La ONU hizo público esta semana un informe de su Misión de Asistencia en Irak que da cuenta de la escalada de terror que ha vivido el país en el último año. En efecto, 2013 ha sido el año más sangriento desde 2008, con un total de 7.818 víctimas mortales entre la población civil. Sólo en el pasado mes de diciembre se produjeron 759 asesinatos, mientras que 1.345 personas más resultaron heridas en actos de violencia sectaria, según datos oficiales recogidos por la referida misión de la ONU, cuyo responsable, Nicolay Mladenov, clamó por atajar este tremendo drama.
Diez años después de la caída del dictador Sadam Husein, ni la situación de Irak ni sus relaciones con EEUU son las que cabrían esperar después del esfuerzo de la intervención militar y la tarea de estabilización llevada a cabo para dotarlo de un régimen democrático. Las fuerzas aliadas lideradas por EEUU podrían estar desempeñando una importante labor en pro de la seguridad del país y el afianzamiento de sus instituciones, pero desde finales de 2011 no hay soldados norteamericanos allí a causa de la decisión de Obama de romper las negociaciones con el Gobierno de Nuri al Maliki en torno a la inmunidad de las fuerzas militares desplegadas en el territorio.
El cierre, en diciembre de 2011, de la base norteamericana Camp Victory, principal centro de operaciones aliadas, situada junto al aeropuerto de Bagdad, fue acogida con euforia, como gesto que devolvía la soberanía completa al pueblo iraquí. Sin embargo, hoy cunde la desesperación cuando se constata que ni la Policía ni el Ejército son capaces de mantener la seguridad en un país azotado por la violencia sectaria.
La frustración de la minoría suní, que el Gobierno chií de Nuri al Maliki no puede o no quiere solucionar, es una de las causas principales del resurgimiento de la violencia sectaria que asuela el país, buena parte de la cual es responsabilidad del Estado Islámico de Irak y el Levante, una de las marcas de Al Qaeda.
No se trata de atentados aislados cometidos por células independientes, sino de toda una ofensiva que busca poner amplias zonas del país al servicio de los objetivos del yihadismo vinculado a Al Qaeda. Los terroristas del Estado Islámico han tomado el control en los últimos días de dos ciudades del oeste, verdaderos feudos del extremismo suní. Se trata de Faluya y Ramadi –esta última, capital de la provincia de Al Anbar–, en las que los terroristas vinculados a Al Qaeda hacen exhibiciones de fuerza patrullando las calles a bordo de vehículos con armamento pesado. Fuentes del Ministerio del Interior iraquí se veían forzadas a reconocer esta pasada semana que la mitad de la ciudad de Faluya está en manos del ISIS, así como amplias zonas de Ramadi.
Terroristas yihadistas, vestidos de negro y con banderas de Al Qaeda, entraron en ambas ciudades el día de Año Nuevo después de los disturbios ocasionados por el violento desalojo por parte del Ejército de una acampada suní, en el transcurso del cual murieron 13 personas. Los combates directos comenzaron al día siguiente, cuando las Fuerzas Armadas intentaron recuperar el control de las ciudades, con los milicianos yihadistas ya firmemente instalados en ellas, y desde las que realizan continuos llamamientos por la megafonía de las mezquitas instando a los vecinos a la lucha.
La guerra de Siria es otro factor de desestabilización. Sus efectos en Irak sobrepasan la capacidad de reacción del Gobierno Maliki. A lo largo de 2013 los atentados, a cuál más sangriento, han castigado especialmente ciudades y barrios de mayoría chií, y no parece que la situación vaya a revertirse a corto plazo, sino más bien todo lo contrario.
EEUU dejó Irak en 2011 con las milicias suníes de Al Sahwa integradas en los esfuerzos por erradicar la amenaza de Al Qaeda en la región. Dos años después, el conflicto de Siria y la incapacidad de las autoridades iraquíes para integrar a los suníes en las instituciones han hecho que Irak vuelva a vivir la pesadilla de hace unos años, cuando entre 2006 y 2008 el país estuvo prácticamente al borde de la guerra civil.
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