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Invertir en solidaridad

Publicado en Libertad Digital

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Ninguna nación puede estar «orgullosa de sí misma» porque sus ciudadanos han pagado más dinero a las autoridades a la fuerza.

Hace un par de años, Warren Sánchez concedió su primera entrevista a un diario, concretamente a Esther Esteban en El Mundo, y ya demostró su capacidad para acuñar atractivas consignas populistas, como «invertir en solidaridad».

Empezaba por la incuestionable realidad de que hay muchas personas en paro y pobreza en nuestro país. Siempre se puede discutir la dimensión estadística; por ejemplo, todo indica que esto que dijo Sánchez no es verdad: «España se ha convertido en uno de los países más desiguales de la Unión Europea». Pero el mensaje intervencionista estriba normalmente en mentir por exagerar, no por falsear totalmente la realidad. En efecto, hay paro y pobreza en España, aunque no sea en el grado que pretenden los intervencionistas de todos los partidos. Sea como fuere, no es mi cometido hoy cuestionar las cifras de Warren, sino su forma de razonar. Aceptemos, pues, la realidad del problema. ¿Qué propuso el líder el PSOE? ¿Qué significa para él esa preciosa idea de «invertir en solidaridad»?

Oigamos in extenso al propio Warren:

Los socialistas hemos propuesto esta semana un Ingreso Mínimo Vital que supone multiplicar por seis, hasta alcanzar los 6.450 millones de euros al año, los recursos destinados hasta ahora a paliar la pobreza en España. Se trata de una cantidad perfectamente asumible para un país como el nuestro. La propuesta persigue dos objetivos, ayudar a unas 730.000 familias sin ingresos para que puedan dar respuesta a las necesidades más básicas y en segundo lugar combatir decididamente la pobreza infantil, con ayudas familiares por hijo que beneficiarían a unos 2,3 millones de niños.

Como esto había sido propuesto también por Podemos, Sánchez se esforzó en aclarar que su idea «en nada se parece» a la de los populistas, lo que es más que dudoso, y añadió que el plan «irá claramente condicionado a programas de formación y reinserción laboral». Igual no recordaba lo que hicieron los progresistas andaluces en ese campo. Pero salió del paso concluyendo: «Desde el Partido Socialista tenemos la convicción de que no podemos salir de la crisis dejando en la cuneta a dos millones de personas», porque la pobreza infantil «supone una desoladora ausencia de justicia social y un fraude al pacto intergeneracional».

Por fin:

En los 80, los Gobiernos socialistas pusieron en marcha el Estado de Bienestar en España y fueron consolidando las diferentes políticas sociales que lo estructuran. Fueron conquistas muy complicadas con las que se logró convertir este país en una nación moderna, avanzada y orgullosa de sí misma. Hoy, con el Ingreso Mínimo Vital continuamos adaptando y mejorando nuestro sistema de protección para evitar la exclusión, sin perder de vista que el objetivo principal es la plena recuperación económica y laboral de los beneficiarios.

El socialismo, repito, jamás dice toda la verdad, y esta es la peor forma de mentir. De la existencia de pobres, que es verdad, pasa a la propuesta de «combatir» la pobreza aumentando el gasto público, lo que es muy dudoso en su eficacia, y además resulta insultante hacia los pobres. Es dudoso porque la pobreza es vencida por las personas libres, con su esfuerzo y tesón. Aumentar el gasto público equivale a dificultar esa labor de los pobres y, a menudo, contribuye a petrificarlos en su situación de pobreza, no sólo por los incentivos perversos que acarrea sino por los mayores impuestos que necesariamente implica, y sobre los cuales Warren Sánchez no dice nada más que esa extraña frase de que multiplicar esa partida de gasto por seis es «perfectamente asumible». ¿Por quién es asumible? ¿Por los millones de trabajadores que los socialistas pretenden empobrecer con aún más opresión fiscal? ¿Por qué los supuestos progresistas nunca piensan en aquellos que su fiscalidad deja «en la cuneta»? ¿Por qué les parece que «justicia social» es igual a castigar al pueblo trabajador?

Warren Sánchez, instalado en la ficción, no la abandona. Asegura seriamente que la coacción del Estado es fruto de un «pacto intergeneracional», que ni existe ni puede existir. Habla del Estado más oneroso como si fuera una valiosa «conquista», cuando los socialistas no le dejaron al pueblo otra opción que no fuera pagarlo, o ir a la cárcel. Ninguna nación puede estar «orgullosa de sí misma» porque sus ciudadanos han pagado más dinero a las autoridades a la fuerza. Y, por fin, Warren perpetra la broma macabra de sostener que su plan pretende la «recuperación económica y laboral de los beneficiarios», sin decir ni una palabra de los que lo van a padecer, pagándolo, y de los efectos negativos de todo tipo que van a sufrir dichos supuestos «beneficiarios».

Lo llama «invertir en solidaridad». Tres palabras, y dos son falsas.

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