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Impuestos, impuestos y nada más que impuestos

Publicado en Libertad Digital

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Resulta bastante cansado ir viendo y asumiendo, viernes tras viernes, o mes tras mes, las ruedas de prensa que se suceden una después de otra, como la mañana sucede a la noche, con sus largos soliloquios ministeriales y las series de preguntas sin contestar o a medio cuajar de los periodistas.

El hastío de la población elevada al máximo

Hace mucho que los españoles estamos hastiados de la aparente seguridad de los miembros de Gobierno, cuando tenemos tan fresca la herida de la mentira y el regusto de las manipulaciones de datos, las llamadas de atención de Eurostat y portadas de periódicos con nuevas tramas de corrupción de diferentes partidos.

Marear a la gente puede tener un cierto rédito político. Ya dice el refranero que "A río revuelto, ganancia de pescadores". Y, en este sentido, todo el mundo sabe que nada como ir mucho de acá para allá, que se te vea moverte, para escaquearte de las tareas menos apetecibles. Es el truco de "hacer como si" para en realidad no hacer nada.

Y eso es a lo que nos tiene acostumbrados el Gobierno, desde que estaba en la oposición. El Partido Popular en la oposición se limitó a contraprogramar, haciendo suyas las posiciones típicamente socialistas y restregándoselas al gabinete de Zapatero a la cara en el Congreso de los Diputados. Solamente tuvo que esperar a que los votantes socialistas cayeran en el desencanto cuando la Unión Europea, entre otros, apretó las clavijas al Gobierno español y presentarse como una alternativa diferente.

Y, una vez en el poder, ha seguido con la misma actitud. Anuncia medidas, austeridad, reformas, que no tienen resultados positivos, bien porque son medias tintas, bien porque no se llevan a la práctica, bien porque los efectos negativos que generan compensan la supuesta bondad de las mismas.

Pero, con los datos en la mano, sigue el despilfarro, el gasto ha aumentado y la población se empobrece.

El esperado segundo paquete de medidas

Y en este ambiente de hastío, el ministro Montoro y el presidente Rajoy se dedicaron, la semana pasada, a preparar el caldo de cultivo de la opinión pública. El tema estrella eran los impuestos. Subieron, pero no los temidos IVA e IRPF. De manera que, de nuevo, los españoles nos indignamos hastiados al comprobar que los empresarios siguen sin tener un apoyo real, los parados no van a tener más oportunidades de encontrar empleo y los trabajadores vamos a ver incrementada nuestra carga frente al Estado y mermada nuestra capacidad de compra.

Independientemente del manotazo a la exigua esperanza que a alguno le quedaba de que estos señores tan votados algo harían de bueno, casi lo que más encendió los ánimos fue el tono, el gesto, la sonrisa cínica, la seguridad de quien se sabe con la sartén por el mango. No parece que el señor Montoro se percate de su error. El mango de la sartén no está en su mano, sino en la cruda realidad, tan tozuda ella. Esa realidad que nos ofrece escandalosas cifras de paro, cierre de empresas y empeoramiento de la situación económica.

Por supuesto, entre los cansados y sesudos análisis de propios y extraños, había quienes se quedaban en si el sector privado ha ajustado y el público no, o si habría que haber subido los impuestos a los ricos hasta el 70% como en Francia. Se oían voces que acusaban al Gobierno de estar al servicio de los más pudientes, sin darse cuenta de que nuestra clase política se sirve a ella misma. Y, en general, muchos ciudadanos expresaban claramente la necesidad de anticipar las elecciones cuanto antes.

El pánico ante la nada

Pero el jueves anterior al Consejo de Ministros la manifestación frente al Congreso, que se anunciaba multitudinaria y violenta, se quedó en agua de borrajas. También cansa salir a la calle cuando el resultado es nulo.

Uno de los miedos que le entra a quien va a saltar en paracaídas a cuatro mil metros de altura es la sensación de que el cuerpo se te paraliza. Se trata de un salto al vacío, apenas se ve qué hay debajo, más allá de una superficie marrón entreverada con blanquecino vapor de agua. Y esa es la sensación que tengo cuando pienso en un adelanto electoral. Porque el panorama de la oposición es desolador. No hay imaginación que, ante el despropósito de la arena política española, apunte a un candidato realista. Ni Rubalcaba, ni Madina, ni nadie del PSOE tiene arrestos para guiar el carro. Ni los partidos minoritarios están preparados para hacer de copilotos, ni los nacionalistas, por supuesto.

Y esa es la razón que justifica la inoportuna y desvergonzada sonrisilla de Montoro. Saber que "después de mí no hay nada", al menos de momento. Ser conscientes de que quedan dos años y algo en los que tratar de achicar agua suficiente como para que parezca que estamos a salvo.

Lo que pasa es que la realidad terminará imponiéndose, la economía no tiene visos de aguantar mucho más, y la tímida confianza que despertamos en Europa, si es que lo hacemos, es frágil como la memoria de los españoles que se sorprenden ante las políticas peperas.

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