua riqueza (pensemos en un desempleado que tenga que vender su coche nuevo poder pagar las cuotas de la hipoteca).

Si queremos consumir como ricos primero deberemos tener el patrimonio de un rico, y para ello sólo hay un camino: capitalizar nuestras rentas, esto es, ahorrar e invertir. O, como diría Robert Kiyosaki, deberemos pasar de una situación como la actual, donde trabajamos para el dinero, a una donde el dinero trabaje para nosotros.

Sólo la sociedad de propietarios crea los incentivos para que emerja esa necesaria cultura financiera, al hacer a las personas responsables de su dinero y de su propio futuro.

Además, la sociedad de propietarios tiene otros dos efectos que la hacen muy superior al Estado de Bienestar. El primero es que, a diferencia de éste, no destruye la riqueza, sino que la estimula. La acumulación de capital se incrementa enormemente gracias a los nuevos ahorros de las personas; igualmente, crecen la productividad y los salarios. La segunda es que nos vuelve independientes del Estado y de su aparato redistributivo. Nuestra pensión futura o nuestra seguridad presente no dependen de un aparato coactivo y centralizado, sino de nuestro propio patrimonio.

¿Permitiría que su alimento dependiera de la aquiescencia de un tercero? Hoy, su salud y su manutención en el futuro dependen de que el Estado siga transfiriéndole recursos a través de su aparato coercitivo. ¿Se ha parado a pensar qué le sucedería si dejara de hacerlo, o si le amenazara con dejar de hacerlo?

Sólo la sociedad de propietarios nos garantiza prosperidad e independencia frente al poder político. El estudio del Instituto Juan de Mariana merece la máxima atención y difusión por parte de todos los liberales, porque en él se encuentra un muy necesario referente para nuestra agenda y nuestra lucha diaria.

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