El PSOE presentará en septiembre su plan de competitividad para el comercio. El objetivo del plan es aumentar la transparencia, la competencia, fomentar la incorporación de nuevos operadores y modernizar los canales de distribución.
Qué gran contrasentido que sea el gobierno quien cree más competencia cuando sólo él con sus impuestos, reglas inútiles y sistema de multas es quien elimina sistemáticamente la competencia. Y qué gran contradicción, también, que sea el gobierno quien quiera imponer transparencia a todo aquel que no sea el mismo, cuando sus métodos de financiación son los menos transparentes de todos. ¿Sabe usted adonde, o a quién, van destinados sus impuestos? ¿Sabe en cuánto se beneficia de lo que el estado le usurpa? Ni lo sabe, ni nunca lo sabrá. Al gobierno no le interesa.
En la estructura del libre mercado la transparencia es sustituida por la eficiencia quedando expresada en los precios. Éstos son el reflejo de la importancia que damos a los bienes materiales, y a la vez, crean la estructura productiva de todos los escenarios entre oferta y demanda. Si todos queremos comprar pan, por ejemplo, legiones de pequeños, medianos y grandes empresarios competirán para darnos el mejor pan o el pan más barato. Lo mismo ocurrirá con los proveedores de esas panaderías, con los proveedores de los proveedores… y así hasta llegar a la materia prima. La libre competencia absoluta surgida del orden espontáneo de la gente, y no la planificación de un dictador de la producción, es el mejor plan para nosotros y la economía.
Es el consumidor, y no la empresa, el patrón que dirige el barco de la producción en el libre mercado. El estado, en cambio, es el iceberg que pone en peligro la estructura natural productiva generando el consiguiente hundimiento económico. No es un fallo de mercado, sino un fallo del estado.
Ningún gobernante tiene legitimidad alguna para imponer condiciones a nadie. El estado no tiene la capacidad, ni el interés para saber qué es lo que quieren los consumidores ni empresas. Ningún grupo de burócratas puede abarcar y gestionar toda la información, necesidades ni gustos de la sociedad.
Cada vez que el gobierno intenta regular nuestros asuntos privados el caos es la única garantía: leyes difíciles de aplicar para los comerciantes, aumento en los costes que castigan a un grupo de comerciantes en beneficio de otros, horarios incompatibles con el consumidor premiando al empresario ineficaz y castigando al emprendedor, gastos estatales de intermediación que pagamos todos tanto seamos consumidores como no, más funcionarios ociosos…
Los procesos de mercado no tienen porque ser caros ni complejos para beneficiarnos a todos. Más bien podemos aplicar el principio de la Navaja de Occam: la solución más sencilla es la correcta. Demos libertad tanto a oferta como demanda, eliminemos las leyes y regulaciones al sector del comercio, eliminemos la barbarie de los impuestos y que los grupos de presión pierdan su poder político de forma absoluta; y esto significa la total no intervención del estado.
Hagámoslo sencillo. Apartemos al estado y la competencia surgirá sola sin darnos ni cuenta: horarios libres, nuevos intermediarios, variedad de precios y calidad, más marcas para satisfacernos, menos burócratas, más innovación empresarial… Y todos estos beneficios serán sin haber gastado ni un solo céntimo de nuestro bolsillo, a diferencia del nuevo plan del PSOE. Sólo el Capitalismo libre nos puede dar más libertad y bienestar. En este proceso libre no hay árbitros, sólo oferta y demanda pactan el nivel de bienestar por medio de los precios, que a la vez han sido determinados por las preferencias del consumidor.
En un mundo de libertad capitalista y económica todos salimos ganando, y además nos desharemos de la imposición, arbitrariedad, extorsión y corrupción de los políticos que creen que sus mandatos están por encima de nuestra libertad.