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Historia de un pequeño agricultor chino

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Los números son reveladores. En 1978, el país más poblado del mundo sólo aportaba un 1,8 por ciento de la riqueza mundial. Hoy es un 6 por ciento. En estas tres décadas ha sacado de la pobreza a 200 millones de personas, la mitad de la población europea. El fenómeno de China es de tal calado, que comprender bien las razones que le permiten crecer de forma tan acelerada y sostenida es muy importante.

Por eso me ha llamado la atención un reciente artículo escrito para McKinsey Quaterly. Yasheng Huang, tras haber escudriñado lo que recogen los organismos central y regionales, observa que el gran cambio de aquella economía no lo ha operado el diseño controlado del aparato central, sino que fueron "experimentos locales con la liberalización financiera y la propiedad privada" los que allanaron la mayor parte del camino al mercado. Han sido "los derechos de propiedad y la empresarialidad privada los estímulos dominantes del alto crecimiento y los bajos niveles de pobreza".

Hay una China rural aún sumida en el comunismo, pero la historia que cuenta Huang tiene todo el sentido. El régimen ha concentrado sus esfuerzos allí donde la riqueza está más concentrada y localizada: en las ciudades, que crecen al albur del comercio internacional. El campo, orillado por el régimen, está también más a salvo de la dependencia y el intervencionismo estatal.

Cita como ejemplo Wenzhou, una provincia eminentemente rural y anegada de miseria, que inició su propio camino a la liberalización financiera en 1982, cuando introdujo instituciones tan básicas como el préstamo privado o un tipo de interés de mercado. El Gobierno local se esforzó, a su vez, por proteger la propiedad privada, dentro de lo que era posible. El resultado fue la emergencia de numerosas empresas creadas por asociaciones de pequeños agricultores que constituyeron el plancton del crecimiento chino.

Los críticos y no pocos defensores del capitalismo, como Ayn Rand, creen que los peces gordos son lo característico de una economía libre. Pero son las pequeñas contribuciones del conjunto de la sociedad, lo que constituye siempre el grueso de la aportación a la riqueza. Por eso, el desplome de unos cuantos gigantes, que muchos ven con fruición como símbolo de la definitiva caída del capitalismo, no tiene, ni de lejos, la importancia que se le achaca. El capitalismo es el sistema económico del hombre común.

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