No se trataba de una broma o un banner del Movimiento Stalin Vive. Me encontraba ante la campaña publicitaria de una compañía de telefonía móvil que ha tenido la desafortunada idea de utilizar un slogan tan provocador como equivocado. Para esta empresa y sus publicistas, eso significa una red "para todos". Resulta tremendo que cuando apenas han pasado veinte años de la caída del muro de Berlín, y mientras países como Cuba o Corea del Norte siguen sometidos al totalitarismo de inspiración marxista, haya quien pretenda identificar al comunismo con algo positivo.
Sabemos de sobra como es la red en países sometidos a una dictadura de ese tipo: en todos ellos, censura y monitorización más o menos generalizada de los internautas; en algunos, prohibición de navegar sin permiso del Gobierno; y en la totalidad de los casos, prácticas similares a éstas. Lo que no conocemos, más allá de la absurda fantasía de un publicista sin conocimiento alguno del comunismo, es cómo sería en realidad ese "internet comunista". He tratado de hacer un ejercicio mental (trasladando de forma imaginaria al mundo online las prácticas propias de ese totalitarismo y sus efectos sobre los países en los que se llevó a cabo) para describir en qué consistiría.
Un internet comunista sería terriblemente lento, puesto que sería un funcionario político el que decidiría en todo momento qué tecnología debe utilizarse en las redes y dónde se deberían situar los nodos. Eso sí, existirían unas cuantas redes paralelas muy rápidas para uso y disfrute de los altos cargos del partido único que gobernara sobre esa república soviética virtual. Habría muy pocas páginas web, puesto que algún burócrata sería el encargado de definir qué hacer en este sentido; y lo haría hasta el punto de ordenar en qué servidores deberían alojarse. Eso sin tener en cuenta que dichos servidores se caerían constantemente debido a que ningún empresario tendría incentivo alguno a mejorar la tecnología empleada o en hacer que se adaptaran a los gustos y necesidades de quienes los utilizarían.
A todo esto habría que sumar la falta de libertad e intimidad a las que estarían sometidos los internautas. Para conectarse haría falta identificarse en todo momento y la navegación estaría limitada a algunos pocos sitios, pues se trataría de una red fragmentada. Para poder acceder a otras webs dentro del internet comunista habría que pedir permiso a las autoridades políticas, mientras que el mero intento de acceder a la otra red (la capitalista) supondría pena de prisión automática. Las salas de chat y los servicios de mensajería instantánea serían terriblemente tristes y aburridos. Nadie se atrevería a decir lo que piensa, puesto que todo el mundo desconfiaría de aquellos con los que se estuviera conversando. Y haría bien. El espionaje y la delación estarían a la orden del día.
Un internet comunista estaría, por tanto, condenado al rápido fracaso en cualquier país que no tuviera un gobierno de ese tipo, porque los internautas se darían de baja enseguida y se pasarían a la otra red: ésa que permite unas conexiones más o menos decentes y unos mínimos de libertad e intimidad aceptables.