La pena que se imponga debe guardar cierta proporción con el daño causado.
Quienes se oponen a la cadena perpetua siempre miran a los demás desde una posición de superioridad intelectual y moral. Es difícil luchar contra la segunda, porque es la base de toda la visión política de un gran porcentaje de la izquierda, y sobre todo de la práctica totalidad de la izquierda periodística y mediática. Y no se puede. Ellos creen que son mejores que tú porque tú quieres que Ana Julia Quezada no salga de la cárcel en toda su vida y ellos, en cambio, son capaces de trascender sus emociones y sus instintos para apoyar una visión más racional. Y una mierda. Su visión no es más racional: la tienen precisamente porque eso les permite diferenciarse de la chusma. Lo cual, la última vez que lo miré, no está precisamente en la misma categoría intelectual que los silogismos de Aristóteles.
Un ejemplo de prístina pureza lo tenemos, como casi siempre, en Pablo Iglesias cuando dice preferir «un sistema penal eficaz que no se fundamente en la venganza, sino en la protección de las mujeres y de las víctimas». Con esta frase se coloca en un plano moral superior al de quienes no buscaríamos justicia sino mera «venganza«, sentimiento despreciable, mientras que lo que él quiere es proteger a las víctimas, no como nosotros, que al proponer que los peores criminales jamás tengan la oportunidad de volver a las andadas no buscamos proteger a nadie, parece ser.
Lo mismo podía decirse de Ignacio Escolar, quien, tras acusarnos a todos de odiar a Quezada no por ser una despreciable asesina de niños confesa sino por ser «negra, inmigrante y mujer«, decía estar «en contra de la cadena perpetua, en contra del populismo punitivo y a favor de los derechos humanos; hasta los peores criminales tienen derecho a un juicio justo y a la presunción de inocencia». Nada hay que impida la existencia de la cadena perpetua en la Declaración de Derechos Humanos, ese sustituto de la Biblia como texto sagrado para la progresía anticlerical. Y uno se enfrenta a un juicio justo donde esté garantizada la presunción de inocencia al margen de la pena máxima a la que pueda ser condenado: Escolar los cita para que parezca que quienes estamos por la prisión permanente revisable también estamos contra las garantías del Estado de Derecho –esas que violó el exjuez Baltasar Garzón, de quien el hijo de Arsenio Escolar es fan reconocido–, pero sin decirlo explícitamente para poder negarlo si se le acusa por ello. Un truco verbal muy de la escuela de Chomsky.
En ocasiones, en aras de justificar su inmerecido complejo de superioridad moral, alguno intenta ofrecer argumentos más o menos lógicos en lugar de trampas verbales para intentar hacernos creer que si están por encima de los «comprensibles sentimientos» de la plebe –esa que llaman «pueblo» cuando dicen representarla– es porque ellos sí tienen la razón por bandera. Entre ellos, quizá el más risible es el que afirma que, como España tiene unos niveles de violencia más bajos que Europa, no hay ninguna razón lógica para tener unas penas tan duras. El periodista del New York Times Fox Butterfield ya se convirtió en blanco de las burlas cuando publicó un artículo en el que criticaba con perplejidad que las prisiones estuvieran más llenas que nunca en un momento en el que el número de crímenes estaba bajando, sin considerar en ningún momento la posibilidad de que los delitos estuvieran disminuyendo porque había más delincuentes entre rejas en lugar de en la calle haciendo de las suyas.
Se puede considerar que la civilización consiste en que todos aceptemos externalizar la aplicación de la justicia en terceros, en lugar de vivir en un mundo en el que todos seamos jueces y verdugos. Pero para poder aceptar esta premisa, la pena que se imponga debe guardar cierta proporción con el daño causado, porque en caso contrario es posible que se empiece a recurrir a métodos extrajudiciales para hacer justicia, como ya empieza a pasar con las okupaciones, con el riesgo que ello conlleva para nuestra convivencia como sociedad civilizada. No me cabe duda de que hay algunos crímenes que requieren como justa retribución la muerte del criminal, y el de Gabriel parece uno de ellos. Y aunque haya razones de peso para no conceder al Estado la capacidad de quitar legalmente la vida a sus ciudadanos, razones que suscribo, es difícil argumentar que no es eso lo que merecen, en justicia, algunos asesinos. Sin embargo, no existe ninguna razón moral en contra de la cadena perpetua revisable que no pueda aducirse en contra de cualquier otra pena de cárcel. De ahí que los argumentos en contra sean bastante pueriles, porque no estamos hablando de lógica o de razón, sino de mostrar al mundo lo buenísimos que somos. En eso, a la izquierda no la gana nadie.