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Harakiri a la europea

Publicado en Libertad Digital

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Cada vez que los ministros de economía de la zona euro se sientan a una mesa, nuestras carteras tiemblan. Cuando se sientan para decidir cómo enterrar las condiciones del pacto que trata de limitar el gasto en el que ellos mismos incurren con cargo a nuestras temblorosas carteras al nivel de los ingresos públicos, tiembla toda la sociedad. Y eso es lo que sucede mientras escribo este artículo.

Limitar el gasto a lo que se ingresa no garantiza el crecimiento económico –imagínense unas cuentas equilibradas con unos impuestos que confiscan el 90 por ciento de la renta- pero incurrir en déficit público constituye una verdadera liposucción para las vacas de la economía. Un mayor nivel de gasto público –con o sin déficit- implica un uso de los recursos crecientemente distanciado del que les darían los consumidores: Un desequilibrio económico inducido por el afán de gastarse el dinero que previamente se les quita a los demás con la excusa de gastarlo en lo que verdaderamente les conviene. ¡Cómo si los individuos se chupasen el dedo!

El déficit público tiene que cubrirse con impuestos adicionales, inflación o deuda pública y la perspectiva de cualquiera de estas medidas deprimen la ya de por sí anémica eurozona. La primera invita a salir a por tabaco con el capital y no volver nunca a casa, la segunda distorsiona todo la estructura productiva por la descoordinación intertemporal que provoca y la redistribución forzosa de recursos que implica y, por último, el incremento de la deuda pública asfixia los proyectos empresariales privados al elevar la escasez relativa del crédito. Al mismo tiempo estas medidas hacen tambalear los fundamentos del valor del euro y, en consecuencia, el poder adquisitivo de nuestros ingresos.

¿Qué les impulsa a nuestros señores ministros a desvirtuar el pacto en torno al equilibrio presupuestario en Europa? Sobre esta cuestión sólo cabe especular. Es posible que una explicación consista en la vieja y arrogante convicción de que el dinero gastado por un gobernante obra milagros multiplicadores que no puede conseguir el gasto del mismo dinero por parte de sus legítimos propietarios. Pero es más probable que estas fábulas no tengan hoy el predicamento ni el influjo que tuvieron en el pasado y que la clave de esta defunción programada a base de flexibilización haya que buscarla en la presión por parte de los gobiernos manirrotos y poderosos para que las medidas que un día impusieron a los demás, no les sean aplicadas a ellos ahora que han convertido sus países en solares donde pocos se atreven a producir y demasiados se animan a vivir del gasto público.

Quizá a los señores ecofines les convenzan más las palabras directas de Juan de Mariana que una tonelada de razonamientos económicos: “No puede el rey gastar la hacienda que le da el reino con la libertad que el particular los frutos de su viña ó de su heredad".

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