Es esencial que los gobiernos se aseguren de que esas fantásticas cumbres de buenas intenciones no supongan que el consumidor pague más.
“There is a light that never goes out”, Morrissey
Este viernes comentábamos en EL ESPAÑOL la reciente evolución del precio de la luz y la posible discrepancia entre ministerio y empresas sobre el cierre de las centrales de carbón.
Dos noticias que pueden parecer diferentes, pero tienen mucho que ver.
La decisión legítima de una empresa de cerrar sus plantas eléctricas por cuestiones estratégicas y económicas no se pone en duda. La realidad es que, como hemos comentado en esta columna, el problema de la factura de la luz es evidente.
Por un lado, las empresas sufren unas rentabilidades por sus inversiones muy bajas. Tan bajas que, al contrario de lo que afirman algunos que no tienen ni idea del negocio eléctrico, las empresas pierden dinero en la energía nuclear, que es la de menor coste y además de producción constante. Una de las mayores operadoras anunciaba que registraba unas pérdidas de 1.075 millones de euros desde 2013 a 2016 en su filial nuclear. No es muy distinto en generación de gas y carbón, dos fuentes esenciales para un mix energético estable. El carbón, con excepciones, sigue necesitando subvenciones y tiene claramente efectos medioambientales adversos en medio de las llamadas a cumbres de París y objetivos políticos.
Sin embargo, en el entorno actual de tecnología -y no me cuenten películas de ficción sobre lo que va a pasar dentro de veinte años- es imposible sustituir la nuclear y las térmicas por renovables. No solo por seguridad de suministro, ya que ante caídas de producción solar o menor viento nos encontraríamos con apagones constantes. También por coste. Dice el ministro Nadal que el precio de la luz subiría más de un 15% y hasta un 25%. El ejemplo alemán nos demuestra que esas estimaciones son conservadoras. La tarifa a los consumidores se ha casi duplicado desde que se impuso la retirada de las nucleares sustituido por energías renovables intermitentes, primadas y caras.
Los ciclos combinados de gas natural funcionan a menos de un 25% de su capacidad, lo que supone una capacidad ociosa enorme y una rentabilidad económica paupérrima, tanto que necesitarían pagos de capacidad si se mantienen como una necesaria potencia de respaldo ante la creciente volatilidad del mix energético de España. A medida que crece la generación renovable, que es intermitente y difícil de predecir, es más complicado hacer el malabarismo de unir seguridad de suministro, competitividad y descarbonización.
¿Y cómo puede estar todo el mundo sufriendo en distintas tecnologías si por un lado sobra capacidad y por otro hay pérdidas? Por la enorme carga de costes fijos y subvenciones, que suponen más del 60% de la factura de la luz. Costes que suben anualmente porque, entre otros, las redes son cada vez más caras precisamente para adaptarse a un modelo energético más volátil y que requiere más inversión en red eléctrica para acomodar la creciente instalación de energías renovables.
Las fuentes no intermitentes, con la energía hidráulica, permiten que España no caiga en enormes cortes de suministro ni en aumentos mucho mayores del precio de la luz. Mientras las tecnologías se van haciendo más eficientes y competitivas, hay que utilizar lo que funciona y además es menos caro.
La generación con carbón es claramente un factor que va a desaparecer en los próximos años con el objetivo de la descarbonización y los planes sobre el clima de la UE. Podemos estar de acuerdo o no con su idoneidad, pero son acuerdos aceptados por los gobiernos. Pero es esencial que los gobiernos se aseguren de que esas fantásticas cumbres de buenas intenciones no supongan, como siempre, que el consumidor pague más.
El carbón se puede retirar del mix energético y así evitar tener que dar pagos de capacidad a ciclos combinados infrautilizados. Esa idea puede reducir los costes y avanzar en una descarbonización “competitiva” mientras las tecnologías renovables maduran y reducen costes. Con realidades.
La seguridad de suministro y la descarbonización deben añadirse al objetivo principal: la competitividad. Unas empresas con mayores costes energéticos son también empresas menos competitivas, que no pueden subir salarios, menos productivas y que terminan por deslocalizarse. Estados Unidos tiene hoy un coste medio de la electricidad para empresas y familias que es casi un 50% inferior a la media europea.
Es lógico que en un entorno de crecientes tecnologías intermitentes nos preocupemos por la seguridad de suministro. Las empresas deben mostrar claramente que el sistema va a ser viable y competitivo en momentos de estrés. Se puede llevar a cabo un plan como el que se ha implantado en Italia, coordinado, en el que el retiro de las centrales obsoletas esté claramente orientado desde la seguridad de suministro y la competitividad.
Siempre que leo opiniones distintas sobre el mercado eléctrico se percibe claramente que el sistema funciona con objetivos muy diferentes dependiendo de las empresas. Por ello es importante que la rentabilidad económica real venga de la competencia, de un mercado abierto, sin restricciones, regímenes especiales ni incentivos perversos, y que las tecnologías de respaldo sean viables por sí mismas. Por ello es esencial que, a los planes de unos y otros agentes dentro del sector, legítimos, se añada un objetivo común. Que baje la luz. No que la subida la pague otro, no que las subvenciones se le pasen al contribuyente por otro lado, no que suba “en línea con la media de la UE”. Que baje.
Por eso hace falta un acuerdo entre todos los sectores en los que todos acepten la reducción de costes por eficiencia y una garantía de seguridad de suministro a medida que las tecnologías se desarrollan, y el autoconsumo va convirtiéndose en una realidad viable, no un juego de incentivos perversos .
Por lo tanto, la solución es evidente. Cerrar centrales de carbón, en un sector que lleva “zombi” desde hace años, sostenido con enormes subvenciones es una buena noticia que nadie cuestionará como parte de una realidad: que no redunde en mayores costes para los consumidores.
Las suspicacias se pueden entender. Desde hace años, muchos operadores se presentan ante cada ministro diciendo que los costes son culpa del que no está en la habitación y termina subiendo la luz. Por eso la transparencia y eficiencia cuentan más que nunca.
Así que empecemos el acuerdo entre todos desde ahí: Buenos días, señores ciudadanos, he aquí el plan para bajar hoy los precios de la luz. Y aceptamos descuentos por eficiencia a la norteamericana.
Que empiece a funcionar el mercado de verdad con todos. Que se den subastas de capacidad abiertas para conocer la demanda real de mercado. Y que se pongan objetivos de eficiencia que resten a la factura.
Si ese acuerdo no se da, y se sigue cargando la factura de costes fijos, dentro de unos años volveremos a quejarnos -en toda la UE- de altos costes de la electricidad.
Así que, bienvenidas las iniciativas de eficiencia. Bajemos el precio de la luz.