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Hay pobreza y pobreza

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Por una vez, y sin que sirva de precedente, el responsable de Hacienda, Cristóbal Montoro, acertó a la hora de cuestionar las estadísticas de pobreza que tan habitual e irresponsablemente difunden organismos oficiales y ONG. El ministro recibió todo un aluvión de críticas por atraverse a señalar que dichos informes "no se corresponden a la realidad" y, sin embargo, tiene razón. La polémica surgió a raíz de un informe elaborado por Cáritas Europa según el cual España registra la mayor tasa de pobreza infantil del continente tras Rumanía.

En concreto, el 29,9% de los menores de 18 años se encontraba en riesgo de pobreza en 2012, nueve puntos por encima de la media de la UE (21,4%). Dicho así, el dato resulta, simplemente, alarmante. No es para menos, pues, según ese titular, casi tres de cada diez niños residentes en España son pobres, a la altura de países mucho más atrasados, como es el caso Rumanía, Bulgaria o Grecia, ni más ni menos.

Pero ¿de verdad el 30% de los menores son pobres en España?, ¿cómo es posible que tal lacra afecte por igual a un país que, pese a la crisis, mantiene una renta per cápita de casi 22.000 euros al año (puesto 28 del mundo) y a otro cuyos ingresos por habitante rondan los 6.500 (puesto 71), tres veces menos? Tales conclusiones no sólo son absurdas sino, directamente, insultantes, especialmente para todas aquellas personas que, realmente, sufren la tragedia de encontrarse sin recursos.

El problema de fondo radica en el concepto empleado para definir la pobreza. Según la Real Academia Española, pobre es quien "no tiene lo necesario para vivir", y la pobreza es síntoma de "escasez" o "necesidad". De hecho, no hace falta acudir al diccionario para entender el término en cuestión. No en vano, lo primero que viene a la cabeza al pensar en esta palabra no es otra cosa que personas sin techo, pidiendo o viviendo en la calle, o bien gente con muy escasos recursos, desempleadas sin prestación y, por tanto, con graves dificultades para afrontar unos gastos mínimos de vivienda (alquiler, hipotecas, facturas de luz y calefacción, etc.) y manutención (alimentos).

Pero eso, que es lo que entiende justamente el común de los mortales, no es la pobreza que reflejan los mediáticos y alarmistas estudios que elaboran gobiernos, sindicatos, organismos internacionales y ONG subvencionadas. Y es que lo único que miden dichos informes es un concepto estadístico, completamente artificial y engañoso, denominado pobreza relativa. Así, para los estadistas pobre es quien no supera el 60% de la mediana de ingresos anuales existente en su país de residencia. ¿Y esto qué significa? Contar con una renta inferior a 7.182 euros al año -menos de 600 euros al mes- para el caso de un hogar de una persona (con vivienda en propiedad o un alquiler subvencionado) o de 15.082 euros al año para una familia con dos niños -1.257 euros al mes-.

Pero, además, estas cifras sólo corresponden a 2012, ya que la polémica tasa no mide ingresos absolutos sino relativos. Es decir, dicho umbral aumenta conforme crece la riqueza de un país. En 2004, por ejemplo, el umbral de la pobreza en España se situaba en 6.196 y 13.011 euros al año, respectivamente, un 16% menos que en la actualidad. Por eso, precisamente, el índice de pobreza en España se mantiene anclado en el 20% de la población (más de 9 millones de personas) año tras año, con independencia de que haya crisis o no, incluso en plena burbuja inmobiliaria, cuando el paro rondaba el 8%.

