No podemos apoyar ni las medidas de Trump ni tampoco las propuestas de quienes idolatran una organización que se torna más y más ineficiente.
Uno de los muchos frentes que tiene abierto Donald Trump es la amenaza de abandonar la Organización Mundial del Comercio (OMC). El presidente estadounidense ha manifestado varias veces su inconformidad con las normas de dicha organización porque le impide subir los aranceles al acero y el aluminio y porque los demás países usan la OMCpara atacar a Estados Unidos. Al principio, algunos dirigentes de la organización aseguraban que no era creíble y que no tenían ningún temor. Pero este pasado mes de agosto hemos visto que tal vez el optimismo no estaba justificado.
Las reclamaciones de Trump son ciertas en gran parte. Las conclusiones que extrae de ellas no tanto. Por un lado, afirma que Estados Unidos es el país al que más denuncias se han presentado y el que más veces las ha perdido. Y eso es cierto. Pero ¿por qué? Porque, aunque en otros ámbitos tal vez Estados Unidos pueda considerarse el paraíso de la libertad, en el terreno del comercio exterior no es así. Las demandas de los miembros de la OMC se deben a transgresiones en contra de la libertad comercial por parte de este país. En general, desde el nacimiento de esta institución en 1995, se han presentado reclamaciones un 78% más veces que contra la Unión Europea y tres veces más que contra China. Es cierto que ha sido bajo los gobiernos republicanos de Bush y Trump cuando las cifras se han disparado, en concreto en el año 2002, el 51% de las demandas eran contra Estados Unidos y en lo que llevamos del 2018, el porcentaje asciende a casi el 59%. En ambos casos, las cifras se corresponden con años en los que se han aplicado aranceles al aluminio y al acero. Sin embargo, también bajo el gobierno de Clinton hubo un gran porcentaje de reclamaciones, un 20% del total en 1997, un 36% en 1999 y un 32% en el año 2000. También hay que considerar que el año 2017, el gobierno de Trump se mantuvo en un 23% de reclamaciones sobre el total, seis puntos por debajo del 29% del último año de Obama.
Hasta aquí, Trump tiene razón. La interpretación, en el sentido de que hay una confabulación contra Estados Unidos, o que los demás países tratan de arruinar a este país, es exagerada. Es importante tener en cuenta, como explica el profesor de la Universidad de Arizona Jeffrey Kucik, que las demandas a Estados Unidos en muchos casos se refieren a su legislación “anti-dumping”, usada como excusa para aplicar aranceles a los bienes extranjeros que se venden por debajo del precio de mercado. Pero para que sea legal esa legislación hay que demostrar que hay daño material a la industria de tu país. Y esa prueba es sujeto de controversia. Eso justifica que, de las 150 demandas en total, 126 sean interpuestas por países que cuestionan la legalidad de la aplicación de medidas anti-dumping a sus productos.
Por otro lado, los litigios no son gratuitos. Quien demanda lo hace sólo si tiene claro que va a ganar. Y por eso Estados Unidos pierde el 90% de las demandas, exactamente igual que China, la Unión Europea y cualquier otro país.
No obstante, merece una consideración el servicio que la OMC está realizando por el libre comercio. En primer lugar, su origen fue complicado. Resultó imposible crear una Organización Internacional del Comercio tras la Segunda Guerra Mundial. Solamente se llegó a reunir a 23 países en un acuerdo general que tenía como objetivo evitar la desastrosa subida de aranceles que tuvo lugar en la posguerra de la Primera Guerra Mundial, principalmente de la mano, precisamente, de Estados Unidos, y que retrasó la recuperación europea. El acuerdo, llamado GATT, fue muy exitoso durante muchos años y mantuvo el espíritu de 1948 hasta casi los años 70. Pero la incorporación de muchos países en la Ronda de Uruguay y las crisis del petróleo del 73 y el 78 pusieron en jaque la institución.
Desde entonces, las rondas del GATT han sido cada vez más difíciles. Los intereses respecto a la protección de los productos agropecuarios, básicos para los países más pobres, fue uno de los temas más espinosos. Después vendrían otros como la propiedad intelectual o el medioambiente. Precisamente su sucesora, la OMC, ha heredado esas dificultades. Poner de acuerdo a muchos países muy heterogéneos (164 miembros y 23 observadores), con circunstancias políticas diferentes y necesidades económicas dispares, respecto a las condiciones comerciales de infinidad de productos, es imposible por la misma razón que lo es cualquier sistema de planificación central. No importa que la intención sea celestial. El orden impuesto de arriba abajo no funciona en esas condiciones. La estructura organizativa en grupos de negociación que incluye países miembros y observadores, y se ocupa de diferentes acuerdos respecto a bienes, servicios y propiedad intelectual, y dentro de estas rúbricas, productos agropecuarios, minerales y metales, textiles, etc., es un laberinto imposible. No he entrado en su financiación. Estados Unidos aporta el 11% del presupuesto, que asciende a más de doscientos millones de dólares, China casi un 10%, Alemania un 7% y Japón un 4%. ¿Merece la pena? ¿No estamos agarrándonos a las glorias del antiguo GATT para mantener un statu quo a costa de la libertad comercial? El libre comercio entre personas implica el compromiso político y económico de no subir aranceles. No se trata de eliminar algunos aranceles y mantener otros. Quienes creemos que los gobiernos deben asegurar un marco de seguridad y cumplimiento de los contratos y que las empresas deben comerciar libremente no podemos apoyar ni las medidas de Trump ni tampoco las propuestas de quienes idolatran una organización que se torna más y más ineficiente.