Llevado al paroxismo, la aplicación de esta particular metodología implica que si en un país el 60% de la población gana 1 millón de euros al año y los demás medio millón, este 40% restante será catalogado estadísticamente como pobre. Suena a broma, pero, en realidad, ya sucede. Olvídense por un momento de España. Casi el 17% de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza en la Zona Euro en 2012, según Eurostat. ¿Dos de cada diez familias en la ruina absoluta en el grupo de países más ricos del mundo? ¿Cómo es posible semejante barbaridad? Que suceda en España, fuertemente golpeda por el paro, vale, pero en países punteros como Holanda, Finlandia o Alemania, resulta difícil de creer, se preguntarán algunos.

La respuesta, sin embargo, es la misma: pobreza relativa. Si en España pobre es quien no alcanza 600 euros al mes, en Francia y Bélgica son todos aquellos que cobran menos de 1.000 euros, en Dinamarca unos 1.300, en Luxemburgo menos de 1.600 y en países como Noruega o Suiza menos de 2.000 euros mensuales. Dicho de otro modo, aplicando el umbral suizo, más del 70% de los españoles son pobres, lo cual resulta -una vez más- insultante para los nacionales y, sobre todo, para los verdaderos necesitados.

En EEUU, por poner otro ejemplo, los mileuristas españoles también serían considerados pobres en las estadísticas de Washington. O, dicho de otro modo, las familias pobres estadounidenses gozan de un nivel de vida equivalente a la clase media en España, de modo que la mayoría posee, como mínimo, un coche, disfruta de aire acondicionado, dos televisiones, todo el material imprescindible para la cocina, una casa en buen estado con más espacio que la típica europea, no sufren hambre, pueden acceder a asistencia médica cuando es necesario y suelen tener suficientes fondos para cubrir las necesidades esenciales.

Por ello, la realidad de la pobreza en España, siendo muy grave, inaceptable desde todos los puntos de vista en un país -aún- desarrollado, está muy alejada del vergonzoso y falaz alarmismo que denuncian políticos -por intereses electoralistas- y ONGs -¿para recibir más subvenciones, quizás?-.

En España hay pobreza, sin duda, y ésta, además, se ha disparado como consecuencia de la elevadísima tasa de paro que padece el país por culpa del agudo intervencionismo gubernamental; pero, por suerte, ni hay 9 millones de pobres, ni uno de cada tres niños sufre esta lacra ni, mucho menos, existen problemas de hambre o desnutrición, como denuncian muchos irresponsables. En este sentido, sorprende cómo hace apenas año y medio muchos criticaron un reportaje publicado por The New York Times en el que se ofrecía una imagen distorsionada y demagógica de España, con gente buscando comida en la basura, y hoy, sin embargo, no dudan en afirmar que la pobreza aquí es similar a la de Rumanía o Bulgaria.

La tasa de pobreza real es muy inferior a la publicitada. Para comprobarlo basta con observar, al menos, tres indicadores: el número de hogares sin ningún tipo de ingresos (ni siquiera subsidios autonómicos), que, según la Encuesta de Población Activa, roza los 500.000, el doble que en 2007, lo cual se traduciría en cerca de 1,5 millones de personas (3% de la población total); el volumen de atendidos por los servicios de Cáritas España, que rondaron los 1,3 millones en 2012 -casi la mitad, inmigrantes-; y la estadística de pobreza severa que elabora Eurostat y que, entre otros indicadores, refleja el porcentaje de familias que no puede permitirse comer carne, pollo o pescado al menos cada dos días, ni mantener la vivienda con una temperatura adecuada ni abonar puntualmente todas las facturas relacionadas con la vivienda. En este último caso, la tasa se sitúa en el 5,8% en 2012 (algo menos de 3 millones) frente al 3,5% de 2007.

Así pues, todo apunta a que la pobreza real se ha duplicado en España durante la crisis, pero oscila entre 1,5 y un máximo de 3 millones de personas. No es necesario desvirtuar ni mentir para destacar la dramática y alarmante situación económica que sufre el conjunto del país, y muy especialmente las familias que, por desgracia, siguen en paro. El panorama ya es lo suficientemente grave como para, encima, tener que soportar una dosis extra de demagogia y populismo.

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